LA ALEGRÍA CORRECTA

TEXTO: LUCAS 10:1,17-20

Es curiosa la forma en que los seres humanos solemos apropiarnos del mérito de otros. Atribuimos a nuestra lúcida y clarividente inteligencia, ocurrencias e ideas que ya habían sido expuestas en otros foros más desconocidos y recónditos. Personas se hacen ricas a costa del trabajo y la investigación de otros, aprovechándose de la humildad y la inocencia ajenas. Escritores se hacen de oro mientras los mal llamados “negros” se encargan de recabar datos y de pulir las aristas de la obra en bruto. Cuando algo nos parece fantástico y maravilloso, deseamos en lo más profundo de nuestro corazón que se nos hubiese ocurrido antes que al inventor.

En el texto de Lucas, la alegría que rebosaba de los rostros cansados de los discípulos comisionados por Jesús para predicar la venida del Reino de los cielos, era el distintivo del gran éxito de la empresa misionera a la que habían sido invitados. Mientras se acercaban a su maestro, sus gestos dejaban asomar el fruto dulce de formidables hechos y hazañas. Sus conversaciones y palabras estaban impregnadas de una alegría tal, que hacía que sus pasos se apresurasen para traer un informe magnífico de la tarea encomendada. Sin duda alguna, el hecho de haber podido ejercer el poder de echar demonios y de sanar enfermedades, era uno de los motivos principales de su alborozo.

Tal era su éxtasis. que la primera frase que brota de sus labios cortados y resecos por el viento, es una oración llena de asombro y felicidad: “¡Señor, hasta los demonios se nos sujetan en tu nombre!” Es natural que para personas que nunca habían visto milagros de tanta magnitud, su primera reacción fuese la de señalar lo increíble de poder exorcizar a gente que había sido cautiva de las huestes satánicas. No hablan de la respuesta de las personas al evangelio del Reino, ni se refieren a los resultados de su misión. Tal vez esperaban un comentario sorpresivo de parte de Jesús que siguiese aumentando su gozo. Sin embargo, más que unas palmaditas de parte de Jesús que les diesen mayor importancia de la debida, les enseña tres lecciones que para nosotros, como jóvenes cristianos, también tienen su miga y aplicación:

A. LA ALEGRÍA CORRECTA ANTICIPA LA DERROTA CONTUNDENTE DE SATANÁS (v. 18)

“Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo.”

Que nos hallamos inmersos en una batalla espiritual de dimensiones cósmicas, es algo que el joven creyente sabe de sobra. Los continuos desencuentros que existen entre los deseos carnales y los anhelos de obediencia a Dios forman parte de ese conflicto diario. Las tentaciones y atractivos que Satanás suele poner en nuestro camino para desviar nuestra mirada de Cristo, son claros ataques ante los cuales hemos de reaccionar con sabiduría y sensatez cristianas. El sistema opresor y en franca decadencia de una sociedad atea y materialista intenta infiltrarse en nuestros principios éticos para hacer un trabajo de zapa que desmorone nuestra fe en Dios.

Ante este panorama de guerra, no podemos optar por ser neutrales. O bien empuñamos con fervor y denuedo la Palabra de Dios y nos vestimos de la armadura espiritual que nos ha sido concedida, o por el contrario, nos dejamos arrastrar por nuestro egoísmo y la corriente de este mundo para dar con nuestros huesos en los calabozos de la perdición eterna. Si tú eres un verdadero soldado de Cristo, lucharás con ahínco y destreza contra las asechanzas satánicas: «Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo. Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado.» (2 Timoteo 2:3,4)

Y es precisamente, en medio del dolor y el sufrimiento que comporta pelear la buena batalla de la fe, donde la alegría puede ser hallada. Esta alegría no se halla tanto en las victorias diarias que logremos con la ayuda del Espíritu Santo, en las cuales hay verdadero gozo y alivio, sino que podemos encontrarla con mayor intensidad en el triunfo definitivo que Cristo logró contra Satanás en la cruz del Calvario. Es precisamente en este pensamiento en el que encontramos la fortaleza y la energía necesarias para seguir lidiando contra nuestros adversarios con el cuchillo entre los dientes.

Los discípulos de Jesús estaban contentos y gozosos por batallas ganadas, por vidas liberadas del poder de los demonios, y por la restauración de la integridad del prójimo necesitado. Sin embargo, Jesús, sin quitar sentido y relevancia a la acción de sus seguidores, apunta proféticamente hacia un triunfo definitivo y consumador del Reino de los Cielos. Es en esa alegría correcta en la que hemos de plantear nuestra estrategia contra los enemigos del evangelio. Sangre, sudor y lágrimas costarán nuestros esfuerzos amparados por Dios, pero al final sabemos henchidos de felicidad que «antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.» (Romanos 8:37)

B. LA ALEGRÍA CORRECTA SUPONE DAR EL LUGAR CORRECTO A LA PRÁCTICA DE LA AUTORIDAD DE DIOS SOBRE EL MAL (v. 19,20a)

«Os doy potestad de pisotear serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará. Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan…»

Esta no es una autoridad que pueda darse a cualquiera, ya que entablar un combate feroz cara a cara con las artimañas demoníacas, no es apto para enclenques y bebés espirituales. Pablo entendía que esto se escapaba del control de algunos miembros de la iglesia en Corinto: «De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, no alimento sólido, porque aún no erais capaces; ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales. En efecto, habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales y andáis como hombres?» (1 Corintios 3:1-3) La presencia de ánimo y el arrojo deben caracterizar a aquellos hijos de Dios que se involucren en luchas intensas y duras. Las serpientes y escorpiones, simbolos de la venenosa actividad de Satanás en contra de nuestras almas, paralizan miembros y detienen el pulso de aquellos que no han sido inmunizados gracias al antídoto que suponen las Escrituras.

Hay alegría y regocijo al ver cómo los estandartes de las huestes demoníacas son quebrados y pisoteados. Existe una inenarrable alegría cuando las tentaciones que nos asediaban se baten en retirada ante el rugido del León de Judá. Sentimos en nuestros huesos un fuego gozoso cuando el Reino de los Cielos avanza a pesar de los embates del secularismo y el relativismo moral. Saber que no existe adversario que pueda hacer frente al poder desatado de Dios, que las apariencias engañan, ya que el Señor continúa arrebatando de las zarpas de Satanás a miles de almas cada día, y que nada de lo que planee el diablo puede infligirnos una herida mortal, aunque nuestro escudo sea golpeado una y otra vez, llena nuestras bocas de alabanzas y adoración sin fin.

Jesús no desea que sus discípulos caigan en el desaliento que aparece en nuestros corazones cuando la lucha es diaria y constante. Hoy podremos vencer un vicio o un deseo desordenado, pero tal vez mañana sucumbiremos ante una trampa artera que nos lleve a pecar contra Dios. Es la triste realidad de nuestra inclinación a hacer lo malo o a desobedecer las consignas de nuestro Gran Comandante. Es por lo mismo que pasaron los discípulos de Jesús en Getsemaní: “Velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.” (Mateo 26:41)

Por ello, les advierte de que aunque cualquier victoria momentánea contra el mundo, contra Satanás o contra nuestro viejo hombre, es digna de ser celebrada y vitoreada, hay algo que es mucho más merecedor de entonar un himno de victoria y triunfo: la salvación de nuestras almas.

C. LA ALEGRÍA CORRECTA PROVIENE DE SABERNOS SALVOS (v. 20b)

“… sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos.”

Sin lugar a dudas, Jesús desea que nuestra alegría resulte de la obra salvadora que llevó a cabo a través de su sacrificio, derramando su sangre para derrocar la tiranía del pecado y la transgresión de una vez y para siempre. Las escaramuzas y guerra de guerrillas en las que participamos con la ayuda y auxilio de Dios, nos brindan instantes espirituales suculentos y repletos de ánimo y coraje. Conocer proféticamente que Satanás ha sido abatido definitivamente, aunque siga dando coletazos peligrosos y venenosos, provoca en nosotros vivir seguros y alegres cuando hallamos nuestro escondedero en Cristo.

Pero lo que más nos ha de permitir seguir con mayor confianza y pasión a Cristo, lo que más debe inundar nuestros corazones de la luz de su gozo y lo que más ha de motivar nuestro servicio fiel en el empeño de colaborar en la extensión del Reino de Dios como jóvenes discipulos, es sabernos justificados por la fe, es constatar que hemos sido purificados de nuestra pecaminosa manera de conducirnos en la vida, y que estamos inscritos en el libro de la vida que solo el Cordero inmolado abrirá en los postreros días.

El sello que imprime el Espíritu Santo en cada uno de aquellos corazones que han entendido y asumido el evangelio de Cristo, es una marca que nunca podrá ser borrada o quitada de las páginas eternas del libro de la vida: “Dios, el cual también nos ha sellado y nos ha dado, como garantía, el Espíritu en nuestros corazones.” (2 Corintios 1:22)

Sin esta garantía inamovible no sirven de nada las señales, los prodigios y los exorcismos. Ya el mismo Señor Jesucristo nos hace entender esto cuando narra la escena sobrecogedora del juicio final. Muchos apelarán a sus grandilocuentes hechos, a sus profecías y sanidades, y a su predicación fabulosa, y sin embargo, nuestro Padre celestial sentenciará sus méritos aportados con un “nunca os conocí”, apartándolos de Su santa presencia por sus malvadas intenciones tras tan fantásticos actos (Mateo 7:21-23)

Joven, una es la alegría que sobrepasa a toda expresión de felicidad y satisfacción personal y universal: tener la seguridad de una salvación que de ningún modo merecemos, pero que ha sido ofrecida de gracia por el Padre en Cristo.

Regocíjate en todo aquello que redunde para bendición y para la extensión del Reino de los cielos, pero nunca olvides ni descuides una salvación tan compasiva y misericordiosa, ocupándote en ella con temor y temblor. (Filipenses 2:12)

Sigue perseverando en esta redención para que puedas contagiar a muchos de aquellos que se hallan a tu alrededor y aún no han decidido seguir a Cristo, y cuyos nombres aún no han sido añadidos al ejército de santos que ya nos precedieron.

ROL JUVENIL EN TIEMPOS DEL CORONAVIRUS

En estos tiempos de confinamiento obligatorio a causa de la pandemia global de coronavirus, la juventud, y de manera especial, la juventud que ama y sigue a Cristo, debe dar la talla. Todos los esquemas anteriores en los que nos basábamos para vivir nuestros años de adolescencia y juventud se han ido resquebrajando hasta límites insospechados. La dinámica vital que cada uno de nosotros estábamos desarrollando en el contexto de la normalidad, si es que puede decirse de este modo, y de la cotidianidad, ha sido trastornada de una forma violenta y traumática.

Cualquier plan que tuviéramos en mente se ha volatilizado junto con nuestra necesidad de transitar libremente por este mundo. Nuevas formas de trabajar, estudiar y relacionarse han tenido que surgir de las cenizas de un futuro incierto y dramáticamente oscuro. Las costumbres ininterrumpidas que considerábamos parte de nuestra esencia e identidad están convirtiéndose en algo que parece que queda atrás, en tiempos más felices. No cabe duda de que nuestras vidas han sido afectadas virulentamente por una enfermedad que se contagia mucho más rápido de lo que nuestros gobernantes y científicos habían imaginado, y ahora debemos plantearnos nuestro rol social, espiritual y psicológico a la luz de esta nueva y enigmática coyuntura.

No sé si tú que me lees, eres víctima de esta epidemia, o conoces a personas que están en cuarentena, pasando el mal trago del contagio, ingresado en algún hospital o UCI, o si sabes de alguien que ha fallecido a causa de este terrible enemigo prácticamente invisible. Tal vez piensas que estar encerrado en tu casa sin poder dar un abrazo a tus amistades, sin pasar tiempo real con tu familia y sin la posibilidad de reunirte con tu comunidad de fe, es una auténtica tortura. Te subes por las paredes, te haces carne de “challenges,” intentas planificar las horas muertas haciendo papiroflexia, abdominales o leyendo esos libros que tenías cubiertos de polvo. Bailas todo el repertorio del Tiktok, duermes como un lirón en temporada de hibernación, y comienzas a tener mono de deporte televisado.

Consumes series y películas sin parar, te atiborras de chucherías, cupcakes y pizzas caseras, y tus hermanos pequeños o tus hijos han traspasado las fronteras de tu paciencia. Quizá has sido objeto de un ERTE, o te ha tocado bajar las persianas de tu negocio, o buscas la manera de teletrabajar sin que tu volumen de eficacia y eficiencia descienda a causa de las distracciones hogareñas. La frustración, la monotonía elevada al cuadrado, las complicaciones tecnológicas o una claustrofobia del quince te están agriando el carácter y te están influyendo negativamente en términos mentales…

No es una buena época para ser joven. Si ser joven es vivir a todo trapo la libertad de movimientos, de relaciones y de decidir qué hacer en cada momento, hoy ésta ha sido restringida sin que podamos rechistar. Podemos quejarnos, pero en el fondo sabemos que todo debe hacerse para ser solidarios y colaborar para preservar la salud de otros. Los tiempos de ese individualismo tan acendrado en el que vivíamos está desapareciendo en favor de la comunidad. Ahí tenemos videos de personajes que rompen el estado de alarma para desplegar su individualismo de pacotilla, sin la consideración y empatía necesaria en la actualidad, diciendo al mundo que le importa un bledo, que primero es él y sus circunstancias. Y ahí los vemos, trotando por un parque como si nada fuese con ellos, viajando a segundas viviendas, escalando montañas, celebrando botellones y desafiando la sensibilidad de sanitarios y cuerpos de seguridad del estado. La época en la que cada uno hacía lo que bien le parecía ha terminado, al menos hasta que este problema sanitario sea solventado.

Es la hora de la comunidad, de una comunidad espiritual que se comunica a través de las redes sociales, de los métodos tecnológicos, de los chats y de los videos en directo desde los hogares. Es la hora de la comunidad, de una comunidad en la que todos, jóvenes y ancianos, niños y adultos, hombres y mujeres, nos mostramos más agradecidos que nunca a aquellos que velan por nuestra seguridad y salud. Es la hora de la comunidad, de una comunidad recuperada en nuestros bloques, calles y urbanizaciones que se unen en torno a un mismo objetivo común: luchar a brazo partido contra este Covid-19 que está arrebatando el oxígeno a miles de personas. Es la hora de la comunidad, de una comunidad que ha dejado de lado las ideologías políticas y las comodidades que les brindaba su idiosincrasia personal, en favor de la solidaridad, de la colaboración, de la obediencia y del servicio mutuo. Es la hora de la comunidad, de aquella comunidad despreciada por el egoísmo y el orgullo personalista, que ahora brinda consuelo, esperanza y firmeza unida a aquellos que la conforman.

Como jóvenes, hemos de dar la talla dentro de nuestra comunidad recobrada a causa de un adversario común que se ceba precisamente con el individuo que asegura altivamente que no necesita la ayuda de nadie. Como jóvenes, tenemos un papel sumamente relevante que cumplir en nuestros hogares. Necesitamos reconectar con nuestras familias, especialmente con nuestros padres y abuelos. Hace mucho tiempo que dejamos de valorar a nuestros progenitores y mayores, y hoy tenemos la increíble oportunidad de beber de su sabiduría, de su historia y de sus consejos experienciales. Tenemos la posibilidad de recuperar la relación rota, desgastada o deshilachada que teníamos con nuestros padres, así como releer nuestra propia historia como jóvenes desde los recuerdos que éstos tienen de nosotros. Ya que vamos a pasar mucho tiempo juntos entre cuatro paredes, debemos dejar a un lado la automarginación de nuestro cuarto y de las redes sociales alienantes, y compartir tiempos de charla, diálogo y conversación que se habían olvidado tiempo atrás.

Otro de los roles importantísimos y nucleares de nuestra generación, debe ser el de promover la innovación de métodos y estrategias creativos que nos permitan construir una nueva manera de entender la comunidad. No hemos de perder la frescura, el descaro y el anhelo de progreso en el encierro. Todo lo contrario. Somos llamados a idear y crear espacios y contextos virtuales que traspasen las distancias impuestas, a involucrar a nuestros mayores en la readaptación digital y virtual, a aprovechar nichos de negocio desde el emprendimiento tecnológico, y a lograr contenidos devocionales que impacten e inspiren espiritualmente a un mundo, tan necesitado como el nuestro, de esperanza, fortaleza y fe.

Dios nos ha dado una serie de dones espectacularmente especiales, un conjunto de talentos formidables, y unos recursos sin precedentes con los que poder alcanzar con el evangelio a nuestros amigos, familiares y desconocidos. Diseñar, maquetar, dibujar, programar, componer, filmar, grabar, bailar, son solo algunos de los materiales de los que estamos hechos, y todos pueden ser empleados para la gloria de Dios incluso en medio de la situación tan lamentable que nos toca afrontar.

Jóvenes, es la hora de reaccionar a esta pesadilla que nos come la moral día tras día. Quedan tres semanas para que el estado de alarma termine, o por lo menos es lo que deseamos con todas nuestras fuerzas. Ansiamos recuperar nuestra vida anterior al coronavirus, y anhelamos volver a demostrar nuestro amor y cariño a nuestros seres queridos cuanto antes. Todo depende de ti y de mí. De nuestra obediencia civil, de nuestra fe en que esto podrá ser superado si remamos en el mismo barco, y de nuestra confianza en las promesas de Dios para sus hijos.

Que las cuatro paredes no te limiten ni te impidan ser quién eres. Sigues siendo libre en Cristo, y esta libertad no conoce ni de muros, ni de barrotes, ni de virus asesinos: “Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno.” (1 Juan 2:14)

#practicaelcaserismo

MEDICINA DE FE PARA LOS TIEMPOS DEL CORONAVIRUS

TEXTO BÍBLICO: SANTIAGO 5:13-18

En estos días estamos descubriendo o trayendo a la memoria que existen circunstancias en la vida que siempre nos alcanzan. No importa lo mucho que corra el tiempo, que tratemos de eludirlas con mayor o menor habilidad o que intentemos por todos los medios posibles protegernos contra ellas, siempre llegan a nuestra vida para tocar el timbre de nuestras existencias. La muerte, los impuestos, las responsabilidades familiares, los fracasos o las relaciones sociales son cuestiones que tarde o temprano se presentan ante nosotros para propiciar una reacción, sea positiva o negativa. Otra de estas situaciones que no podemos esquivar aunque pongamos todo de nuestra parte por que no haga su aparición en nuestra carne, hueso y alma es la enfermedad, elemento con el que hemos de lidiar en estas fechas.

La enfermedad en toda su amplia variedad de síntomas y efectos comenzó a ser una realidad en el preciso instante en el que el ser humano en el huerto del Edén sucumbió a la tentación de ser como Dios en su sabiduría y poder. Después de que el fruto prohibido fuese mordisqueado tanto por Adán como por Eva, los estragos y consecuencias de la desobediencia flagrante contra Dios comenzaron a aparecer, de tal manera que la inmortalidad corporal se trastornase a favor de una corrupción paulatina de los tejidos, los músculos y los órganos corporales.

Tal vez la muerte no apareció fulminante y definitiva en el primer ser humano, pero sí que comenzó a ejercer su trabajo de zapa y deterioro tanto en la mente como en el cuerpo. La enfermedad de este modo se erigió en compañera inseparable de la propia muerte, demostrando al ser humano que sus días sobre la faz de la tierra tendrían límite, uno cada vez más restringido, hasta que el polvo volviese al polvo de manera inevitable.

Todos los seres humanos nos vemos sujetos a la enfermedad y al malestar físico por muchos esfuerzos que los estudios médicos, farmacológicos y científicos apliquen sobre sustancias y medicinas. La enfermedad sigue cada día cumpliendo su papel en nuestras vidas, dejando en nosotros la huella reconocible de nuestra fragilidad, de nuestra debilidad y de nuestra incapacidad por encontrar por nosotros mismos una vida eterna que nos aleje completamente del abrazo contagioso de la muerte.

Esta también era una realidad en medio de la iglesia de Cristo. La enfermedad era, según una mentalidad hebrea, una expresión externa y orgánica de un malestar interior, espiritual. Por eso, en los relatos de los evangelios, podemos comprobar que cuando Jesús sana a paralíticos, ciegos o leprosos, a la vez se añade el componente del perdón de pecados tras verificar la fe de los enfermos.

Del texto de hoy podemos aprender varias lecciones. Pero antes de entrar a profundizar en ellas, es preciso ubicarnos correctamente en el contexto de las instrucciones de Santiago. Anteriormente a esta serie de consejos de índole eclesial e individual, expone ante los receptores de esta epístola la inquietud que muchos creyentes tenían ante la segunda venida de Cristo. El tiempo pasaba y nada sucedía. Lo equivocado de una tesis escatológica que esperaba el retorno de Cristo durante el tiempo de los apóstoles, provocaba en los miembros de las primeras iglesias varias preguntas relacionadas con la salud y la muerte de algunos testigos oculares de la ascensión de Jesús a los cielos.

¿Qué ocurría con aquellos que morían expectantes ante la proximidad de la parusía de Cristo? ¿Por qué las enfermedades se cebaban en algunos de los miembros de las iglesias si éstos habían sido justificados en virtud del sacrificio vicario del Señor?

No olvidemos que el mismo Pablo considera que la enfermedad en el seno de la comunidad de fe también obedecía al pecado de tomar indignamente la Santa Cena. Aquellos que no discernían con sinceridad y seriedad el mensaje y el simbolismo subyacente en la participación de los elementos de la Cena del Señor, y aquellos que no habían realizado un examen personal que englobaba el arrepentimiento, la confesión y la petición de perdón por parte de Dios, sufrían ya por aquel entonces el pago por su hipocresía, burla y menosprecio de la celebración de la Santa Cena: “Ahí tenéis la causa de no pocos de vuestros achaques y enfermedades, e incluso de bastantes muertes. ¡Ah, si nos hiciésemos la debida autocrítica! Entonces escaparíamos del castigo.” (1 Corintios 11:30, 31).

Por lo tanto, es menester considerar que la enfermedad en la iglesia, aunque no siempre, sí en ocasiones, más de las deseadas, era una señal de que algo nefasto y oscuro habitaba en el corazón del miembro de iglesia.

A. UNA PÍLDORA DE FE PASE LO QUE PASE

“¿Sufre alguno de vosotros? Que ore. ¿Está gozoso? Que alabe al Señor.” (v. 13)

Santiago considera en esta batería inicial de preguntas cualquiera de las circunstancias por las que cualquier hermano de la iglesia pueda estar pasando. Con dos simples cuestiones engloba el conjunto de experiencias que el creyente vive en el día a día. ¿Quién no ha sufrido alguna vez? Creo hablar en nombre de todos los creyentes del mundo si digo que todos hemos padecido, que todos hemos tenido que pasar por tragos muy amargos y que todos hemos recibido el hachazo de terribles noticias. El sufrimiento también es compañero inseparable de la muerte y del pecado.

El solo hecho de vivir en este mundo ya nos expone a momentos de tristeza, amargura y tribulación, dado su carácter injusto, cruel y odioso. Y si a esto añadimos que ser cristianos hoy día no está muy bien visto que digamos, que muchos hermanos en otras latitudes mueren por esta causa y que por predicar a Cristo somos tachados de fanáticos, intolerantes y arcaicos, la cosa no pinta mucho mejor. El sufrimiento forma parte, lo queramos o no, de nuestra existencia, y eso Santiago lo sabe. Por eso, mientras el pueblo de Dios espera ansioso la venida de Cristo, debe orar a Dios en el nombre de Cristo.

Podemos llorar, lamentarnos y quejarnos por nuestras circunstancias adversas, todas ellas relacionadas con la pandemia global de coronavirus, pero eso no cambiará nada. Solo añadirá mayor pena y angustia a nuestras vidas. Pero si acudimos a Dios en oración, si entablamos un diálogo fructífero con Aquel que conoce mejor nuestro porvenir y si exponemos ante Él nuestras cuitas y problemas, no ha de cabernos ni la menor duda de que va a estar a nuestro lado hasta la que tormenta haya cesado y un cielo despejado nos marque el camino hacia la verdadera felicidad que se halla en Cristo.

Lo mismo sucede con nuestros momentos alegres y felices. ¿Quién no ha reído sin parar en una reunión de amigos? ¿Quién no ha disfrutado de las cosas buenas y sencillas de la vida? ¿Quién no ha llorado de gozo al sostener en sus manos una nueva vida que nace? ¿Quién no se ha emocionado al ver cómo una persona perdida y destruida es transformada por el poder redentor de la sangre de Cristo? Ante circunstancias positivas y gozosas también nuestra alabanza ha de dirigirse en oración a nuestro buen Dios. Nuestra gratitud ha de elevarse como olor fragante ante nuestro Padre que está en los cielos, el cual nunca se cansa de derramar su gracia y misericordia sobre nosotros. Con una sonrisa abierta de par en par en nuestros rostros, el agradecimiento de corazón ha de emocionar también a nuestro Señor.

El problema surge cuando la alegría, el regocijo y la felicidad en nuestras vidas se convierten en el olvido de Dios. Si hiciésemos un estudio estadístico sobre la frecuencia y contenido de nuestras oraciones y plegarias a Dios, descubriríamos sin lugar a error, que pedimos más que agradecemos. Como las cosas nos van a las mil maravillas, ya no nos preocupamos por ser agradecidos a Dios. Como no hay necesidades ni preocupaciones en determinados instantes de nuestro recorrido vital, dejamos de lado un apartado crucial en nuestra comunicación con Dios como es la adoración, la alabanza y la acción de gracias por los beneficios con que nos colma día tras día. Si llueve, ora, y si sale el sol, habla con Dios. La oración en nuestra vida devocional personal nunca debe cesar pase lo que pase y ocurra lo que ocurra.

B. LA ORACIÓN COMUNITARIA DE FE SANA

“¿Ha caído enfermo? Que mande llamar a los presbíteros de la Iglesia para que lo unjan con aceite en el nombre del Señor y hagan oración por él. La oración hecha con fe sanará al enfermo; el Señor lo restablecerá y le serán perdonados los pecados que haya cometido.” (vv. 14, 15)

Como dijimos anteriormente, la enfermedad va íntimamente ligada a las consecuencias del pecado. Si la enfermedad no es tratada convenientemente desde el punto de vista médico, el futuro no será nada halagüeño para el paciente. Si el malestar físico persiste en su proceso destructivo, será preciso recurrir a la gracia divina para que pueda ser solucionado definitivamente. El creyente que se encuentre en esta dramática tesitura tiene a su alcance no solo su propia oración desesperada, sino que también posee la preciosa oportunidad de que la iglesia al completo pueda interceder en oración ante Dios por su dolencia.

Los representantes de la iglesia, los presbíteros o ancianos, se convierten de este modo, no en personas especialmente imbuidas de un poder sobrenatural que otros miembros no detenten, sino en garantes de que toda la comunidad de fe se vuelca fervientemente en solicitar de Dios un milagro sanador. No son los presbíteros los que curan, ni es el aceite, signo del poder del Espíritu Santo, el que sana, ni las palabras las que restauran al enfermo. Es Dios mismo, invocado en el nombre de su amado Hijo, el cual escuchando con agrado los ruegos de compasión y fe de sus hijos, el que renueva alma y cuerpo del doliente.

La oración de fe comunitaria será el punto de apoyo de todo un proceso curativo que contempla tanto lo físico como lo espiritual. Así nos lo asegura Santiago al decirnos que si la plegaria elevada a Dios es ferviente, la sanidad será una realidad en el creyente sufriente. Esta oración de fe en la que todo el pueblo de Dios participa con sinceridad y misericordia es una oración en la que no solo se habrá de rogar la curación de la enfermedad, sino que también se pedirá por el perdón de los pecados del enfermo.

La sanidad de Dios en Cristo es una sanidad integral y holística, puesto que abarca tanto la mente y el cuerpo como el alma y el espíritu. En ese perdón de Dios en Cristo, el creyente se verá completamente restaurado y restablecido de sus dolores y malestares, proyectando esta sanidad hacia un mayor crecimiento espiritual y una más grandiosa certeza del poder salvador de Dios.

C. LA ORACIÓN DE FE DEMANDA CONFESIÓN MUTUA Y PERSEVERANCIA

“Reconoced, pues, mutuamente vuestros pecados y orad unos por otros. Así sanaréis, ya que es muy poderosa la oración perseverante del justo. Ahí tenéis a Elías, un ser humano como nosotros: oró fervientemente para que no lloviese, y durante tres años y seis meses no cayó ni una gota de agua sobre la tierra. Luego volvió a orar, y el cielo dio lluvia y la tierra produjo su fruto.” (vv. 16-18)

Santiago continúa enfatizando la importancia tan grande que la oración comunitaria tiene para la sanidad de los miembros y para la consecución de formidables empresas. Santiago considera que la confesión mutua de pecados es una práctica muy edificante si se realiza según los parámetros de la discreción, la justicia y el amor que las enseñanzas de Jesús señalan en estos casos. Desgraciadamente esta costumbre aconsejada por el escritor de la epístola no es una que llevemos normalmente a cabo, seguramente entre otras razones, por no identificar esa práctica con la confesión auricular catolicorromana, por tener temor a las murmuraciones e indiscreciones, por albergar un miedo a lo que otros pensarán de ellos, o por recelar de un trato distinto tras la confesión de un pecado escandaloso.

Esto, en resumidas cuentas quiere decir que no existe una verdadera y plena confianza entre los hermanos de la iglesia como para confesar y declarar los pecados con fines terapéuticos, restauradores y edificantes. Sin embargo, es deseable que exista en la iglesia una atmósfera de comprensión, amor, perdón y discernimiento tal que pudiese propiciar la confesión mutua de pecados.

Por otro lado, la oración del justo, es decir, del que no tiene miedo de confesar sus pecados a sus hermanos y que tiene confianza y fe en el poder sanador de Dios, ha de ser perseverante. A veces pensamos que con una oración Dios ya se va a dar por aludido y que nos va a sacar las castañas del fuego de manera inmediata. Esa no es la realidad que Santiago expone. La oración de fe no se cansa nunca de rogar, agradecer, adorar e interceder tal como escribe Pablo: “Y todo esto hacedlo orando y suplicando sin cesar bajo la guía del Espíritu; renunciad incluso al sueño, si es preciso, y orad con insistencia por todos los creyentes.” (Efesios 6:18).

A Dios le gusta que acudamos siempre sin desmayar ante su trono para darnos aquello que necesitamos. Como el mismo Santiago expresa al comienzo de esta epístola, muchas veces no sabemos pedir porque pedimos mal, porque le pedimos para nuestros deleites y caprichos en vez de pensar en aquello que más nos conviene. Sin desesperarnos, nuestras oraciones de fe han de alcanzar la presencia de Dios, sometiendo humildemente nuestras vidas y circunstancias bajo la poderosa mano del Señor. Elías comprendió esta dimensión espiritual de la oración y cuando alzó su voz en oración a Dios, tuvo en cuenta la voluntad soberana de su Señor, de tal manera que lo que parecía imposible fue hecho, y lo que parecía absurdo se hizo realidad.

CONCLUSIÓN

La oración de fe alcanza sus máximas cotas de poder cuando es Dios el que transforma nuestras vacilantes y balbuceantes palabras en vida, salud, salvación y perdón. Sea cual sea la situación, y de forma especial la que estamos viviendo en términos sanitarios, Dios espera de ti y de mí que nos dirijamos a Él reverente y humildemente en oración, y así tener comunión continua con Aquel que mejor nos conoce y que mejor sabe qué necesitamos.

Confiemos más en nuestros hermanos para que en la confesión mutua, y en estos tiempos, a distancia y por medio de canales digitales, podamos despojarnos de pecados ocultos que solo lastran nuestra trayectoria espiritual y que obstaculizan el desarrollo a la madurez de nuestras vidas.

Por último, no dejemos de orar buscando siempre que el poder maravilloso y asombroso de Dios sea desplegado en nosotros y en toda la tierra hasta que Cristo regrese en gloria y esplendor, y hasta que esta pandemia global del Covid-19 remita y sea desarraigada por completo de nuestras vidas.

UN CANTO AL LIBRE ALBEDRÍO

TEXTO BÍBLICO: JOSUÉ 24:1-18

Una de las cualidades que el ser humano más atesora y a la vez más malinterpreta es el libre albedrío. Desde una óptica bíblica, poder decidir libremente ante un abanico de posibilidades y opciones, es parte de la imagen y semejanza de Dios que Él dio al ser humano en el preciso instante en el que se le sopló el hálito de vida para convertirse, de una escultura de barro en un ente viviente capaz de tomar sus propias decisiones. Este don comunicable de Dios confiere a todo hombre y mujer poder elegir su propio destino, ya que sus elecciones determinarán en gran medida el transcurso de su existencia.

Desde los albores de la creación de la humanidad, todos los seres humanos pueden escoger entre el bien y el mal, entre vivir o morir, entre actuar o detenerse, entre hablar o callar. El libre albedrío, bien entendido a la luz de las Escrituras y en correlación con la voluntad divina, procura al ser humano, y especialmente al joven, un estado de plenitud que logra su culminación en su encuentro con el Señor Jesucristo.

Sin embargo, cuando la libertad de decidir y elegir se supedita a los deseos desordenados y egoístas del ser humano, el caos toma el relevo del orden, la violencia ocupa el lugar del amor y la paz, y el pecado se enseñorea del alma humana, esclavizándola y exponiéndola a nuevos errores de apreciación en lo que al libre albedrío se refiere. Si se toman decisiones contrarias a los designios divinos, hay que tener en cuenta que será responsabilidad del ser humano el asumir las consecuencias de sus actos o palabras. Cuando contemplamos el estado lamentable en el que se encuentra nuestra sociedad, no podemos por menos que asimilar que la libertad de elección ha sido empleada de manera torcida para liberar males y libertinajes a diestro y siniestro.

Se cacarea desde determinadas instancias que cada uno es dueño de su propia vida, y que nada ni nadie debe inmiscuirse en sus asuntos decisorios, erradicando completamente a Dios de la ecuación de sus existencias. Este craso error al entender el libre albedrío ha llevado a prácticamente toda la humanidad a celebrar el individualismo más egocéntrico en detrimento de la concordia fraternal, a festejar el relativismo más irracional en detrimento de los valores absolutos que personifica Dios mismo, y a refocilarse en la decadencia moral y ética más depravadas en detrimento de vidas enfocadas y cimentadas en principios bíblicos y en la persona de Cristo.

Visto este panorama en el que nos encontramos inmersos como jóvenes y seres sociales que somos, nuestro papel de sal y luz como elementos simbólicos que hemos elegido encarnar tras convertirnos en discípulos de Cristo, se torna urgentemente relevante.

En el texto bíblico que nos ocupa ahora, Josué ha llegado a la meta para la cual fue llamado por Dios. Durante años ha liderado con vigor y firmeza a todo un pueblo sin tierra ni patria hasta conquistar los territorios de Canaán, la Tierra Prometida desde tiempos ancestrales. Como subalterno de Moisés ha tenido que lidiar con la obstinación y la tozudez de un pueblo todavía anclado a su idolatría y a su historia. No ha sido fácil para él tener que dictar normas y leyes, juzgar delitos y pleitos entre hermanos y dar aliento en tiempos de necesidad y temor.

Tras cruzar el Jordán y vencer a todos los oponentes que les salían al paso, por fin había una tierra a la que llamar hogar. Cientos de batallas y escaramuzas, murallas inexpugnables derribadas, proezas de Dios en forma de victorias sobrenaturales y mil y una experiencias sobre el poder de Dios entre toda una nueva nación se amontonan en su mente, justo cuando tiene algo importante que decir y comunicar a las tribus de Israel.

Después de enumerar las grandiosas y gloriosas hazañas de Dios a lo largo del peregrinaje a la Tierra Prometida de los hebreos, Josué desea apelar a la memoria de todas estas circunstancias del pasado para proponer una toma de decisiones en cuanto a su futuro. Josué no desea instaurar una teocracia. No es su intención obligar a toda una nación a aceptar obligatoriamente someterse bajo el señorío de Dios. No va a emplear su posición de liderazgo para imponer su criterio sobre las filias y fobias de Israel. Simplemente quiere exponer una opción de vida repleta de bendiciones, de prosperidad y de eternidad. Solo anhela presentar a Dios como el verdadero camino por el que toda la nación hebrea debería transitar para encontrar el verdadero sentido y propósito de su formación y existencia.

Al igual que en el relato bíblico, también ante nosotros alguien colocó una disyuntiva, una encrucijada ante la cual tuvimos que decidir qué hacer como jóvenes. Por eso, refrescar nuestra memoria en cuanto a ese momento decisivo de nuestra trayectoria vital, resultará en nosotros una oportunidad de analizar y valorar hasta qué punto esa decisión ha cambiado nuestras vidas y ha sido consecuente con nuestra manera de entender a Dios, al prójimo y a nosotros mismos. Josué quiere hablarnos desde los ecos del tiempo para aconsejarnos aquello que él mismo iba a elegir: “Yo y mi casa serviremos a Jehová.” (v. 15)

A. ELEGIR A DIOS SUPONE SER REVERENTES EN SU PRESENCIA

“Ahora, pues, temed a Jehová.” (v. 14)

Uno de los aspectos de la eclesiología cristiana que siempre me ha preocupado es la reverencia debida a Dios. Ese carácter especial y respetuoso que antaño hubo en los creyentes de acudir a la casa de Dios sabiéndose en la mismísima presencia del Creador del universo, lamentablemente ha ido diluyéndose en una especie de improvisación caótica mal denominada “espontaneidad santa”. La intensidad y el fervor en la participación del creyente en el culto se desvanecen en favor de fórmulas más pasivas y propias más de un espectador que de un participante activo.

El recogimiento y la meditación antes y después del culto, acompañado por los exquisitos acordes musicales de un instrumento, ha dado paso al murmullo inevitable del que ya está deseando salir del Templo para ocuparse de sus quehaceres dominicales. La unidad en la adoración como un solo pueblo que clama y confiesa a Dios se ha convertido en una discordante alabanza repleta de falta de interés por lo que se dice o canta. Se da la bienvenida a cultos y servicios religiosos en los que la preparación, el ensayo o el orden son eclipsados por el desorden y la improvisación más patética.

Estoy seguro de que Josué sabía lo que era permanecer reverentemente ante Dios. Tengo la certeza de que Josué no estaba aquí hablando de tenerle miedo a Dios o de una rigidez ritual a la hora de adorar a Dios. Pondría la mano en el fuego al decir que Josué, cuando participaba del culto debido a Dios, ni lo tuteaba ni menospreciaba el hecho de que la presencia directa, real y poderosa de Dios se hacía patente en medio del pueblo. El temor a Dios significa reconocer nuestro lugar como criaturas, confesar nuestra dependencia de Dios en todos los aspectos y entregar con reverencia y respeto nuestro ser en adoración y alabanza.

Sé que muchos jóvenes podrán decir que Dios en Cristo ha roto con ese tipo de barreras ceremoniales, acercándose al ser humano en la sencillez y en la proximidad. Pero yo digo que Dios es un Dios de orden que no renuncia a ser tratado en nuestra relación comunitaria e individual, como lo que es, el Rey de Reyes y Señor de Señores, único digno de adoración y gloria por los siglos de los siglos.

B. ESCOGER A DIOS SUPONE SERVIRLE ÍNTEGRA Y SINCERAMENTE

“Y servidle con integridad y en verdad… Y servid a Jehová.” (v. 14)

Escoger a Dios no se trata únicamente de sobrecogernos ante su admirable y formidable presencia en medio de la iglesia y en nuestra juventud. Si simplemente nos quedamos en una especie de arrobo o de contemplación mística de Dios, mostrándonos asombrados ante la magnificencia y majestad de su persona, y no ponemos por obra sus mandamientos y deseos, seremos simplemente como aquellos ermitaños que se aíslan en una peña alejada del mundanal ruido para pasarse las horas y los días reflexionando sobre lo maravilloso y perfecto de la divinidad. Escoger a Dios también implica arremangarse bien, poner por obra la voluntad de Dios en nuestros actos y palabras, y servirle sin dobleces ni quejas.

El servicio al que Josué apela aquí tiene dos características básicas. El servicio, esto es, la entrega y la obediencia debidas a Dios y al prójimo, debe estar presidido por una actitud de integridad. Dios no quiere siervos que hoy obedezcan y mañana se rebelen. Dios no busca siervos que solamente entreguen determinadas parcelas de su vida, para hacer con el resto lo que mejor les parezca. Dios no desea que alguien sirva interesadamente, buscando el aplauso y la alabanza de los demás.

Dios solo se agrada en aquellos jóvenes siervos que lo entregan todo a Cristo, que son capaces de sacrificar su comodidad en pro de cumplir los objetivos de Dios para su iglesia, que no dudan en ofrecer su ayuda y su auxilio a los que más lo necesitan y, en definitiva, que obedezcan la voz de Dios cuando se les requiere.

La otra característica que define el servicio a Dios es la sinceridad. El joven siervo ha de mostrarse completamente cautivado por su Señor. El joven siervo debe amar a su Señor y en gratitud por sus millones de gracias y dones, ha de trabajar con esmero y diligencia en la obra de Cristo. El verdadero discípulo y siervo de Dios es leal al cien por cien a Dios, siendo fiel hasta la muerte si es necesario. Ninguna otra motivación ha de impulsar al verdadero siervo de Dios. Ni la obligación, ni la imposición, ni la tradición, ni el mérito aplaudido. No nos servimos a nosotros mismos, sino solo a Dios. Solo existe una motivación para el cristiano que desea escoger servir a Dios: el amor pleno y sincero.

C. ESCOGER A DIOS IMPLICA QUITAR DE NUESTRAS VIDAS AQUELLOS DIOSES A LOS QUE ANTES SERVÍAMOS Y AQUELLOS A LOS QUE PODAMOS ESTAR SIRVIENDO HOY

“Y quitad de entre vosotros los dioses a los cuales sirvieron vuestros padres al otro lado del río, y en Egipto… Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quien sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otra lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis.” (v. 14)

Como jóvenes, no podemos servir a Dios con diligencia y sinceras intenciones, ni podemos mostrar reverencia y respeto a Dios, si a nuestro temor de Dios y a nuestro servicio fiel no le añadimos la erradicación completa de cualquier ídolo o dios que pueda tener influencia en nuestras vidas. Es menester arrancar de cuajo cualquier vestigio de servidumbre bajo los dictados tiránicos de vicios, pensamientos recurrentes, conductas desviadas y prácticas infames, que pudieran albergar nuestros corazones.

Tal vez no tengamos la tentación de erigir para nosotros dioses de talla o ídolos esculpidos en metales preciosos, pero sí que solemos sucumbir ante determinados diosecillos que nos apartan de la voluntad de Dios, que levantan una barrera entre Cristo y nosotros, y que minan día tras día la correcta y profunda comunión que debería haber entre nuestro Padre celestial y nosotros. Estos dioses adquieren múltiples formas, e incluso adoptan un aspecto aparentemente atractivo y bueno, pero lo único que logran es fomentar el abandono de las disciplinas espirituales y el olvido de lo que es verdaderamente importante y nuclear: Cristo.

Los componentes del pueblo de Israel todavía seguían añorando los dioses de Egipto a los que llegaron a adorar tras generaciones más jóvenes que se fueron olvidando del Dios que les llevó a Egipto de mano de José. Si leemos el Éxodo nos daremos cuenta de hasta qué punto estaban todavía aferrados a los ídolos que dejaron atrás, renegando de Dios y prefiriendo servir a becerros de oro.

Pero el peligro no estaba solamente en los ídolos de Egipto. También estaba en los dioses de las tierras en las que iban a vivir de ahora en adelante. Aunque prometieron servir a Dios ante Josué, ¿cuánto tardaron en apropiarse y adherirse a los cultos paganos de los habitantes de Canaán? Del mismo modo, nosotros, como jóvenes, podemos vernos tentados a considerar que el dinero, la posición, el sexo o el entretenimiento son valores que se hallan por encima de nuestro amor por Dios en Cristo. Sé que es difícil y duro poder deshacerse de dioses que incluso nosotros creamos, pero con la ayuda de Dios, el poder del amor de Cristo y la guía inestimable del Espíritu Santo, podremos limpiar de ídolos el camino que nos conduce a una relación íntima, comunitaria, joven y preciosa con nuestro Señor y Salvador.

CONCLUSIÓN

Josué lo tenía meridianamente claro. Sabía lo que quería porque también era consciente de que era lo mejor para él y para su familia. Es por ello que dispone un cruce de caminos ante todo un pueblo, y da ejemplo de sensatez y discernimiento espiritual dirigido por Dios, al emplear su libre albedrío en servir y temer a Dios hasta el final de sus días.

Joven, Dios hoy también coloca ante ti esta disyuntiva crucial y definitiva: ¿A quién escogerás? ¿A los dioses mudos y engañosos que no te podrán salvar en el día postrero del juicio de Dios? ¿O al Dios eterno y santo que derramará sobre ti su Espíritu para nacer de nuevo y disfrutar de la salvación en su presencia desde la preciosa etapa de la juventud?

Toma tu decisión en conciencia. Yo ya tomé la mía: “Yo y mi casa serviremos a Jehová”.

CUANDO LAS RELACIONES COLISIONAN

NUEVO MATERIAL PARA REUNIONES DE JÓVENES

A veces, gestionar aquellos roces y conflictos que surgen de la interrelación con otras personas no es fácil. Sin embargo, la Palabra de Dios nos ofrece ejemplos y estrategias reales que podemos implementar en nuestra manera de relacionarnos. Este nuevo material desea primordialmente que nuestras nuevas generaciones resuelvan sus encontronazos dialécticos desde la sabiduría bíblica. Esperamos que sea de utilidad para vuestras reuniones juveniles.

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¡ESE ERES TÚ!

TEXTO BÍBLICO: 2 SAMUEL 11:26-12:13

Esta es la historia de dos hombres muy distintos. Aunque vivían en la misma localidad y eran convecinos, nadie hubiera dicho que pudiesen tener algo en común. Felipe era un magnate de las finanzas, un tiburón de la bolsa, y residía en una gran mansión en la que celebraba fiestas y saraos hasta bien entrada la noche. Lo tenía todo y aún quería más. No se conformaba con ser una de las personas más acaudaladas de la ciudad, y siempre trataba de conseguir incluso aquello que pudiese resistírsele.

Martín era un humilde trabajador que repartía propaganda por los buzones y que de vez en cuando podía aspirar a conseguir unas horitas limpiando un bar cercano tras su cierre. Su casita de una planta se hallaba justo en la parcela anexa a la de Felipe, por lo que el contraste entre la riqueza y la pobreza se hacía más patente. Solía escuchar el jolgorio y la algarabía de las fiestas de postín de Felipe, aunque no le envidiaba. Su pasión era poder pasar el poco tiempo que tenía junto a su querida y hermosa hija. Para él, su joven hija lo era todo, y sería capaz de quitarse el pan de la boca para dárselo a ella. Era una bella joven, inteligente, obediente y llena de virtudes. Martín había quedado viudo dos años atrás y no le quedó más remedio que luchar a brazo partido cada día para conseguir que su única y amada hija pudiese acceder a estudiar en la universidad.

El trato que había entre Felipe y Martín era inexistente, aunque cada uno conocía bien al otro. Un día Felipe recibió una visita muy importante a su mansión. Se trataba del presidente ejecutivo de un conglomerado industrial con muchísimo poder e influencia en el mercado financiero. Felipe lo agasajó con todos los caprichos habidos y por haber, pero la visita quería algo diferente para saciar sus deseos más lujuriosos. Deseaba que Felipe le consiguiese una chica virgen con la que tener relaciones sexuales. Felipe, sabiendo que de la satisfacción de este ejecutivo dependía mucho dinero en el futuro, se acordó de la hija de su vecino.

Aprovechando que Martín se hallaba trabajando, Felipe engatusó a la bella joven con promesas vacías, y entre mentira y mentira, consiguió llevarla a su mansión. Cuando la hija de Martín quiso darse cuenta de las intenciones de Felipe, fue demasiado tarde. Con gran violencia, el ejecutivo la golpeó hasta desmayarla y así consumar uno de los más deplorables y abyectos actos que un hombre puede hacer con una mujer indefensa: la violación.

Medio muerta y con el rostro entumecido por los golpes furiosos del ejecutivo, la hija de Martín logró escapar de la mansión para refugiarse en su pequeña casita mientras sollozaba desconsoladamente ante su injusta suerte. ¿Cuál ha sido tu reacción ante un caso tan espeluznante? ¿No te has sentido capaz de vengar el ultraje cometido contra la hija de Martín? ¿No te hierve la sangre ante tamaño crimen? Seguro que sí. Si permaneces impasible ante una historia así, o tu sangre es horchata, o has visto demasiadas cosas en la vida real que han endurecido tu alma.

Este relato ficticio es una realidad en muchos lugares de este mundo. El débil es pisoteado sin misericordia por el poderoso, el pobre es acogotado por el rico, la mujer es despreciada como carne de consumo sexual y el menesteroso recibe las burlas de los ladrones de guante blanco. ¿Cómo no habríamos de indignarnos ante casos de violencia flagrante y de destrucción de la dignidad del ser humano?

A. INJUSTICIA AJENA Y PROPIA (vv. 1-6)

Esta historia no es más que una adaptación contemporánea de un relato que el profeta Natán narró al rey David. Es una historia inolvidable porque toca la fibra más sensible de nuestra conciencia y de nuestro sentido de la justicia. Es una historia que nos recuerda que todos podemos llegar a cometer injusticias contra los demás. Es una historia que desenmascara a un rey, despojando a sus actos pecaminosos de su capa de racionalización. Es una historia que habla directamente al corazón de nuestra inclinación a hacer el mal por razones peregrinas y caprichosas. Es una historia que de algún modo nos ha retratado, trayendo a nuestra memoria ocasiones en las que hemos desobedecido a Dios manipulando al prójimo. Es, en definitiva, tu historia y mi historia.

Al igual que Natán dejó que David juzgase cuál debía ser la sentencia condenatoria para el hombre rico que se apropió de lo que no era suyo, arrebatando lo que más quería otro ser humano, esta historia nos habla de nosotros robando sin compasión la felicidad de los demás.

Es muy fácil acusar a los demás de ser injustos. Es muy sencillo escuchar una historia como la que Natán cuenta a David y señalar con el dedo acusador a otros. Resulta un ejercicio muy interesado percibir la injusticia en terceros en vez de notarla en nosotros mismos. Me gusta cómo Natán reacciona inmediatamente ante la sarta de penas y castigos que David quisiera aplicar al rico de la historia. Le dice con rotundidad aquello que David nunca querría escuchar: “¡Ese hombre eres tú!” (v. 7).

Lo que el profeta de Dios quiere conseguir es que David, después de un año y pico de desobediencia abierta a la voluntad del Señor, recapacite y se dé cuenta de la mentira en la que está viviendo.

¿Estás tú viviendo una mentira? ¿Existen en tu vida pecados no confesados o prácticas que no son agradables a los ojos de Dios, pero que excusas con argumentos que ni tú mismo te crees? ¿Hay en tu corazón un peso que no deja que tengas una comunión feliz y completa con Dios? Si es así, no esperes a que un profeta de Dios venga a contarte una historia que tú ya conoces.

Desembarázate del pecado que te asedia arrepintiéndote del tiempo y de las consecuencias que éste ha causado y sigue causando en tu vida y en la vida de otros. Confiesa abierta y sinceramente tu desobediencia y rebeldía ante Cristo para que él pueda perdonarte y librarte de la maldición que conlleva el pecado no confesado.

B. BENDECIDOS Y DESAGRADECIDOS (vv. 5-12)

Natán no solo recrimina a David exponiendo la oscuridad de su corazón, sino que le recuerda que Él le había dado todo, y que su conducta pecaminosa en relación con Betsabé iba a traer cola. Su familia iba a sufrir el precio de sus actos. Sus hijos se sublevarían contra él, el hijo que esperaba de Betsabé moriría, y el ejemplo de su lascivia, adulterio y asesinato sería una mancha que nunca se borraría del comportamiento de sus descendientes.

El pecado que se guarda en lo profundo del alma corrompe y pudre el espíritu. Cuando cometes una acción contraria a los designios de Dios y no solicitas inmediatamente su perdón con arrepentimiento genuino, ese pecado va creando una especie de costra pétrea en nuestra conciencia. Esta dura capa justificará cada acto pecaminoso como necesario o con una importancia relativa según el momento y la ocasión. Esto es justamente lo que había pasado con David. En vez de presentarse contrito ante Dios por su cúmulo de errores y crímenes, decide casarse con la viuda de Urías, Betsabé. En lugar de reconocer su metedura de pata, decide vivir como si aquí no hubiese pasado nada.

Dios había bendecido enormemente a David, y sin embargo, éste había optado por desear más de lo que debía tener. A nosotros nos pasa exactamente lo mismo. El Señor nos colma con aquello que necesitamos, pero esto no nos basta; queremos beber de cisternas rotas y llenas de arena, anhelamos satisfacer los deseos concupiscentes de nuestra carne y deseamos ir más allá de lo que Dios permite en su Palabra santa. Así luego pasa lo que pasa.

Las consecuencias de nuestros pecados nos alcanzan y los efectos de nuestras equivocadas acciones pueden llegar a acabar con la felicidad y la vida de los que nos rodean. Todo por no confiar en la provisión de Dios y por no contentarnos con las grandes y abundantes bendiciones que el Señor nos ofrece día tras día.

C. CONFESIÓN Y ARREPENTIMIENTO

Como hemos podido comprobar en la Palabra de Dios, cualquier historia personal que en ella es contenida, habla más de nosotros de lo que podríamos imaginarnos. David era aquel hombre injusto y merecedor de la muerte. Tú y yo también lo somos si en nuestras vidas todavía existen pecados que creímos enterrados en el olvido, pero que suelen emerger a la superficie para recordarnos que sus consecuencias aún siguen vivitas y coleando.

Como al final hizo el rey David (v. 13), examina tu corazón en este instante y no seas remiso a confesar cualquier transgresión o iniquidad que pudiese estar obstaculizando tu comunión con Dios y tu relación con alguien que conoces y que está sufriendo por causa de éstas.

Desahógate ante Dios en este momento y expón sin temor ese pecado que no te deja descansar, que hace que te remuerda la conciencia, y no dudes en tratar de arreglar aquello que pudo haberse roto por razón de ese pecado que decidiste tragar y ocultar en el abismo de tu corazón.

Arrepiéntete y confiesa tu pecado, para que el Señor enjugue tus lágrimas, perdone tu delito, ponga paz en tu alma, y te ayude a no volver a tropezar de nuevo con la misma piedra.

BECAS CONVENCIÓN UEBE 2020

Como hemos hecho en estos últimos años desde el Ministerio de Juventud UEBE, así queremos hacer en este año 2020: ofertar becas para aquellos delegados de iglesia de entre 16 y 30 años de edad que vayan a asistir a la Convención UEBE 2020. Somos conscientes de la necesidad que existe en nuestras iglesias de incidir en la idea de comunidades de fe intergeneracionales y en la apuesta por nuevas generaciones que pueden y deben ayudar a sus congregaciones a crecer en todos los sentidos. Deseamos hacer escuchar nuestro parecer en relación a temas eclesiales nucleares, y qué mejor forma de hacerlo que expresarnos en un foro como es la Convención UEBE 2020.

Con este propósito en mente, desde Juventud UEBE queremos ofertar una serie de becas a jóvenes, pero sobradamente preparados, que porten la voz de sus iglesias respectivas. Para los delegados jóvenes inscritos en régimen de pensión completa, disponemos de 50 euros de beca. Para que podáis ser beneficiarios de esta ayuda será necesario que nos envíes a la siguiente dirección de email (juventud@uebe.org), el formulario habilitado en la sección de registro para la Convención UEBE en la página www.uebe.org. La fecha tope es el 14 de septiembre de 2020, aunque os avisamos de que tenemos un presupuesto limitado y que las solicitudes se asignarán en estricto orden de llegada.

También os animamos a que también asistáis como visitantes o delegados sin alojamiento en el hotel. En estos casos, si necesitáis ayuda, deberéis ser pacientes y esperar al día 15 de septiembre para verificar si todavía quedan fondos para ello. En consideración hacia las iglesias más distantes como Canarias, Ceuta, Melilla, Galicia, Asturias y Extremadura, éstas tendrán prioridad.

Para solicitar las becas es menester seguir las siguientes instrucciones:

  1. La beca para delegados jóvenes deberán ser solicitadas por el pastor o responsable de la iglesia que los envía.
  2. Una vez enviado y confirmado el formulario nos pondremos en contacto con el pastor o responsable de la iglesia para comunicar la aceptación de la solicitud.
  3. A continuación, deberás cumplimentar el formulario de inscripción a la Convención UEBE 2020 seleccionando la opción «Delegado con beca YA CONCEDIDA del Ministerio de Juventud.»

Si tenéis cualquier duda o pregunta, podéis escribir a nuestro email (juventud@uebe.org) o enviar un Whatsapp al 653243131.

We want you!!!

AGRADANDO COMO CRISTO

TEXTO: ROMANOS 15:1-3

No siempre podemos agradar a todo el mundo. No siempre podemos actuar como los demás desean, ni hemos de asentir ante cualquier comentario que se nos haga. No podemos consentir la injusticia o la mentira por mucho que amemos a una persona, así como no podemos tolerar actos de terceros que menoscaben nuestra fe y nuestros principios. Por desgracia, en múltiples ocasiones preferimos agradar a los demás para tener la fiesta en paz. Transigimos para evitar males mayores o para no enfadar al amigo. Intentamos agradar a los demás para hallar su aceptación, para poder unirnos a un grupo determinado que nos gusta o para demostrar nuestra admiración a alguien.

Agradar en estos días que corren se ha convertido en sinónimo de hipocresía. Muchas de las cosas que llevamos a cabo para agradar a alguien tienen un interés o un motivo. Para alcanzar determinadas cosas, somos capaces de dejar a un lado nuestra ética cristiana. Con el objetivo de lograr nuevas aspiraciones en la vida, preferimos, por desgracia, despojarnos de nuestra vestidura de verdad y sinceridad. Agradar por tanto, se convierte en una actuación momentánea y efímera que persigue el “por el interés te quiero, Andrés.”

Cuando llevamos el agradar a alguien al escenario de la comunión fraternal de la iglesia, muchas cuestiones surgen en nuestras mentes: “¿A quién debo agradar? ¿Y cómo debo hacerlo sin parecer un hipócrita? ¿Cuál ha de ser mi modelo a la hora de agradar?”

Pablo conocía las respuestas a estas preguntas, ya que él mismo era un gran observador de la naturaleza humana en acción, sobre todo cuando examinaba la realidad de la iglesia de Cristo a la que pertenecemos tú y yo. Temas de conciencia como comer la carne ofrecida a los ídolos, prejuzgar al hermano o cumplir con las festividades del calendario judío, eran asuntos que provocaban diferencias y debates en la iglesia primitiva, y ante los cuales Pablo manda una serie de exhortaciones y consejos prácticos.

A. AGRADARNOS A NOSOTROS MISMOS (v. 1)

“Así que, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos.”

¿Acaso agradarse a uno mismo es malo? ¿Poder disfrutar personalmente de la vida y todo lo que nos ofrece es un acto negativo? Por supuesto que no. Resultaría algo incongruente pensar que no debemos agradarnos a nosotros mismos. Como jóvenes creyentes buscamos seguir creciendo en la fe de Cristo, así como ejercitar la libertad que él conquistó para nosotros en términos de conciencia. Velar por nuestras necesidades, practicar aquello que nos gusta o cuidarnos espiritual y materialmente no debe ser un problema. Pablo, hablando de la comida y de las observancias religiosas, pide al creyente maduro que no menosprecie al hermano más débil por no alimentarse de la carne ofrecida a los ídolos. El cristiano maduro sabe que “nada es inmundo en sí mismo” (Romanos 14:14), pero ofende al que cree que sí es así cuando intenta imponer su criterio particular.

Convertimos el agradarnos a nosotros mismos en algo malvado cuando entorpecemos con nuestro testimonio a otros hermanos que están comenzando a gatear en el camino de Cristo. Para unos bailar y disfrutar de un tiempo de diversión mesurada es algo bueno, que no desagrada a Dios y que permite que el gozo y la alegría fluyan tras una semana de duro y arduo trabajo y estudio. Sin embargo, para otros hermanos a los que amamos, esto les puede suponer un problema de conciencia. A estos, Pablo les dice: “El que no come, no juzgue al que come; porque Dios le ha recibido.” (Romanos 14:3) Es decir, que ni el creyente firme en la fe debe menospreciar al más débil, ni el débil ha de obligar al cristiano más fuerte que él a hacer lo que él desee: “De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí.” (Romanos 14:12)

El creyente con mayor trayectoria espiritual tiene una gran responsabilidad para con el más débil. En su amplio conocimiento del amor de Dios y del amor que debe mostrar para con sus hermanos, ha de soportar las flaquezas de los débiles: “No hagas que por la comida tuya se pierda aquel por quien Cristo murió.” (Romanos 14:15b)

Esto no quiere decir que hemos de renunciar a hacer un uso razonable de nuestra libertad de conciencia y que los débiles se llevan el gato al agua. Lo que quiere decir es que agradarnos a nosotros mismos implica que no hemos de entrar en vanas disputas que no llevan a ningún lado, enseñando a los más débiles a crecer y fortalecerse en Cristo para que lleguen a discernir correctamente lo que implica la libertad que Cristo nos dio. Los que llevamos más años en la fe hemos de recordar siempre que no siempre fuimos fuertes y que también pasamos por tiempos de debilidad y endeblez en nuestro peregrinaje personal.

B. AGRADAR A LOS DEMÁS (v. 2)

“Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para edificación.”

Agradar a los demás también es algo bueno en gran manera. Provocar una sonrisa, aplaudir un logro personal o ayudar a nuestro prójimo en aquello que necesite son maneras muy positivas de agradar a nuestro semejante. Apoyar a un hermano que se encuentra en dificultades, alentarlos cuando se quedan sin fuerzas o interceder ante Dios por ellos son formas de agradar a aquellos que comparten nuestra fe y nuestra esperanza. Sin embargo, Pablo desea que nuestro modo de agradar a los demás esté bien dirigido. No nos dice que agrademos al prójimo en todo. Sabemos que no podemos ni debemos agradar al hermano en cualquier cosa: “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano.” (Mateo 18:15)

A menudo, muchos de nuestros jóvenes acuden a nosotros para que confirmemos y justifiquemos actos que no agradan a Dios. Otras veces, desean de nosotros que les digamos justamente lo que quieren oír. Intentan que estemos de su parte incluso en circunstancias de dudosa calidad o que participemos de actividades que estimamos no son las más propias de un creyente en Cristo.

Pablo nos exhorta a agradar a nuestro semejante en lo que es bueno. No podemos ser cómplices de conductas perversas ni convertirnos en testigos mudos de prácticas totalmente contrarias a lo establecido por Dios en Su Palabra. Él mismo tuvo sus más y sus menos con el propio Pedro: “Pero cuando Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de condenar… Cuando vi que no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio, dije a Pedro delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar?” (Gálatas 2:11,14)

No debemos encogernos de hombros y dejar que nuestros hermanos más débiles y jóvenes se vean arrastrados por la desobediencia o la dejadez. Como hijos de Dios y hermanos en Cristo que somos, solo podemos auxiliar y actuar en consecuencia con aquello que es bueno, y no con cosas que atentan contra el buen nombre de la iglesia y de Dios.

Pablo afina aún más en su percepción de lo que significa agradar al hermano, ya que habla de hacerlo para edificación del prójimo. No solo agradamos en lo bueno, sino que además lo hacemos para fortalecer, afirmar y cimentar la vida de nuestro querido hermano. Por tanto, todo aquello que no redunde en un beneficio espiritual para la vida del hermano, o todo aquello que impida e imposibilite que el hermano crezca saludable en Cristo, debe ser rechazado. Cualquier consejo que demos a nuestros hermanos más jóvenes siempre debe dirigirse a que ellos lleguen a ser como Cristo. ¡Qué mejor modo de agradarles que acompañarlos día tras día hasta su madurez en el evangelio!

C. AGRADAR COMO CRISTO AGRADÓ (v. 3)

“Porque ni aún Cristo se agradó a sí mismo; antes bien, como está escrito: Los vituperios de los que te vituperaban, cayeron sobre mí.”

¿Qué modelo es el más apropiado para hallar el equilibrio entre agradarme a mí mismo y agradar a los demás? Sin duda, este modelo es Cristo: “Haya, pues, este mismo sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” (Filipenses 2:5-8)

Cristo es nuestro ejemplo claro sobre lo que significa agradar, ya que no agradó únicamente a Su Padre Celestial al que amaba, sino que agradó sin condiciones a pecadores irredentos como nosotros. No se fijó en la mancha de pecado que nos había cubierto, sino que en su increíble amor, dio su vida para perdonar y limpiar la nauseabunda oscuridad que anidaba en nuestro interior.

Los insultos y las provocaciones de los que somos objeto recayeron por completo en Cristo, y en ese mismo espíritu de sacrificio y amor, Dios desea que agrademos a los demás: “Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; quién llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados.” (1 Pedro 2:21-24)

Nuestra manera de agradar a los demás según el estándar de Cristo radica en seguir “lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación.” (Romanos 14:19) Agradar como Cristo agradó, en definitiva, supone agradar a Dios en obediencia y servicio, “porque el que en esto sirve a Cristo, agrada a Dios, y es aprobado por los hombres.” (Romanos 14:18)

Cristo no se alineó con los hipócritas y los que pretendían agradar a Dios con sus públicas expresiones de piedad y religiosidad. Nunca toleró la maldad que supuraba de los corazones podridos de los que ansiaban el poder y la autojusticia. Nunca dejó de agradar a Dios, de cumplir Su voluntad en su vida por agradar artificialmente a los poderosos e influyentes líderes religiosos de la época: “Porque el que me envió conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada.” (Juan 8:29)

CONCLUSIÓN

Joven, atiende al ejemplo que Cristo te brinda en aquello que se relaciona con agradar a tu prójimo y a Dios. Agrada amando, pero siempre colocando tu mirada en las instrucciones bíblicas.

Agrada a tu hermano para que crezca en el conocimiento de Dios, y así tú también te agradarás a ti mismo sin sombra de egoísmo, por cuanto recibirás recompensas espirituales que surgirán del gozo de ver como este hermano madura y se afirma en las verdades de Dios.

Agrada a Dios antes que a los hombres, y podrás constatar que a pesar de lo difícil que esto puede llegar a ser, y más en la época de la juventud, abundantes beneficios y bendiciones recibirás de tu Padre que se goza al ver que obedientemente cumples con Su voluntad. Agrada a Dios, y Él nunca se separará de tu lado.

CONSEJOS DE UN PADRE A SU JOVEN HIJO

TEXTO BÍBLICO: PROVERBIOS 4:1-15

Martinet Lanzó su mochila en el vestíbulo visiblemente afectado por algo. Tenía un humor de perros y no dejaba de mascullar por lo bajini una sarta de amargas quejas e improperios. Su padre, Martín, sentado una de las butacas del salón contempló impertérrito cómo su hijo pasaba como una exhalación cerca de él, sin que éste lo saludase ni hiciese el menor gesto de haberlo visto. “¿Qué mosca le habrá picado?”, se preguntó el padre. “Normalmente viene contento de pasar tiempo con los amigos después de clase,” pensó para sus adentros. Un portazo sonó estridente en el pasillo y hasta los cuadros temblaron en sus colgaduras. Preocupado, Martín decidió que, tras unos minutos de gracia, debía hablar con su vástago. Fuese cual fuese el problema que estaba transformando a su hijo de alguien amable y educado en una furia mitológica, Martín se veía en la obligación de ayudar a superarlo o solventarlo, dependiendo de la cuestión que le plantease su hijo. Después de un rato razonable, se acercó a la puerta de la habitación de Martinet, y llamó con un par de golpes.

Martinet, ¿ocurre algo?,” preguntó Martín. Silencio. Martín volvió a insistir: “Sabes que puedes contar conmigo para intentar solucionar lo que quiera que te esté avinagrando el carácter.” La única respuesta que se oyó desde el fondo de la habitación fue un “déjame tranquilo” apagado y sollozante. Martín se tomó la libertad de abrir un poco la puerta y echar un vistazo. Allí estaba Martinet: tumbado boca abajo en su cama, tapado con el edredón e inmóvil. El padre se sentó suavemente en la silla del escritorio atestado de papeles, tazas del desayuno de esa mañana y bolsas vacías de patatas fritas. Apoyó su mano en lo que se suponía era la cabeza de su hijo y lo acarició un par de minutos. Al fin, el pelo despeinado de Martinet hizo acto de aparición junto con un rostro enrojecido por las lágrimas. “Martinet, ¿qué te pasa? ¿Ha sucedido algo grave con tus amigos o en clase?,” inquirió su padre. Con voz temblorosa por la rabia y el desconcierto, Martinet le respondió: “La vida no es justa. Todo lo malo me pasa a mí. Ya no puedes confiar en nada ni en nadie.” Con el ceño fruncido, Martín quiso conocer con más detalle el motivo de la indignación que brotaba del pecho de su amado hijo.

A unos cuantos de la cuadrilla se les ha ocurrido entrar en el hipermercado a robar bebidas, y a pesar de que algunos hemos intentado quitarles la idea de la cabeza, al final nos han convencido de que no pasaría nada, que tenían un método infalible para quitar el sensor, y que lo importante era poder divertirse, hacer que la adrenalina circulase por la sangre, pasarlo bien. El plan parecía perfecto, de verdad, papá. Y justo cuando íbamos a salirnos con la nuestra, el guardia de seguridad nos ha cogido a mí y a Fulano, y el resto ha salido corriendo dejándonos tirados. Te lo estoy contando porque pronto recibirás una notificación de la policía, y prefiero decírtelo ahora. Estoy avergonzado y siento haber metido la pata de esta manera. ¿Podrás perdonarme? Eso sí, en cuanto pille a los fugitivos de la cuadrilla les voy a dar su merecido…,” contó Martinet entre hipidos. Otra clase de padre hubiese cogido de una oreja a Martinet y le hubiera echado una bronca de campeonato. Lo hubiera castigado a cadena perpetua sin paga ni móvil ni salidas con los amigos. Sin embargo, Martín, valorando la sinceridad y la contrición de su hijo, decidió darle una nueva oportunidad.

Mira, hijo, debes recordar todo lo que te he ido enseñando a lo largo de tu joven vida. Sabes que sirvo a Dios y que mi existencia está dirigida por valores y principios regidos por la voluntad de Dios expresada en su Palabra. No voy a castigarte ni a abroncarte. No creas; ganas no me faltan. Pero creo que has aprendido la lección más básica del mundo: los malos caminos nunca llevan a buenos destinos. No obstante, quisiera compartir contigo unas palabras que te van a ayudar a pensártelo dos veces antes de involucrarte en pendencias, delitos y travesuras.” Martín buscó en la estantería de la habitación de su hijo y cogió un ejemplar de las Sagradas Escrituras que le había regalado hacía ya varios años. Quitándole el polvo de un soplido, Martín abrió la Biblia por el libro de Proverbios, concretamente en el capítulo cuatro. Martinet se sentó rodilla con rodilla con su padre, y retirando con el dorso de su mano un lagrimón de su mejilla, prestó atención a los consejos que su padre le iba a dar.

Escuchad, hijos, la enseñanza de un padre; estad atentos, para adquirir cordura. Yo os doy buena enseñanza; por eso, no descuidéis mi instrucción. Yo también fui un hijo para mi padre, delicado y único a los ojos de mi madre. Él me enseñaba, diciendo: “Retén mis razones en tu corazón, guarda mis mandamientos y vivirás.”” (vv. 1-4) Martín, alzando su mirada de estas palabras, observó a su hijo, a la carne de su carne y sangre de su sangre. Era su viva imagen cuando él mismo era joven e intrépido. Por supuesto, sus ojos eran de su madre, y la forma de su barbilla le recordaba siempre a ella. Martín recordaba también aquellos tiempos en los que se entregaba a la presión de grupo, en los que se unía invariablemente a los proyectos de dudosa moralidad que se proponía en la cuadrilla. A su memoria venían recuerdos de fechorías y díscolas actividades, y de cómo en una de estas transgresiones de la ley uno de sus amigos había perdido la vida a causa de su mala cabeza. También rememoraba ahora el modo en el que su padre lo había cogido por banda para hacerle entrar en razón y para hacerle ver que estaba cometiendo errores que tendrían consecuencias para su futuro.

Debes escucharme, Martinet. No voy a echarte el sermón para amargarte el día, ni para hundirte más en la miseria, ni para cumplir mi expediente como padre. Solo quiero aconsejarte, del mismo modo que hicieron mis padres cuando la tontería se saldó con un precio demasiado alto para ser pagado. Presta atención a mis palabras y atesóralas en tu corazón. No hagas lo del “predícame padre, que por uno me entra y por el otro me sale.” Si ahora te digo estas cosas es porque te quiero, y deseo con toda mi alma que tomes en consideración la vía de madurar y de pensar las cosas desde la óptica de Jesús, en vez de lanzarse al fango sin ton ni son. Lo que intento decirte es que entiendas que lo que la Palabra de Dios te transmite en cuanto a tomar decisiones sabias y sensatas, en lugar de dejarte llevar por lo que otras personas te digan.”

Yo también fui joven como tú, y mis padres trabajaron para inculcarme valores cristianos y enseñanzas útiles para mi formación como persona de bien. Algunas veces les hice caso, y otras preferí seguir la corriente de mis amistades. Cuando puse en práctica los consejos de ambos, las cosas me fueron bien. Cuando creí que podía hacer lo que me viniera en gana junto a mis iguales, entonces cometí errores que siguen estando en mi mente como cicatrices de una gran tragedia.”

Mis padres me amaban,” prosiguió Martín. “Me querían hasta el delirio. Incluso cuando me equivocaba y optaba por tomar decisiones erradas, ellos estaban ahí para ayudarme y para tratar de sacarme de los atolladeros en los que me metía por voluntad propia. Y no cesaban de manifestar su cariño incondicional a través de las meditaciones, los devocionales y las lecturas de la Palabra de Dios. Yo no quiero que llegue el momento en el que algo más que un furtivo episodio de robo llame a la puerta de este hogar. Y por eso quiero transmitirte lo mismo que mis padres me ofrecieron: la impagable y maravillosa sabiduría de vida que surge de la reflexión bíblica y del aprendizaje espiritual. Mi padre siempre me decía que debía retener y entretejer las enseñanzas de las Escrituras en mi manera de pensar, de actuar y de hablar. Si quería tener una vida provechosa, feliz y satisfactoria más allá de la locura de la juventud, debía hacer mías cada una de las palabras escritas en la Biblia.”

Martinet asintió, todavía cabizbajo a causa del peso de su problema. “Lo sé, papá. Dentro de mí sé que no debía haberme dejado embaucar y engañar por mis supuestos amigos. Pero, es que, si uno quiere encajar dentro del grupo, ha de demostrar que se está dispuesto a arriesgarse a la hora de impresionar a los demás.” Martín, lo miró de hito en hito, y respondió: “Hijo, hay algunas acciones que te pueden marcar de por vida. Y has de saber que el tiempo para impresionar a tus iguales pasará, y deberás construir tu vida sobre decisiones acertadas y dirigidas por Dios si quieres prosperar.” “Lo sé,” acertó a decir Martinet mientras aguzaba el oído ante los consejos de su padre.

Martín siguió leyendo Proverbios 4: “Adquiere sabiduría, adquiere inteligencia, no te olvides de ella ni te apartes de las razones de mi boca; no la abandones, y ella te guardará; ámala, y te protegerá. Sabiduría, ante todo, ¡adquiere sabiduría! Sobre todo lo que posees, ¡adquiere inteligencia! Engrandécela, y ella te engrandecerá; te honrará, si tú la abrazas. Un adorno de gracia pondrá en tu cabeza; una corona de belleza te entregará.” (vv. 5-9)

Sé que el impulso juvenil a veces nos ha hecho dar coces contra el aguijón infinitud de veces, hijo. A menudo hemos creído que lo sabíamos todo de la vida, que nadie, ni siquiera nuestros padres nos podrían enseñar algo nuevo. Cuando llegamos a la adolescencia pareciera que nos vamos a comer el mundo, y cuando comienzan a asediarnos los problemas y las adversidades, entonces aprendemos que el mundo es el que se nos come a nosotros. A fin de evitar este tipo de situaciones ahora en tu juventud, procura siempre rodearte de personas sabias, que saben lo que se hacen, que tienen experiencia y han vivido lo que tú estás todavía empezando a experimentar. No dejes de leer la Palabra de Dios en todo tiempo, para que tus días se llenen de disfrute y deleite y así no se trunquen por los deseos impetuosos de la juventud. Busca ser sabio, no en tu propia opinión, sino procura empaparte de las enseñanzas espirituales que se despliegan ante ti en la Biblia. No le des la espalda a las lecciones que Dios quiere plantar en tu corazón, porque, lamentablemente, y te lo digo, hijo, por propia experiencia, habrás de probar la hiel amarga de las consecuencias,” explicó Martín a su vástago mientras ponía una de sus manos en su hombro.

Pensativo, Martín retomó el hilo de sus argumentos: “Mira, hijo. En esta vida se nos intenta vender la burra de que lo material lo es todo, de que el consumismo y el capitalismo es lo que da verdadero valor a un ser humano. Te verás tentado por toda clase de atractivos que ofrece este mundo gobernado por Satanás. Pero si algo has de tener de sobra siempre, en cada ocasión y circunstancia, es sabiduría de lo alto, es temor de Dios. Así podrás vencer las artimañas del maligno, evitarás unirte a las infracciones que tus amigos cometen con la excusa de la diversión, y tu nombre será reconocido como el nombre de alguien en quien se puede confiar, que tiene un estilo de vida íntegro y que antepone siempre a Dios por delante de todas las cosas. Cuando camines por el mundo, nadie tendrá nada que reprocharte o echarte en cara, y la hermosura de un testimonio digno de Cristo te abrirá muchas puertas, puertas que te conducirán a la felicidad y a la gloria. Tal vez ahora que eres joven no des importancia al valor de ser apreciado por ser honesto y honrado, pero llegará un día en el que comprenderás la relevancia de vivir coherentemente con tu fe en Dios.”

Papá, yo te considero un ejemplo real de lo que Dios puede hacer en la vida de cualquiera que le busca. Yo mismo quisiera tener la fe que tú tienes. Aún tengo muchas cosas que comprender, cosas a las que les estoy dando vueltas desde hace algún tiempo. Y duele saber que no puedes confiar en aquellos que quieres creer que nunca te dejarán en la estacada. Todo es tan confuso y tan difícil de asimilar…,” musitó Martinet con un deje de enojo. Martín, comprendiendo su frustración, no quiso dejar pasar la oportunidad de clarificar lo que es la vida para cualquier persona, y para cualquier joven en particular. Volviendo al texto de Proverbios 4, siguió leyendo: “Escucha, hijo mío, recibe mis razones y se te multiplicarán los años de tu vida. Por el camino de la sabiduría te he encaminado, por veredas derechas te he hecho andar. Cuando andes, no se acortarán tus pasos; si corres, no tropezarás. Aférrate a la instrucción, no la dejes; guárdala, porque ella es tu vida. No entres en la vereda de los impíos ni vayas por el camino de los malos. Déjala, no pases por ella; apártate de ella, pasa de largo.” (vv. 10-15)

Martín puso en las manos de su hijo la Biblia: “En la vida solamente hay dos caminos. Que nadie te engañe diciéndote que hay tantos caminos como personas hay en el mundo. Eso no es cierto. Claro, todos tenemos nuestra historia, nuestras circunstancias y nuestro contexto. Pero todos paseamos por esta dimensión terrenal por dos clases de sendas. Si quieres ver cómo tu vida se va por el retrete, si deseas que tu futuro sea un revoltijo magmático de desdichas y miserias, y si ansías contemplar cómo todos tus sueños y proyectos se van a pique, solo tienes que escoger el camino de los perversos y de los delincuentes. Si quieres observar cómo tu familia se derrumba, cómo tu salud se deteriora a ojos vista y cómo la muerte viene a buscar lo que más quiere para arrebatártelo sin compasión, únicamente debes dejarte llevar por la corriente inmoral y depravada de este mundo. Roba, miente, sé infiel, engaña, codicia, arrebata y déjate esclavizar por sustancias estupefacientes y vicios infames. Este camino va cuesta abajo, no debes esforzarte para nada, y su pavimento es suave y llevadero. El problema es que te llevará directamente al infierno, a la condenación eterna, a la perdición espiritual y carnal. ¿Quieres engrosar la gran cantidad de personas que escogen esta autopista, y malgastar tu vida, Martinet?”

Martinet se quedó mirando a su padre con la boca bien abierta y los ojos como platos. “Papá, nunca te había visto tan serio y jamás te había escuchado decir estas cosas con tanta rotundidad y preocupación,” comentó Martinet. “Eso es,” replicó su padre, “porque nunca me habías dado motivos como para presentarte la realidad de los dos destinos eternos de esta forma tan lisa y llanamente. Te quiero con todas mis entrañas, hijo. Y por nada del mundo quisiera tener que verte recorriendo todos los tugurios de la ciudad rogando por unas monedas con las que calmar tu adicción a la bebida. No soportaría tener que recogerte en un callejón infecto bañándote en tu propio vómito. No deseo imaginarte dando bandazos en esta vida, sin propósito ni sentido, cayendo una y otra vez en los mismos errores, cometiendo los mismos pecados y enfrentándote a la cárcel o con la misma muerte.”

Un atisbo de lágrima pugnaba por saltar de sus ojos vidriosos, algo que no pasó desapercibido para su hijo. Martinet, dejando a un lado la Biblia, tomó de las manos a su padre: “No sabía que mis actos podrían afectarte tanto, papá.” Martín, sus ojos arrasados ya en llanto, confirmaba este afecto inefable, no sin acabar de dar una lección a su hijo sobre la sabiduría que procede de Dios: “Hijo, yo a la verdad me entristezco con solo pensar en lo que sería tu vida sin Cristo y sin inteligencia espiritual. Pero hay alguien con mayúsculas al que se le encoge el corazón cada vez que tú y yo no hacemos aquello que es correcto, bueno y agradable a sus ojos: a Dios.”

Recomponiéndose un poco, Martín concluyó su charla paterno-filial del siguiente modo: “Si la certeza de que hay un camino que destruye vidas y descompone semblantes no te mueve a meditar en la Palabra de Dios, si el temor a ver en el arroyo todos tus planes y proyectos a causa del egoísmo y el orgullo, quiero también que sepas que hay otro camino, un camino más excelente y que hará que tu vida valga la pena ser vivida. Ese camino es Cristo, el camino de la sabiduría y del discernimiento espiritual. Si transitas por esta vía, una senda tortuosa, sacrificada y estrecha, no exenta de amenazas y peligros, y sembrada de pruebas y tentaciones, y lo haces cogido de la mano de Dios, tu vida será como Dios diseñó que fuese desde el principio de todas las cosas. ¿Tendrás luchas internas? Seguro. ¿Albergarás alguna que otra duda? Te lo garantizo. Pero descubrirás que vivir según la sabiduría de Dios te facilitará ser feliz, cuidar de tu familia, tener un trabajo que realices con gozo para la gloria de Dios y disfrutarás de cada instante sin el sobresalto de las trágicas consecuencias de tu pasado.”

Este es el camino por el que intento andar cada día, pidiendo al Espíritu Santo que me guíe y que me transforme a la imagen de Cristo. ¿Soy perfecto? Sé que no lo soy, pero aspiro a serlo mientras obedezco y asumo los valores y principios que brotan de la Palabra de Dios. Nada me haría más feliz que aceptases voluntaria y personalmente la salvación y el señorío de Cristo, lo sabes. Pero es una decisión que tú mismo has de tomar. Espero que no haya sido demasiado pesado. Comprende de nuevo que anhelo por encima de todo tu bienestar físico, mental, emocional, y de manera sobresaliente, tu bienestar espiritual. Dame un abrazo, hijo.”

Martinet se lanzó a los brazos cálidos y tiernos de su padre, y los dos lloraron como solo saben llorar los padres junto a sus hijos. La pelota estaba en el tejado de Martinet, y ahora él, y solo él, tenía la última palabra sobre sus amigos, sobre sus acciones y sobre el evangelio de salvación de Cristo.

¿Has tomado ya tu decisión? ¿Has hablado a tus hijos de la inmensa alegría que te llevarías al verlos a los pies de Cristo? ¿Les has explicado con sencillez y profundidad la realidad de los dos caminos, el de la sabiduría y el temor de Dios, y el de la impiedad y el pecado? No tardes mucho en hacerlo, porque el porvenir eterno de nuestros descendientes está en juego.

Nuevos recursos para reuniones de jóvenes

Os presentamos un nuevo material diseñado para reuniones
de jóvenes en el que lo que prima es el estudio bíblico, el
espacio para la reflexión sobre temas de actualidad y una
plataforma desde la que compartir el modo en el que Dios
trabaja en nosotros y a través de nosotros como jóvenes
cristianos.


Este recurso irá saliendo cada mes y medio, y aquí os
dejamos el primer enlace en Onedrive para que podáis
descargarlo gratuitamente en vuestros dispositivos móviles,
ordenadores, o para que tengáis la posibilidad de
imprimirlos y tenerlos físicamente entre vuestras manos.


Esperamos que os guste y os animamos como jóvenes a
seguir profundizando en la Palabra de Dios.


Enlace «Alegría: Aprendiendo en Filipenses»:

https://1drv.ms/b/s!Agge5yhOStEtm1_OGiaxnQITAJT-?e=R8mFRj

CONFERENCIA ANUAL DE LA EUROPEAN BAPTIST FEDERATION YOUTH AND CHILDREN “CONNECT 2020” EN TALLINN, ESTONIA

      Como está siendo la tónica de estos últimos años, nuestro Ministerio de Juventud UEBE ha estado presente en una nueva edición de la Conferencia EBF Youth and Children, cuyo nombre hacía honor al propósito de la misma, esto es, la de conectar cada una de las uniones juveniles de veinte países europeos en torno a la comunión fraternal, el trabajo en equipo desde principios bíblicos prácticos y la adoración a Dios. Desde el jueves 16 al domingo 19, responsables de las áreas de juventud e infancia de toda Europa hemos podido participar de un hermoso y fantástico tiempo de aprendizaje, conocimiento mutuo y conexión.  

      La recepción y bienvenida de nuestros anfitriones fue realmente exquisita. No nos faltó de nada y todos los detalles fueron cuidados al milímetro. En nuestra reunión de apertura pudimos presentarnos y tuvimos intervenciones tanto del presidente como del secretario general de la EBF. El lugar en el que se llevaron a cabo nuestros encuentros fue la facultad de teología bautista en Tallinn, y su rectora también nos trasladó sus mejores deseos para la conferencia. El espacio invitaba a volver a saludar a hermanos y hermanas conocidos de otros años y a entablar nuevas conexiones con personas que asistían por primera vez a estas conferencias. 

      Ya entrados directamente en la materia que iba a tratarse a lo largo de los siguientes días como tema central, tuvimos la visita de Lucy Moore, representante de un proyecto de discipulado e iglesia conocido como “Messy Church”, algo así como “Iglesia Desastre”. Básicamente se trata de una idea más abierta de lo que es la iglesia formal, dado que se busca tener un encuentro mensual fuera de los servicios religiosos habituales, en el que se promueva la conexión intergeneracional y la invitación a personas no creyentes, por medio de actividades lúdicas, creativas y musicales. Más tarde, como mentor de Horizontes EBF, compartí unas breves palabras de ánimo e ilusión con el resto de representantes europeos acerca de este programa de liderazgo juvenil que hay que seguir potenciando y publicitando. También se nos informó de otro proyecto llamado “Vienna Project” en el que se ofrece la posibilidad de que jóvenes interesados en la misión puedan pasar un año entero en Viena a fin de completar un seminario que abarca numerosas asignaturas de teología. 

Lucy Moore y «Messy Church»

     El sábado tuvimos la ocasión de conocer mejor el modo en el que la unión estonia aborda asuntos como la misión, el discipulado y el trabajo juvenil. Después de comer nos dirigimos a la Ciudad Vieja de Tallinn para pasear bajo la lluvia y el frío por sus medievales callejuelas. Fuimos unos privilegiados al poder subir a la torre de la Iglesia de San Olaf, ya que normalmente solo abre de mayo a octubre, cosa que entendimos cuando llegamos a la cúspide de la misma. El viento, la lluvia y el frío eran casi irresistibles, pero las vistas merecieron la pena. Para rematar el día, se nos propuso cenar en un lugar espectacular, pudiendo seguir conociéndonos, estableciendo conexiones para futuros proyectos de intercambio.  

     El domingo nos dejó ver un poco de sol entre tanto nubarrón. Nos dispusimos a celebrar el día del Señor en una iglesia de las afueras de Tallinn, una experiencia encantadora e inspiradora que sigue manifestando que, más allá de nuestras distinciones culturales e idiomáticas, somos un solo cuerpo en Cristo. Ya volviendo a la Facultad Bautista, los delegados de cada unión juvenil votamos el informe anual de finanzas y elegimos a un nuevo miembro de la Junta Directiva de EBF Youth and Children, Samantha Post, procedente de Alemania. A lo largo de las conferencias, no dejó de haber instantes y personas que nos rogaran que próximamente pudiéramos albergar en nuestro país un encuentro de estas características.  

       Para despedirnos, disfrutamos de una Santa Cena muy especial a cargo de Tony Peck, el cual, magistralmente, nos guio en la Palabra de Dios sobre el significado de esta ordenanza cristiana. Con algo de tristeza en el corazón, nos fuimos saludando sabiendo que, si Dios así lo permite, el próximo año podremos encontrarnos en Sofía, Bulgaria. En resumen, el Señor nos volvió a mostrar lo valioso de considerarnos en la unidad y el amor por nuestra juventud europea. 

Culto de Adoración en la capilla de una iglesia a las afueras de Tallinn

GESTIONANDO LAS PALABRAS


TEXTO BÍBLICO: SANTIAGO 3:1-12

INTRODUCCIÓN

En muchas ocasiones hemos escuchado que el amor al dinero es la raíz de todos los males. Sin embargo, existe algo en todo ser humano que si se desmanda y descontrola es capaz de provocar los daños y perjuicios más grandes que se puedan dar en el mundo. Un órgano tan pequeño en relación al resto de nuestros cuerpos como es la lengua puede causar destrucción y dolor así como sanidad y alegría. En la actualidad, ya no solamente la lengua es el vehículo de nuestra expresión, ya que contamos con medios como el Whatsapp o las redes sociales para sacar a pasear lo primero que nos viene a la mente.

Como seres sociales que somos todos los habitantes de esta tierra, poseemos la capacidad de relacionarnos y comunicarnos con los demás de manera oral y audible. Nuestra lengua ha sido diseñada originalmente como un instrumento muy útil en el objetivo de hallar comunión con Dios y con otros seres humanos. Lo ideal sería que nuestras palabras pudiesen ser empleadas como expresión del amor, de la adoración a Dios o como vehículo de enseñanza y diálogo edificador. A través de nuestra lengua tenemos la posibilidad de comunicar experiencias, de demostrar aprecio, de resaltar las virtudes de los demás y de verbalizar la verdad.

El escritor de esta epístola, Santiago, seguramente había tenido la oportunidad de visitar varias iglesias del primer siglo después de Cristo. En ese periplo de visitas, pudo haberse hecho una idea de la importancia positiva y negativa que la lengua, como símbolo de la expresión de pensamientos, ideas e intenciones, tenía en el seno de la iglesia primitiva. Tras recabar información y experiencia suficiente al respecto escribe estas líneas en las que hoy nos centramos, para enfatizar el papel benigno o malévolo de las palabras.

Desde el primer versículo de este capítulo, Santiago nos introduce a una realidad que por lo visto era bastante común en muchas de las comunidades de fe que visitaba: el ministerio de la educación cristiana era el preferido por muchos, hasta el punto de que se descuidaban otras esferas del servicio cristiano mientras los que aspiraban a ser maestros se enzarzaban en conflictos y disputas en las que todos intentaban demostrar que tenían las credenciales ideales y oportunas para enseñar en la congregación.

Aunque parezca bueno que muchos creyentes quisieran ser maestros, algo que hoy día supondría una bendición viendo la necesidad y carencia de los mismos en muchas iglesias, no lo era tanto. El problema surgía cuando personas extrañas al evangelio aprovechaban este ministerio educativo para diseminar sus erróneas y falsas lecciones.

Santiago quiere que muchos de estos pretendidos maestros se quiten de la cabeza el serlo, y por ello apela a la grandísima responsabilidad que el maestro tiene al enseñar e inculcar el conocimiento correcto de Dios a sus alumnos. Una enseñanza torcida podía llevar a sus oyentes a creer cosas distintas a las que el verdadero evangelio de Cristo enseñaba. Los maestros un día serían juzgados por Dios, ante el cual todas las cosas son expuestas a la luz de la verdad.

Ser maestro no es una cosa cualquiera, y Santiago, como maestro que era, lo sabía: de ellos depende que la sana doctrina extraída de las Escrituras bajo el auspicio del Espíritu Santo, sea conocida entre el pueblo de Dios: «Hermanos míos, no ambicionéis todos llegar a ser maestros; debéis saber que nosotros, los maestros, seremos juzgados con mayor severidad.» (v. 1)

Ante este panorama problemático, Santiago desea realizar un contraste somero en el marco del asunto de la gestión de la lengua en la comunidad de fe. Para ello, comparte con los destinatarios de esta epístola y con nosotros hoy, tres puntos importantes para administrar eficaz y efectivamente nuestras palabras y discursos expresados tanto verbalmente como a través de nuestros dispositivos móviles y demás parafernalia relacionada con la tecnología de la comunicación:

A. BENEFICIOS DE LA LENGUA

«Todos, en efecto, pecamos con frecuencia. Ahora bien, quien no sufre ningún desliz al hablar, es persona cabal, capaz de mantener a raya todo su cuerpo. Y si no, ved cómo conseguimos que nos obedezcan los caballos: poniéndoles un freno en la boca, somos capaces de dirigir todo su cuerpo. Lo mismo los barcos: incluso los más grandes y en momentos de recio temporal, son gobernados a voluntad del piloto por un timón muy pequeño. Así es la lengua: un miembro pequeño, pero de insospechable potencia. ¿No veis también cómo una chispa insignificante es capaz de incendiar un bosque inmenso?» (vv. 2-5)

Santiago comienza con una confesión que muchos tendríamos que realizar antes de hablar. Somos pecadores y solemos cometer errores continuamente. Si nuestro pecado sigue estando ante nosotros, y vemos cómo aquello que parece más puro e inocente se convierte por obra y gracia de nuestra insensatez y rebeldía en algo malvado y oscuro, ¿cómo no va a suceder lo mismo con la lengua?

Pablo señala en una de sus epístolas que nada es malo en sí mismo, por lo que podemos colegir que la lengua en sí misma y empleada según las directrices de Dios es una herramienta bendita y beneficiosa. ¿Cómo sino podemos cantar alabanzas a Dios, predicar el evangelio a los incrédulos, enseñar la verdad a los ignorantes o denunciar las injusticias que se ceban con la raza humana? La lengua es útil para entablar nexos de respeto, amor y sabiduría entre los seres humanos.

Por eso Santiago nos emplaza a que cada palabra que pueda salir de nuestras bocas o de nuestros móviles muestre que hemos sido cuidadosos con ellas, a no propiciar deslices que desemboquen en malas interpretaciones y discusiones. Nuestras bocas, muros de publicación y mensajes han de ser el receptáculo de la discreción y del decoro. Si por un instante se nos escapa un exabrupto, un comentario ominoso o un juicio de valor que menosprecie a otra persona, estaremos entrando en el terreno cenagoso de las disputas interminables.

No solo hemos de ser discretos, de no decir algo que no debemos decir porque alguien nos ha confiado algo de palabra, sino que también hemos de ser cabales. La cabalidad se demuestra en la reflexión profunda de una idea antes de expresarla. Pensar bien lo que se va a decir o escribir puede evitarnos muchos males, muchas contiendas y muchas heridas. A veces es mejor permanecer en silencio, no publicar nada o decir a la otra persona que no le puede dar una respuesta o un consejo de manera espontánea o inmediata, que hablar precipitadamente y sin medida de lo que se dice.

La sabiduría en el hablar y en el expresarse no reside en las muchas palabras o en vocablos hermosos y bien construidos, sino que se halla precisamente en saber callar, saber escuchar y saber meditar las respuestas.

Además Santiago nos da pistas de cómo podemos pecar menos, de cómo podemos controlar nuestro cuerpo y sus deseos carnales. Si somos capaces de controlar nuestras palabras tendremos la habilidad de dominar todo nuestro ser. Esto es harto difícil como sabréis bien. No es sencillo poder contestar con educación a quien nos insulta. No es fácil pensar bien las cosas en situaciones límite. No es un ejercicio simple atemperar nuestras palabras cuando la ira y la indignación se adueñan de nuestro corazón.

No obstante, Santiago utiliza dos ejemplos claros de que es posible, con la ayuda de Dios, el ejemplo de Cristo y la guía del Espíritu Santo, hablar y comunicarnos correcta y oportunamente. Primero emplea la imagen del caballo y el freno que se coloca en su boca. Es una imagen muy gráfica y reconocible, y procura en nosotros el poder afirmar que el jinete dirige a este noble animal a su antojo tirando y aflojando las riendas.

Muchas veces nosotros también necesitamos un freno en la boca y en los dedos. Cuando nos descontrolamos por la razón que sea solemos decir y escribir auténticas sandeces y estupideces. Dejamos salir lo más oscuro de nosotros y en esa acción hemos podido herir a otras personas. Con el freno de la Palabra de Dios en nuestras bocas y cerebros podemos transformar cualquier expresión o palabra descontrolada en palabras de paz y bendición.

En segundo lugar, Santiago nos habla del timón de cualquier barco, el cual puede llevar a buen puerto a bajíos de gran envergadura a pesar de las borrascosas condiciones del clima. En el preciso instante en el que las borrascas emocionales, sentimentales y espirituales se apoderan de nosotros, la ira y el enojo causan en nuestras palabras un efecto demoledor. Los reproches, las críticas destructivas y los menosprecios surcan las olas que la tormenta produce hasta hacer estragos en todo aquello que se le acerca.

¿Cuántas veces no hemos dicho cosas, de las que luego nos arrepentimos, tras comprobar el daño tan grande que hemos infligido a personas a las que queríamos? ¿En cuántas ocasiones el odio y la envidia no han dado a luz insultos, gritos y amenazas? Para no volver a caer en las mismas situaciones es preciso tener un timón, al Espíritu Santo que por medio de la conciencia y la prudencia, pueda aquietar nuestro rugido y suavizar nuestro carácter traicionero.

Santiago conoce muy bien el poder insospechado e inusitado que la lengua tiene, tanto para bien como para mal, y la compara esta vez con una chispa que incendia un gran bosque. El evangelio del Reino de Dios, cuando fue predicado por los apóstoles que Jesús había escogido, se extendió como la pólvora por todas partes, incendiando las costumbres paganas, las actitudes idolátricas y las enseñanzas mentirosas de aquellos que lo escucharon. Aquí la palabra tuvo gran poder para salvación y redención.

Sin embargo, también esta palabra tiene la potencia suficiente como para dividir iglesias, destruir vidas y lograr que la obra de Dios sea denostada por causa de los enfrentamientos existentes en la iglesia cuyo origen fueron chismes, difamaciones, burlas y murmuraciones. Las palabras, aun cuando son mentirosas o son fake news, pueden calar profundamente en el corazón del ser humano, propiciando que el fanatismo y el integrismo surjan de en medio de un fuego devorador.

B. PERJUICIOS DE LA LENGUA

«Pues bien, la lengua es fuego con una fuerza inmensa para el mal: instalada en medio de nuestros miembros, puede contaminar a la persona entera y, atizada por los poderes del infierno, es capaz de arrasar el curso entero de la existencia. El ser humano ha domado y sigue domando a toda clase de fieras, aves, reptiles y animales marinos. Sin embargo, es incapaz de domeñar su lengua, que es incontrolable, dañina y está repleta de veneno mortal.» (vv. 6-8)

Como dijimos anteriormente, la lengua posee un poder incalculable para hacer el mal. No tener cuidado con lo que se dice o escribe, cómo se dice, cuándo se dice, a quién se dice y porqué se dice, puede llevarnos a una suerte de infierno en la tierra.

Me figuro que ya habréis pasado por este trance en alguna ocasión, bien como ofensores o bien como ofendidos. En el preciso instante en el que nos pierde la sinhueso, podemos echar por tierra toda una vida de testimonio, toda una trayectoria de honradez y educación, y todo un estilo de vida sensato y prudente. Solo una palabra dicha o publicada de mala manera, con displicencia, con disgusto, con mala cara, con retintín, con ironía dañina o con la intención de poner el dedo en la llaga, es capaz de asesinar emocional y espiritualmente a una persona.

El propio Jesús habla acerca de esto en los evangelios cuando se refiere al homicidio interior, al emplear expresiones e insultos como «fatuo», «donnadie» o «traidor» para apuñalar la autoestima y la dignidad del prójimo: «El que se enemiste con su hermano, será llevado a juicio; el que lo insulte será llevado ante el Consejo Supremo, y el que lo injurie gravemente se hará merecedor del fuego de la gehena.» (Mateo 5:22).

Arrancarnos la lengua no servirá de nada o amputarnos los pulgares y los índices, pero sí tal vez mordérnosla alguna vez que otra para no incurrir en desatar los poderes infernales en la tierra o en la iglesia, o meter las manos en los bolsillos para contar hasta cien y calmar nuestro corazón desbocado.

Las palabras, al fin y al cabo, son la verbalización sonora o escrita de aquello que hay en nuestro interior, en nuestra alma y corazón. Ya lo dijo Jesús, que de la abundancia del corazón habla la boca (Mateo 12:34), y dependiendo de si esa abundancia es positiva o negativa, sabremos que las palabras dichas son solo el resultado de la contaminación interior que el pecado ha propiciado. Si hay avaricia, así hablaremos egoístamente. Si hay codicia, hablaremos con envidia y malicia. Si existe odio, nuestras palabras serán mazos contundentes y navajas afiladas.

Nuestras palabras suelen decir mucho de nosotros mismos, de aquello en lo que realmente depositamos nuestra fe y entrega. Las palabras y la lengua mal gestionadas al margen de lo que la Biblia señala al respecto son un peligro y una amenaza a la paz, la felicidad y la concordia en cualquier entorno, sociedad y cultura.

A pesar de que el ser humano tiene la habilidad y técnica como para domar a los animales salvajes, sin embargo no puede con el poder de una lengua sacada a pasear sin ton ni son. Cuando la lengua no está bajo el control férreo y sensato del Espíritu Santo, ésta se convierte en una lengua ponzoñosa y altamente problemática, hasta el punto de provocar la muerte, bien sea física o espiritual del prójimo.

¿O no recordamos episodios de bullying y ciberbullying en colegios e institutos que han llevado a jóvenes y adolescentes a suicidarse por causa de insultos, improperios y vejaciones psicológicas? ¿O no nos vienen a la mente situaciones dramáticas de violencia de género en las que la presión de las palabras venenosas ha desembocado en tragedias sangrientas? Hay palabras que hacen mucho daño, más del que quisiéramos admitir. De ahí que Santiago nos ponga en guardia ante el abuso de la lengua en todos los contextos, y más aún en el entorno de la iglesia de Cristo.

C. COHERENCIA CON LA LENGUA

«Con ella bendecimos a nuestro Padre y Señor, y con ella maldecimos a los seres humanos a quienes Dios creó a su propia imagen. De la misma boca salen bendición y maldición. Pero esto no puede ser así, hermanos míos. ¿Acaso en la fuente sale agua dulce y salobre por el mismo caño? Hermanos míos, ¿puede la higuera dar aceitunas o higos la vid? Pues tampoco lo que es salado puede producir agua dulce.» (vv. 9-12)

Después de constatar los beneficios y los perjuicios de la lengua y las palabras, Santiago desea desenmascarar la hipocresía. El autor describe de forma magistral e ilustrativa el grado de hipocresía que existía entre los creyentes de las primeras iglesias cristianas. Tal como en nuestros días, seguramente habría personas que se enorgullecían de su superespiritualidad, haciendo ostentación pública y clamorosa de su supuesta santidad y unción, pero que luego donde dije digo, dije Diego.

Estos maestros del fingimiento eran verdaderos actores que aparentaban una cosa con sus palabras dirigidas a Dios en el culto de adoración, pero que cuando se trataba de ayudar al hermano, de arrimar el hombro en el servicio o de cuidar de su semejante, si te he visto no me acuerdo. Nuestro prójimo debe ser tratado del mismo modo en el que tratamos a Dios, con amor. Jesús lo dejó muy claro: «Os aseguro que todo lo que hayáis hecho a favor del más pequeño de mis hermanos, a mí me lo habéis hecho. Os aseguro que cuanto no hicisteis a favor de estos pequeños, tampoco conmigo lo hicisteis.» (Mateo 25:40, 45).

Santiago dice que la hipocresía no tiene cabida en la iglesia, y que por supuesto, es abominación delante de Dios: «Esto no puede ser así, hermanos.» ¿Cómo vamos a engañarle con nuestros ritos y apariencias de piedad mientras pasamos olímpicamente de nuestros deberes para con nuestros hermanos? Seríamos demasiado estúpidos como para creer que Dios va a escuchar nuestras palabras cuando nos hacemos los suecos con los gritos de auxilio de nuestro prójimo.

CONCLUSIÓN

Si somos inteligentes y sinceros con nosotros mismos, sabremos que necesitamos gestionar correctamente a la luz de la Palabra de Dios, tanto el contenido como las formas de aquello que decimos.

Sabemos por experiencia el quilombo que podemos montar cuando nos equivocamos al hablar sin pensar. Sabemos por experiencia lo mucho que duele cuando nos insultan, cuando se burlan de nosotros y cuando nos menosprecian y nos agreden verbalmente y a través de medios digitales.

Si sabemos a qué atenernos en cada ocasión, no dudemos en solicitar de Dios la fuerza necesaria para resistir el impulso de decir o escribir barbaridades, de Cristo el ejemplo oportuno para aprender de los errores pasados, y la dirección del Espíritu Santo para que nos asesore puntualmente en la administración de nuestra lengua y de nuestro whatsapp y demás redes sociales.

SALVADAS POR EL ACEITE

TEXTO BÍBLICO: MATEO 25:1-13

A lo largo de la historia, muchos han sido los grupos que han proclamado y profetizado el fin del mundo. Todos y cada uno de ellos han intentado advertir de manera patética y vociferante que en una determinada fecha todo se acabaría para dar paso al Juicio Final. En sus discursos apocalípticos se han señalado días y años en los que se produciría la consumación cósmica y cataclísmica de la historia, interpretando las evidencias que se derivan de la política, la economía, las catástrofes naturales y las guerras y rumores de guerras. Sectas peligrosas han ido cambiando sus previsiones conforme sus revelaciones de la segunda venida de Cristo se han visto contradichas por un día más de vida y realidad.

En definitiva, todo lo que tiene que ver con los últimos días o con lecturas escatológicas de los acontecimientos pasados y presentes, sigue adquiriendo su interés en publicaciones, vaticinios y teorías de la conspiración.

Para los jóvenes creyentes este interés ha ido menguando con el paso del tiempo. En muy contadas ocasiones se nos habla, enseña y predica sobre la segunda venida de Cristo, sobre los destinos eternos y sobre aquellos indicios que nos llevan a pensar en el fin del mundo tal y como lo conocemos. Vivimos como si nunca fuese a regresar Cristo y decidimos comportarnos como si fuese un asunto demasiado confuso o difuso como para asentar sobre este hecho nuestro estilo de vida. Solamente nos acordamos de pasada de este tema cuando tomamos la Santa Cena o cuando contemplamos horrorizados el estado lamentable y depravado de este mundo. Entonces entonamos un maranatha, más producto de la indignación que nos provoca la maldad humana, que de un verdadero deseo.

Muchos denominados cristianos se han aferrado tanto a este mundo y lo que este les ofrece, que ante la pregunta de si anhela el regreso de Cristo, seguramente respondería con un “todavía no, que me quedan muchas cosas que hacer, experimentar y ver en esta vida” o con un “prefiero que tarde aún un poco más porque no he disfrutado de aquello por lo que he luchado y trabajado”. Otros se escudan erróneamente en pensar que el cielo es posible hallarlo en este plano de la realidad, que la prosperidad verdadera Dios la da aquí y ahora, y que la segunda venida de Cristo solo es un modo que Dios tiene de mantenernos firmes en el evangelio, pero que nunca sucederá realmente.

Ante todo este conjunto de pensamientos, ¿qué nos dice Jesús acerca de ese día final? ¿Llegará o no llegará? ¿Cuáles son los signos que nos permiten conocer este acontecimiento? ¿Cómo debemos vivir mientras tanto desde nuestra juventud?

Jesús también era consciente de que este asunto tenía una gran importancia en el pensamiento judío. En un contexto de sometimiento bajo la bota romana, muchos deseaban fervientemente que Dios enviase a su Mesías para acabar con tamaña injusticia. Otros preferían ayudar a que el hecho del juicio final se llevase a cabo lo antes posible como buscaban los zelotes. Sin embargo, Jesús marca tres pautas fundamentales para entender su segundo advenimiento en gloria y juicio. Esto lo lleva a cabo a través de una parábola muy sencilla y repleta de lógica que esclarecería lo tocante a nuestra visión de su segunda venida.

A. LA CERTEZA DEL REGRESO DE CRISTO

“El reino de los cielos puede compararse a diez muchachas que en una boda tomaron
sendas lámparas de aceite y salieron a recibir al novio… A eso de la medianoche se oyó
gritar: ¡Ya viene el novio! ¡Salid a recibirlo!… Llegó el novio… Estad, pues, muy atentos
porque no sabéis ni el día ni la hora de la venida del Hijo del hombre.” (vv. 1, 6, 10, 13).

La historia de estas diez muchachas es también nuestra historia. Es la historia de una
certeza, de una seguridad. El papel que cumplen estas doncellas es el de recibir al novio antes de contraer matrimonio con su consorte. Su labor y sus acciones dependen en gran medida de un hecho real y seguro: el novio había de venir. No hay dudas al respecto en estas muchachas, y por ello toman las lámparas de aceite en previsión de que la llegada de tan importante personaje llegase más tarde de lo esperado. Mientras esperan deseosas a que esto ocurra, no dejan su puesto para dedicarse a otras labores. Simplemente esperan con una confianza fuera de toda vacilación a que el novio haga acto de presencia.

Cuando comienzan a escuchar los gritos que anuncian la llegada del novio, son
conscientes de que no es una falsa alarma, o que están burlándose de ellas para que se
mantengan despiertas. Los heraldos que preceden a la comitiva que acompaña al novio no suelen bromear con una ceremonia tan especial y solemne. Por eso, se ponen en pie y tratan de prepararse del mejor modo posible para este encuentro. Por fin llega el novio y toda su comitiva y entra en el aposento en el que se ha de celebrar la boda. El nerviosismo causado por la espera se ve recompensado por su llegada. Todos son testigos de una realidad y todos se gozan de este momento tan feliz.

El creyente no debe nunca dudar ni por asomo del hecho del regreso de Cristo, el novio
de la iglesia. Otro cantar es saber en qué momento lo hará, o en qué forma se manifestará o de qué modo seremos capaces de saber que ha vuelto. Pero que volverá, eso está más claro que el agua. La Palabra de Dios nos da una y mil seguridades al respecto. Mateo nos clarifica esta certeza con una pregunta que los discípulos hacían a Jesús: “Dinos, ¿cuándo sucederá esto? ¿Cómo sabremos que tu venida está cerca y que el fin del mundo se aproxima?… Pues como un relámpago brilla en oriente y su resplandor se deja ver hasta occidente, así será la venida del Hijo del hombre.” (Mateo 24:3, 27).

Si los discípulos no supiesen que Jesús iba a regresar, no sería muy lógico que le preguntasen esto. Santiago habla a la iglesia primitiva con esta misma claridad: “Tened paciencia y buen ánimo, porque está próxima la venida gloriosa del Señor.” (Santiago 5:8).

B. CÓMO NO HEMOS DE VIVIR HASTA ENTONCES

“Cinco de aquellas muchachas eran descuidadas… y sucedió que las descuidadas llevaron sus lámparas, pero olvidaron tomar el aceite necesario… Las descuidadas, dirigiéndose a las previsoras, les dijeron: Nuestras lámparas se están apagando. Dadnos un poco de vuestro aceite… mientras estaban comprándolo (el aceite), llegó el novio, y la puerta se cerró. Más tarde llegaron las otras muchachas y se pusieron a llamar: ¡Señor, señor, ábrenos! Pero él les contestó: Os aseguro que no sé quiénes sois.” (vv. 2, 3, 8, 10-12).

Ya dijimos que todas las muchachas estaban advertidas de la llegada del novio. No sabían la hora exacta de su llegada, pero sabían que cuando se trataba de viajar muchos percances e imprevistos podían darse para la comitiva nupcial. Todas iban provistas de su lámpara de aceite, pero el contraste que presenta Jesús en su historia es el de dos clases de muchachas: descuidadas y prudentes.

Las descuidadas creyeron que el novio no se demoraría demasiado, por lo que creyeron que iba a ser un despilfarro tener que comprar más aceite para sus lámparas. Se fiaron de su conocimiento de estas festividades y determinaron tener solo lo justo e imprescindible para unas pocas horas. Confiaron en su buen hacer, sin pensar en que el novio pudiese demorarse por el camino. El tiempo pasaba y el aceite se iba consumiendo en las lámparas. El atardecer dio paso al anochecer, y este a la oscura noche, y el aceite de las lámparas se fue acabando entre los ronquidos cansados de todas las doncellas.

Repentinamente, unas voces alertan a todos de la llegada del novio. Las muchachas sobresaltadas se levantan de su letargo y se dan cuenta de que ya es medianoche y que en sus lámparas ya no brilla la luz que ha de acompañar al novio hasta el lugar en el que se celebrará la ceremonia matrimonial. Las descuidadas comprueban con gran desconcierto que el aceite de sus lámparas se ha acabado y ruegan a sus compañeras más avezadas que les presten un poco de aceite para poder participar de la
fiesta.

La respuesta es un no rotundo, puesto que a las prudentes nada les sobraba del aceite que en previsión de una espera larga habían guardado. A sugerencia de las muchachas más sensatas, las cinco doncellas descuidadas vuelan a buscar aceite donde sea, porque no entra en sus cálculos no participar de esta boda. Cuando, tras mucho correr y suplicar, logran el aceite necesario, ya es demasiado tarde. Las puertas de la boda están cerradas a cal y a canto. Desesperadas, llaman al novio hasta la extenuación y entre lágrimas lamentan su falta de sensatez. Cuando por fin el novio se asoma por la cancela de la puerta, la extrañeza se adueña de su rostro y recrimina a estas muchachas que dejen de alborotar, que ellas no son parte invitada de la gran ceremonia porque no sabe quiénes son.

Muchos pretendidos cristianos se hallarán en esta tesitura tan dramática y terrible. Aquellos que viven la vida de manera hedonista, entregándose a los placeres que nublan la mente y el espíritu, dejarán que la gracia y el tiempo que se les ha dado para aceptar la invitación a las bodas del Cordero, se agote. Entonces ya no habrá más oportunidades ni más justificaciones. Por más que llamen a la puerta de la salvación, en el día del juicio de Dios, serán contados como condenados al infierno. Por más que muestren sus candiles apagados o que enseñen sus ropajes de boda, Cristo no los conocerá.

Dejaron que el mundo los enredase en sus atractivos y encantos, se permitieron el lujo de rechazar la vida eterna y abundante para cultivar su culto a ídolos muertos, y pensaron que lo tenían todo controlado, que con decir una oración de fe o con asistir los domingos al servicio religioso sería suficiente. Son como el mal criado que piensa en su interior que el Señor se demora y comienza a golpear y maltratar a sus colegas y se une en botellones y borracheras con los malvados. En el instante en el que Cristo venga en poder y victoria, de manera instantánea y repentina, se darán cuenta de que les falta el aceite del Espíritu Santo, y que ni sus obras caritativas ni sus acciones piadosas podrán franquearles el paso a la fiesta eterna del enlace entre Cristo y su iglesia.

Serán castigados severamente dándoles un lugar entre los hipócritas mientras el sonido de sus sollozos se une al rechinar de sus dientes (Mateo 24:48-51). Son seres humanos descuidados que tendrán que hacer frente a su responsabilidad personal, ya que nadie, ni siquiera los sensatos podrán transferir esa salvación a los que fueron negligentes con la oportunidad de recibir a Cristo como su Señor y Salvador.

C. CÓMO HEMOS DE VIVIR HASTA ENTONCES

“Las otras eran previsoras… Las previsoras, junto con sus lámparas, llevaron también llevaron alcuzas de aceite… Las previsoras contestaron (a las descuidadas): No podemos, porque entonces tampoco nosotras tendríamos bastante. Mejor es que acudáis a quienes lo venden y lo compréis… Las que lo tenían todo a punto entraron con él (con el novio) a la fiesta nupcial, y luego la puerta se cerró.” (vv. 2, 4, 9, 10)

Las muchachas precavidas son aquellas que hacen honor al refrán “persona prevenida,
vale por dos”. Saben que su misión es estar listas cuando llegue el novio. No les importa
comprar aceite demás, porque saben que el gasto lo vale, ya que serán recompensadas con la inclusión y participación de un gran honor en la boda. Su concentración está colocada completamente en cumplir con su objetivo: escoltar al novio al lugar en el que se celebraría la ceremonia. No les duele tener que cargar con una alcuza ahora, para después tener que alabar su buen sentido cuando la emergencia surge.

En la tardanza del novio, ellas duermen por efecto del cansancio de la espera al igual que las descuidadas, pero lo hacen con el conocimiento de que el toro no les va a pillar. El aceite podrá consumirse, pero siempre tendrán un suministro inmediato para paliar esta circunstancia. Cuando el novio llega, sin prisas pero sin pausa, las sensatas preparan sus lámparas, dando gracias al cielo por su acertada decisión de ser previsoras.

De repente, las otras cinco muchachas descuidadas les piden algo de aceite. Algunos piensan que las sensatas fueron poco misericordiosas o poco generosas. Nada de eso. Simplemente estaban constatando un hecho, y es que su salvación era intransferible y que cada uno debe apechugar con sus propios errores de cálculo. ¡Qué injusto hubiese sido dejar que las insensatas hubiesen entrado a la boda después de la ligereza y desidia de sus decisiones! ¡Qué injusto hubiese sido que por culpa de ellas, tampoco las prudentes hubiesen podido tener suficiente aceite! Lo único que pueden hacer es aconsejarlas para que se busquen la vida, ya que no están dispuestas a renunciar a acompañar al séquito nupcial por su culpa. Una vez el novio llega, un suspiro de alivio y de felicidad surge de las doncellas sensatas, puesto que hicieron precisamente aquello que se esperaba de ellas.

El verdadero cristiano sabe que Dios se ha hecho presente en su vida a través del Espíritu Santo. Sabe que su lámpara debe estar llena de este aceite santo, y para ello debe ser consciente de que esperar al novio no es cualquier cosa, sino que es un privilegio, un deber y un placer. Pablo exhorta al cristiano al respecto: “Vosotros, hermanos, no vivís en las tinieblas. Por eso, el día del Señor no debe sorprenderos como si fuera un ladrón. Todos vosotros, en efecto, pertenecéis a la luz y al día, no a las tinieblas o a la noche. Por lo tanto, no estemos dormidos, como están otros; vigilemos y vivamos sobriamente.” (1 Tesalonicenses 5:4-6). Podrá dormitar en el transcurso de su vida por el efecto de mil vicisitudes y circunstancias, pero siempre estará preparado para ser recibido en la presencia de Dios sin temor ni miedo.

Nada puede el creyente hacer para facilitar la entrada en el Reino de los cielos a terceros. Podemos predicarles, asesorarles y aconsejarles, pero nunca podemos infundirles el aceite de la unción del Espíritu Santo. Eso es cosa de ellos, ya que deben confesar y aceptar de motu proprio su deseo de servir a Cristo y de participar del banquete de la vida eterna. El cristiano debe velar en su estilo de vida para que no tenga de qué avergonzarse cuando Cristo regrese, ya que el novio puede volver en cualquier instante de nuestras vidas: “Estad, pues, vigilantes ya que no sabéis en qué día vendrá nuestro Señor… Así, pues, estad también vosotros preparados, porque
cuando menos penséis, vendrá el hijo del hombre.” (Mateo 24:42, 44).

Esta espera y expectación no debe ser vivida con miedo, sino con la esperanza y el anhelo de que este regreso sea lo más pronto posible mientras clamamos “Maranatha”, “Cristo vuelve pronto”.

El novio está en camino aun cuando no sepamos cuándo llegará. A todos nos ha sido dada una lámpara de aceite de gracia. ¿Apreciarás esta lámpara y su aceite como aquello que simboliza tu salvación? ¿O despreciarás la utilidad de este candil siendo rácano y descuidado con su suministro? Procura que cuando Cristo vuelva terrible y glorioso a la vez, te halle con una resplandeciente lámpara que ilumine tu camino a las bodas del Cordero de Dios.

PROPÓSITOS DE AÑO NUEVO


TEXTO BÍBLICO: COLOSENSES 3:12-14

Cuando terminamos un año y comenzamos a andar en el siguiente, surge en nosotros un espíritu de renovación, de empezar desde cero, de corregir nuestros errores, y de situar cronológicamente el momento desde el que haremos esa serie de ajustes que nos hagan mejores personas. Esta actitud, tal vez innata o tal vez generada por la costumbre social, hace que en estos primeros días del año nuevo expresemos un conjunto de deseos que poder hacer realidad en nuestras vidas: aprender nuevos idiomas, adelgazar, dejar algún vicio malsano, amar a nuestro prójimo con más énfasis en lo práctico, diezmar diligentemente… Lo cierto es que muchos de estos propósitos son muy legítimos. Somos conscientes de las torpezas que hemos cometido en el año anterior y pretendemos encauzar y arreglar nuestros hábitos para ser personas productivas y amables.

El problema surge cuando nuestros buenos deseos dependen de nuestras fuerzas, de nuestra voluntad y de nuestras energías. ¿Cuántos propósitos o cuántas promesas de principio de año se han quedado en agua de borrajas por causa de nuestra intemperancia? ¿Cuántos planes de dieta han sido dejados en el olvido en el transcurso del primer mes? ¿Cuántas metas se han dejado de incumplir al poner nuestra confianza en nuestro esfuerzo personal? El resultado tan pésimo de nuestra inoperancia ha llegado incluso a sentirnos frustrados y a comenzar a hablar de nosotros mismos como de auténticos desastres.

Todo esto sucede por una única razón, y es que cuando tomamos la determinación de llevar a cabo un ajuste en nuestras vidas, nos olvidamos de lo que Dios quiere para nosotros. Nuestros propósitos a menudo chocan con los propósitos de Dios porque nos afanamos en lograr objetivos en nuestras vidas a base de obras y acciones propias, sin contar con la buena voluntad de Dios.

Pablo, en su epístola a los Colosenses, deja muy claro que como hijos de Dios y como pueblo escogido del Señor, hemos de pretender ser parte de una serie de propósitos divinos que van a redundar en un año lleno de bendiciones por la gracia de Dios y para que el nombre de Cristo sea glorificado: “Sois elegidos de Dios; él os ha consagrado y os ha otorgado Su amor.” (v. 12). Esta lista de propósitos no solo tienen en cuenta nuestra capacidad volitiva, nuestra voluntad, sino que también aspira a que nos consideremos canales de los dones benditos de nuestro Padre celestial.

A. PRIMERA RESOLUCIÓN: TENDRÉ COMPASIÓN DE LOS DEMÁS

“Sed, pues, profundamente compasivos…” (v. 12)

La palabra compasión ha dejado de considerarse una virtud para convertirse en un vestigio del limosneo y de rostros tristes que con voz impostada dicen: “¡Ay,
pobrecillo, qué mal lo estará pasando!” Si nos detenemos a pensar en este hecho, nos
damos cuenta de que hoy día, la compasión se mide en términos de dinero. Es un modo
de aplacar las conciencias momentáneamente con una cantidad monetaria y de procurar sentirse bien ofreciendo, a menudo, las migajas de nuestras vidas. Esta no es la compasión o la misericordia que hemos de transmitir al mundo como creyentes.

No solo es dar; es darse. No solo es sentirnos compungidos por aquellos que sufren a nuestro alrededor o más allá de nuestras fronteras; es arremangarnos para llegar a ellos. No es simplemente echar una lagrimilla de emoción al ver las imágenes del escándalo del hambre y de las epidemias; es luchar a brazo partido por prevenir ese tipo de situaciones en nuestro contexto más inmediato.

Esta compasión surge del alma, no como una respuesta egoísta de autosatisfacción
por haber hecho el bien a otros, sino como una bendición genuina que brota de la fuente primigenia de esta misericordia: Dios. El ejemplo de Jesús debería acompañarnos en esta resolución de año nuevo. Cuando tocaba la llaga purulenta del leproso, cuando se acercaba al ciego, cuando sanaba paralíticos y expulsaba demonios de cuerpos maltrechos, no lo hacía para dárselas de gran hombre o de sanador internacional. Es más, en muchas ocasiones hallamos a Jesús diciendo a estos hombres y mujeres, restablecidos en su salud y dignidad, que nada dijeran o contaran a nadie.

Su misericordia le hizo derramar lágrimas ante Jerusalén y su compasión por la humanidad le llevó a morir vergonzosamente en la cruz fatídica. Su compasión no tenía límites, al igual que hoy. Su misericordia radicaba en colocarse en el pellejo de la persona necesitada y solventar su aflicción, llorando con los que lloraban, y riendo con los que estaban alegres. Esta es la compasión entrañable y profunda que debes manifestar al mundo: a tu familia, a tus hermanos en Cristo, a tus compañeros de trabajo, e incluso a tus enemigos.

Ama de modo tan sincero a cada alma que Dios colocará en tu camino en este año, que
puedas ver el milagro de vidas transformadas por esa piedad y esa clemencia que Dios
derrama en ti para compartirla con los demás.

B. SEGUNDA RESOLUCIÓN: SERÉ BONDADOSO CON LOS DEMÁS

“Sed, pues, benignos…” (v. 12)

Al igual que la compasión, la bondad ha sido arrinconada por este sistema social. Ser
bueno ha devenido en ser tonto de capirote. Hacer el bien supone tantos sinsabores,
tantas traiciones, tantas decepciones y tantos embrollos, que casi nadie hace el bien sin mirar a quién. Para hacer algo bueno por los demás, primero observamos su apariencia externa, olisqueamos a la persona por si es alguien que se lo va a gastar en bebida, sopesamos la cantidad oportuna de monedas que dar, y luego, pasamos a gran velocidad lanzando la limosna en el sombrero para que no se nos pegue algo.

¿No habéis escuchado a alguien decir a otra persona: “Es que eres demasiado buena. De tan buena, pareces tonta”? ¿Se puede ser demasiado bueno en este mundo?

Imaginaos a Dios. ¿Dios es demasiado bueno como parecer que le estamos tomando el pelo? La bondad verdadera no ha de tener límites y la auténtica generosidad no mirará
condiciones ni se arrepentirá de realizar actos benevolentes hacia los demás. Ser bondadosos no solo significa desear lo bueno para los demás. Eso es muy fácil de llevar a cabo. Esa es la forma más cómoda de decir: “Yo en mi casa, y Dios en la de
todos.” Ser benevolente implica actuar y vivir de acuerdo a todo lo bueno que
representa Dios.

De nuevo, Jesús es nuestro prototipo. Jesús no mandó a las grandes multitudes a sus hogares para que ellos mismos obtuviesen su propia comida. No le dijo al maestresala de las bodas de Caná que debería haber sido más avispado o prudente en su administración del vino. Ni siquiera rechazó a aquellos que pretendían echarle la zancadilla con sus comentarios ofensivos y perversos. Simplemente fue generoso con
ellos a pesar de que él no tenía la obligación de resolver sus desaguisados o de escuchar sus sandeces. Caminó por la vida repartiendo gracia, amor y bondad a manos llenas, de tal manera que nadie temía acercarse a él para solicitar un favor o una merced.

Esta es la bondad que hemos de manifestar al mundo en este año. Sé que cuesta hacer favores o prestar o dar algo a determinados individuos. Pero si quieres en este nuevo año ser más como Cristo, despójate de los prejuicios y de las malas experiencias pasadas, y sé bueno incluso con aquellos que no lo merecen.

C. TERCERA RESOLUCIÓN: SERÉ HUMILDE EN EL DÍA A DÍA

“Sed, pues, humildes…” (v. 12)

La humildad no es precisamente lo que más se predica desde los púlpitos de las empresas, los partidos políticos o la curia romana. La soberbia, el orgullo del lujo, la vanagloria y el autobombo, son algunas de las expresiones sociales que más calan en el
alma del ser humano. Ser humildes, para muchos, significa claudicar, bajar la cabeza,
dejarse pisotear por todos, someterse, ser cobarde… Y sin embargo, es uno de los
propósitos de año nuevo que hemos de anhelar que se cumpla en nosotros, ya que es lo que más se necesita en este mundo: personas humildes, honradas y gentiles.

Yo sigo pensando que la humildad es la que mueve el mundo. Personas que son capaces de entregarse por los demás sin esperar premios, recompensas y galardones;
seres humanos que no dan importancia al valor de sus actos y que no miden sus
acciones en términos de rangos o credenciales; todas ellas hacen que este mundo herido no muera por sobredosis de orgullo y prepotencia. Ser humilde implica reconocer que todo lo que somos y tenemos no es nuestro. Significa entender que somos lo que somos por la gracia de Dios.

No es dejarnos llevar por los caprichos de la gente, ni ser los tontos que no reclaman sus derechos. Ser humildes es ser como Jesús. Nació en un establo, trabajó junto a su padre en la carpintería, caminó entre los marginados de la sociedad, se acercó a la tan denostada figura femenina para romper moldes y barreras, y murió sin enviar legiones de ángeles para salvar su integridad física. ¿Quién hubo, hay o habrá tan humilde como Jesús? Dejó la gloria celestial que le correspondía para mezclarse con nosotros, malvados y orgullosos, y darnos una salvación que no merecíamos.

Sé, pues, humilde en este año nuevo que se presenta duro, aunque lleno de esperanza. Eres un hijo de Dios, elegido por el Altísimo, pero no uses este privilegio para menospreciar a nadie. Transita por las sendas de este año dando ejemplo de humildad, estimando todo lo que se presente en 2020 como un acicate para ser honrado, cabal y honesto con tu prójimo.

D. CUARTA RESOLUCIÓN: MOSTRARÉ PACIENCIA CON TODO EL MUNDO

“Sed, pues, pacientes y comprensivos…” (v. 12)

Qué difícil resulta cultivar la paciencia en este mundo instantáneo e inmediato. El stress y la ansiedad son males que acucian al ser humano por causa de su afán
desmedido por lograr las cosas” ya mismo”. Colas kilométricas para realizar gestiones
y trámites, horarios cerrados e inflexibles y vidas perfectamente programadas hacen de la existencia un mar de circunstancias verdaderamente asfixiantes. Esperar con
paciencia se ha convertido, por la inercia de la vorágine social, en una misión poco
menos que imposible.

Si esto sucede en las cuestiones más terrenales, qué podríamos decir de las espirituales. Deseamos respuestas concretas y rápidas de Dios en nuestras oraciones whatssap, pretendemos que el Señor nos conteste ipso facto y queremos ver el
fruto de nuestro trabajo en la iglesia inmediatamente. Incluso muchos cultos que se dan a Dios, se convierten en cultos express, en los que la adoración se circunscribe a un
horario tan inflexible, que a menudo la gente confunde ese tiempo tan especial con
cualquier otro tiempo de la semana.

Pablo nos dice qué hemos de hacer con esa paciencia: “Soportaos mutuamente y,
así como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros, cuando alguno tenga
quejas contra otro.” (v. 13) La paciencia ya no es lo que era. Antes se ejercitaba la
paciencia aguantando a los demás. Se soportaban, no como si de un infierno se tratara,
sino apelando a la puesta en práctica del amor. Con amabilidad y dulzura podías amonestar a un hermano que estaba yendo por mal camino; ahora ya tienes suerte si no te pega un bofetón, te pone una querella o te dice que te metas en tus asuntos.

En ese acto de soportar, eras capaz de darte cuenta de la riqueza y la diversidad de temperamentos y caracteres de las que Dios ha dotado a Su pueblo; ahora, si un hermano no comulga con tu manera de ver las cosas, dejas de hablarle. Dentro de esa
paciencia también está el hecho de perdonar. Y qué difíciles se tornan las cosas cuando
el perdón no es dado o recibido en el seno de la iglesia. La paciencia generará perdón en tanto en cuanto aceptemos que nosotros no estamos exentos de pecar, de herir o de maltratar a nuestro hermano.

Jesús tenía una paciencia a prueba de pesados. Siendo Dios encarnado y viendo tanta
injusticia, tanta maldad y tanta hipocresía, no dijo: “Esto lo arreglo yo en un periquete
mandando al infierno a todo quisque.” ¿Podía haber transformado un mundo podrido
en un vergel lleno de paz y amor? Podría. ¿Podía haberse sentado en el trono que le ofrecía Satanás para gobernar al mundo? Podría. Pero es que Jesús sabía que cada cosa tenía su tiempo, que no había que apresurar los acontecimientos. Debía ser paciente hasta la consumación de su misión entre nosotros.

Aguantó a Pedro y su carácter impetuoso e imprudente; soportó a Juan y a Santiago, y a su madre, por proponerlos como vicepresidentes del Reino de los cielos; enmudeció su boca ante los insultos y blasfemias de la multitud que lo acompañaban al monte Calvario para crucificarlo. Con paciencia, aún hoy, está demorando su segunda venida por amor de aquellos que todavía pueden aceptarle como Señor y Salvador de sus vidas.

En este nuevo año que abre sus puertas ante nosotros, debemos ser más como Cristo
en este sentido. Hemos de ser pacientes y contar hasta mil si es necesario antes de
airarnos con los demás. Debemos soportar a nuestros hermanos para que otros también nos soporten. Perdonemos a aquellos que nos hacen la pascua, a aquellos que nos quieren mal, a aquellos que sin querer nos hacen la vida un yogur. Pacientemente,
esperemos que Dios haga Su obra en nosotros a Su tiempo y no al nuestro, sin afanarnos ni enfermar de ansiedad y stress.

CONCLUSIÓN

Poder cumplir con estas resoluciones no es fácil, pero no es imposible. Si damos a Dios el lugar que le corresponde en nuestras vidas, podremos llevar a término todos y cada uno de los propósitos que la Palabra de Dios nos señala. Si somos fieles en lograrlos, podremos ser testigos de la mayor maravilla que pueda verse hoy en día: el amor de Dios que todo lo vuelve perfecto (v. 14)

CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO: RECORDANDO LA MISIÓN MÁS IMPORTANTE DE NUESTRAS VIDAS

TEXTO BÍBLICO: LUCAS 4:16-21

INTRODUCCIÓN

No podríamos concluir esta serie de posts de Adviento sin reconocer en el niño recién nacido de Belén, al Cristo que tiene una misión vital y suprema en el devenir de la historia y en la inauguración del Reino de los cielos. Tras haber recordado a Jesús como el enviado de Dios al mundo, como el que pone una nueva canción de salvación en el alma de todo ser humano que desea seguirle cada día como discípulo, y como aquel que trae perdón a los que se arrepienten de sus pecados y confiesan su necesidad de salvación, es necesario ampliar nuestra visión de la misión y propósitos del Salvador. ¿Cuál iba a ser el papel futuro de la criatura que apenas había abierto sus ojos a un mundo desolado por el pecado y la injusticia? ¿En qué proyecto eterno se habría de embarcar para dar contenido a la predicación bíblica y misionológica de su futura iglesia?

Todas estas preguntas y muchas otras más pueden resumirse en lo que ha venido en llamarse discurso programático de Jesús. En el texto evangélico al que nos vamos a referir seremos capaces de entender con absoluta nitidez el alcance de la labor terrenal de Cristo y hacia quienes iba a dirigir sus esfuerzos más importantes.

Después de ser bautizado por su primo Juan, y tras haber recibido la visita tentadora de Satanás en el desierto, Jesús da por iniciado su ministerio terrenal. A partir del capítulo 4 de Lucas podremos ver desplegados tanto su mensaje de salvación y arrepentimiento como sus actividades de sanidad, exorcismos y relaciones con el prójimo. La primera estación de su misión comienza en la aldea de Nazaret, lugar de adopción en el que transcurrirá gran parte de su niñez, adolescencia y juventud.

Lucas desea que todos aquellos que desean conocer el verdadero sentido de su narración asimilen que, precisamente las palabras que él leerá del libro de Isaías en la sinagoga de Nazaret, son un compendio resumido de todo lo que será en esencia su vida en los próximos tres años de trayectoria vital en medio de la humanidad: “Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer. Y se le dio el libro del profeta Isaías.” (vv. 16-17).

El pasaje del Antiguo Testamento que iba a leer con franqueza, contundencia y respeto a partes iguales, iba a convertirse en una profecía cumplida en su persona de manera fehaciente. A sabiendas que su declaración de intenciones final sería tachada de escandalosa y blasfema, no duda ni por un momento que las palabras leídas en ese instante se hacían carne en él mismo. ¿Qué decía la profecía de Isaías al respecto de su misión entre la raza humana, y de qué manera hoy puede afectar nuestra perspectiva de la misión de la iglesia?

A. LA UNCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO

Habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí.” (v. 17-18)

No cabe duda de que esta primera referencia al Espíritu Santo que hace Isaías en este texto profético era una realidad en Jesús. Ya en el bautismo que recibe de Juan el Bautista somos testigos de cómo Dios mismo confirma a Jesús como su Hijo en el que se complace y de cómo el Espíritu Santo en forma de paloma desciende sobre él. Dios estaba con él y en él, y por tanto había sido comisionado para comunicar el mensaje de salvación y perdón de su parte.

Jesús no iba a hablar de motu proprio, ni iba a seguir una estrategia distinta a la establecida desde el principio de los tiempos por su Padre, ni tomaría atajos para resolver situaciones de forma rápida y más eficaz. Su sujeción al Padre fue memorable y patente en sus actos, palabras y pensamientos. El Espíritu de Dios moraba en su corazón conectando todo su ser de manera misteriosa a los designios divinos para con el ser humano. Jesús sabía que se le había encomendado una misión difícil y dura, y aun así siempre se supeditó a la voluntad de Dios, llegando incluso a enfrentarse a la muerte de forma obediente.

Del mismo modo que Jesús fue comisionado por Dios para transmitir el anuncio de redención al ser humano, y de la misma forma en que el Espíritu de Dios fue derramado sobre él para llevar adelante esta misión titánica y desagradecida, los jóvenes que siguen a Cristo también ha sido escogidos por el Señor para predicar vida, arrepentimiento y perdón de los pecados a los cuatro vientos, sabiendo que no estamos solos en nuestro empeño evangelizador, sino que el Espíritu Santo nos guía en poder y capacitación carismática para superar los obstáculos y barreras que puedan presentarse en nuestra misión. Somos templos del Espíritu Santo, ungidos por su sabiduría y autoridad con el objetivo de llenar la tierra de la Palabra de Dios para salvación de los incrédulos.

B. CONSUELO DE POBRES Y EXCLUIDOS SOCIALES

Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón.” (v. 18)

Jesús vino al mundo en carne y hueso, no solo para recordar este hecho de la natividad como un evento significativo y feliz, sino que también lo hizo para convertirse en el consuelo de los pobres y excluidos sociales. En un mundo en el que el menesteroso, la viuda y el huérfano eran la carne de cañón de un sistema social injusto, en un mundo en el que el enfermo o discapacitado era rechazado y menospreciado, en un mundo en el que no se respetaba ni valoraba a la mujer como ser humano completo e indispensable para entender la familia y la sociedad, en un mundo en el que se arrinconaba de manera racista a aquellos que no comulgaban con las ideas religiosas establecidas, en un mundo en el que las apariencias eran más importantes que el contenido de un corazón, y en un mundo en el que el clasismo religioso menospreciaba a los menos letrados y preparados académicamente, Jesús nace para revolucionar un establishment sistémico que estaba a años luz de la voluntad y propósitos que Dios tenía para la humanidad.

Jesús aparece en la escena de la historia para cambiarla completa y radicalmente: los pobres reciben de él el consuelo que los soberbios no les dan, los enfermos son sanados milagrosamente para participar de la vida en toda su plenitud, las mujeres ocupan un lugar preeminente en su corazón e interés, los niños dejan de ser nada para ser el presente más valioso, los pecadores podían alcanzar misericordia y perdón tras comprobar la cercanía de Dios y la lejanía de los líderes religiosos, el cansado hallaba descanso y el humilde recibía amor y bendición sobre los altivos y orgullosos de la tierra.

Las palabras de vida de Jesús, predicando el evangelio de un Reino abierto para todos, sin clasismos, preferencias ni distinciones, es la puerta de salvación para los pobres y oprimidos que solo veían sus vidas como miserables existencias sin futuro ni luz. La sanidad que prodiga Jesús a leprosos, inválidos e incapacitados físicos solo es la muestra palpable de una realidad espiritual que se relaciona con el perdón de pecados y culpas, con el arrepentimiento de las transgresiones y con la reconciliación con Dios por intermedio de Jesús. Estas dos labores de predicación de la Palabra de vida y de la sanidad del corazón, también son empresas que la iglesia de Cristo ha de tener como suprema prioridad.

En nuestras manos está poder traer esperanza, consuelo y ánimo a los corazones rotos, a las almas heridas y a las conciencias llenas de culpabilidad. En nuestro seno, como juventud que trabaja en una comunidad de fe y amor, está la posibilidad poderosa de curar vidas y cuerpos a través de la oración de fe realizada en el nombre de Cristo. Nuestra misión es la misión de Cristo y por nada del mundo habremos de olvidarla si queremos ser obedientes a la vocación con que nos llamó el Señor de ser sal y luz al mundo quebrantado, dolorido y sufriente en el que vivimos.

C. LIBERTAD Y VISIÓN ESPIRITUALES

A pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos.” (v. 18)

Jesús nació en un pesebre en Belén, no para ser colocado como adorno del hogar en estas fechas, sino que Dios se encarnó para liberar al ser humano de la cautividad del pecado y para dar visión a los ojos muertos por causa de la tiranía de Satanás sobre todo mortal. Aunque Jesús abrió los ojos a ciegos de manera física, lo cierto es que la verdadera ceguera que sigue nublando la mirada del ser humano es la que provoca el egoísmo, la soberbia, la avaricia, el prejuicio y las malas intenciones del corazón.

Aquella cacareada libertad que cree el ser humano haber hallado siguiendo su propio camino a espaldas de Dios, solo es un signo inequívoco de la gran ceguera espiritual que sigue entenebreciendo las vidas de millones de jóvenes. Pensar que se puede vivir sin Dios ni Cristo es, sin duda alguna, una de las más erróneas evidencias de que las perspectivas y puntos de vista del hombre y la mujer de la actualidad están completamente oscurecidas por el pecado en sus múltiples manifestaciones. Creer que vivimos tiempos en los que hemos sido liberados de las ataduras de la fe y las creencias religiosas, es solo una mentira que sigue susurrando Satanás en los oídos mentales del ser humano, y que emplea arteramente para confundir la verdadera libertad en Cristo con ser capaces de hacer lo que mejor les place sin cortapisas ni una autoridad superior que regule sus actos, palabras e ideas.

Demasiados hoy día se encuentran en la cárcel de sus pecados y rebeldías, creyendo ser libres cuando en realidad sus ojos espirituales no les deja ver el panorama terrible y lamentable de estar atados y encadenados a sus propios deseos desordenados como mascotas de Satanás.

Del mismo modo en que Jesús, con sus palabras de verdad y vida quitó las cataratas de los ojos enceguecidos de muchas personas durante su ministerio terrenal, y de la misma forma en la que liberó de la prisión de sus pecados a millares a través de la misericordia, el perdón y el amor sin medida, así la iglesia de Cristo debe proclamar la verdad del evangelio para que los ciegos espirituales se den cuenta de que sus elecciones están dirigidas, no por su propia voluntad, sino por los engaños crueles del enemigo demoníaco.

Es nuestro placer y privilegio, como jóvenes, poder contemplar vidas antaño entregadas a las más absurdas y destructivas adicciones, como se entregan en alma y cuerpo a Cristo, siendo transformados y liberados de las garras de Satanás. Es nuestra misión, pues, ser como Jesús, liberadores de pecadores y agentes de Dios que abran los ojos de una sociedad inmersa en las tinieblas del pecado más negro.

D. LA GRACIA DE DIOS DISPONIBLE

A predicar el año agradable del Señor.” (v. 19)

No existe mayor manifestación y expresión de la gracia de Dios que dejar toda la gloria y esplendor del cielo para habitar en la tierra, siendo sujeto de las mismas necesidades del ser humano. Cuando recordamos la Navidad no podemos por menos que traer a la memoria que el regalo y la gracia más increíble de Dios para con todo nuestro mundo fue nacer, vivir y morir en medio nuestro. Jesús es gracia por excelencia. La era de la gracia comienza cuando el Espíritu Santo prende la vida en el vientre de María y culmina en la cruz del Calvario cuando Jesús da su vida en rescate por muchos.

La misericordia alcanza sus cotas más hermosas y poderosas en el preciso instante en el que Dios toma la iniciativa en el plan de salvación enviando a su Hijo unigénito para ofrecer la salvación a quien quisiera tomarla sincera y genuinamente. Jesús inaugura la edad de la gracia en su predicación, en sus hechos y en sus verdades. Todo es gracia y compasión para con el ser humano, todo es un regalo inmerecido para con los pecadores, y todo es un presente eterno para con aquellos que asumen su absoluta necesidad de perdón y redención a través de la obra de Cristo en su favor.

Nosotros, como jóvenes pertenecientes a comunidades de fe, también somos portadores de la gracia. Del mismo modo en el que nosotros recibimos de gracia la salvación, también debemos, en un acto de amor y piedad, regalar gracia a raudales a aquellos que la desean, e incluso a aquellos que no la merecen. Jesús dio su amor incondicionalmente, viniendo para salvar lo perdido y para arreglar lo estropeado, y del mismo modo, su iglesia, esto es, nosotros, hemos de dedicar nuestra vida a una misión de gracia para con los demás.

El perdón, la paciencia, la mansedumbre, la humildad y el respeto hacia los demás deben ser elementos irrenunciables que han de presidir nuestra actuación como cuerpo de Cristo y pueblo de Dios. Somos mensajeros de la gracia, algo que tanto se necesita en una sociedad en la que escasean las acciones de auxilio, ánimo y ternura.

CONCLUSIÓN

Y enrollando el libro, lo dio al ministro, y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él. Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros.” (vv. 20-21)

El texto profético que había leído Jesús hace que todos contengan el aliento a la espera de su interpretación. Nadie se imaginaba que este pasaje sería el discurso programático de Jesús. En el mismo instante en el que pronuncia con firmeza y claridad que éste del que se habla en Isaías era él mismo, las cosas dejarán de ser como eran. Unos escandalizados y otros asombrados, unos incrédulos y otros creyentes, Jesús no deja a nadie indiferente.

La Navidad es un tiempo precioso en el que recordar el nacimiento, la canción celestial de salvación y la visión profética del Mesías anunciado. Pero esto no serviría de mucho sin recordar que la misión de Jesús es también nuestra misión. Unción, predicación de buenas noticias, sanidad, libertad, visión y gracia no son solo recuerdos de Jesús, sino que siguen siendo el objetivo y meta de nuestra juventud bautista hasta que el Señor así lo determine.

EL JOVEN Y EL ESPÍRITU SANTO (PRIMERA PARTE)

TEXTO BÍBLICO: 1 CORINTIOS 2:4-16; 3:16, 17; 6:17-20; 12:4-13

INTRODUCCIÓN

Cuando tratamos de hablar acerca del Espíritu Santo, nos damos cuenta de la gran cantidad de falacias que se han vertido en torno a su persona. Su enigmática labor y su etérea presencia lleva a muchas personas a interpretar su acción y su naturaleza en términos de una fuerza o energía espiritual que puede ser manejada, manipulada y utilizada para lograr una serie de intereses perversos en el seno de la iglesia. Mientras que un determinado grupo religioso ha arrinconado al Espíritu de Dios como si se tratase de una influencia susceptible de ser sometida a los dictados de confesiones, declaraciones y sortilegios varios, otro ha desequilibrado la balanza atribuyendo al Espíritu de Dios capacidades que no le corresponden o una eminencia excesiva en la adoración y en la oración.

El Espíritu Santo es Dios. Es una de las personas de la Trinidad, y por eso se le conoce por diferentes nombre que atestiguan esta realidad: Espíritu Santo, Espíritu de Dios, Espíritu de Cristo y Espíritu de verdad. Es uno con el Padre y con el Hijo, y por tanto, nuestra comunión con el Espíritu Santo debe ser identificada en ordena a reconocer en él la mismísima presencia de Dios.

Hemos de cultivar una relación estrecha con el Espíritu, pues este es exactamente un lazo inquebrantable e indivisible que nos une con el Dios Trino. Por eso Pablo, en su primera epístola a los corintios, cree necesario que la iglesia debe dar al Espíritu Santo el lugar que le corresponde, destruyendo la imagen parcial y utilitarista de éste y de sus dones. Este post es el primero de una serie de tres que tratará de acercarnos a un conocimiento más cercano y profundo del papel, obra y carácter del Espíritu Santo en la vida del joven.

A. EL ESPÍRITU SANTO NOS GUÍA A LA VERDADERA SABIDURÍA

El Espíritu Santo es poderoso para convencer al ser humano (vv. 4, 5)

“Mi predicación y mensaje no se apoyaban en una elocuencia inteligente y persuasiva; era el Espíritu con su poder quien os convencía, de modo que vuestra fe no es fruto de la sabiduría humana, sino del poder de Dios.”

Pablo no se enorgullecía de su oratoria y de su capacidad de convencimiento. No hacía como muchos hoy día, que se vanaglorian de su habilidad para reunir en torno a sí a multitudes. Estas multitudes se hallan hechizadas por una serie de técnicas demagógicas que han sido bien estudiadas para provocar la admiración de manera inmediata. El predicador se ocupa de poner por obra estrategias de dudoso origen para atraer al mayor número de personas con un mensaje atractivo y fácil de asimilar. Transforman la profundidad del evangelio en una serie de discursos superficiales y carentes de raíces y cimientos. Su empeño es agrandar su imagen a costa de un evangelio ligero y vacío de contenido.

En la actualidad, miles de estos charlatanes doran la píldora de la autoestima humana para llenarse los bolsillos de ganancias deshonestas. Sus peroratas, preñadas de
chistes e ilustraciones banales, e incluso de anécdotas de mal gusto, simplemente acarician el corazón del pecador, sin apelar a un arrepentimiento sincero delante de Dios.

El apóstol no pretendía imponer su altura teológica y su amplitud de conocimientos bíblicos. Simplemente deseaba que el Espíritu Santo hablase a través de él sin cortapisas ni obstáculos. Solamente anhelaba que el Espíritu de Dios colocase las palabras necesarias y oportunas, sin recurrir a las técnicas griegas de la retórica y la oratoria, sin matizar ni suavizar la verdad para que entrase sin herir susceptibilidades.

Pablo sabía que la verdad y la sabiduría no conocen de medias tintas, de subterfugios o de eufemismos. Por ello, su predicación y su mensaje evangélico no provenían de una pose afectada e hipócrita que subrayase sus dotes personales, sino que atribuía por completo su eficacia a la obra poderosa del Espíritu Santo.

Solo el Espíritu de Dios es capaz de convencer genuinamente al ser humano de su naturaleza pecadora. Nosotros podemos argumentar, afirmar y comunicar en el proceso de llevar a cabo nuestra misión como cristianos de anunciar el evangelio, pero no somos quienes para convencer a una persona de que tome una decisión tan importante y personal. Todos aquellos que ya hemos pasado por ese momento tan especial en el que el Espíritu Santo nos habló con claridad al corazón y nos persuadió de detenernos en el camino incorrecto por el que transitábamos, para continuar por la senda de la vida eterna en Cristo, sabemos que no fuimos engañados ni embaucados por otro ser humano.

El Espíritu de Dios manifestó su poder inmenso en nosotros de tal modo que, irresistiblemente, no nos quedó más remedio que aceptar la verdad de nuestra condición y el regalo de su salvación.

El Espíritu es nuestro maestro en la asignatura de Dios (vv. 6, 7, 9-11)

“Sin embargo, también nosotros disponemos de una sabiduría para los formados en la fe; una sabiduría que no pertenece a este mundo ni a los poderes perecederos que gobiernan este mundo; una sabiduría divina, misteriosa, escondida, destinada por Dios, desde antes de todos los tiempos, a constituir nuestra gloria… Pero según dice la Escritura: Lo que jamás vio ojo alguno, lo que ningún oído oyó, lo que nadie pudo imaginar que Dios tenía preparado para aquellos que lo aman, eso es lo que Dios nos ha revelado por medio del Espíritu. Pues el Espíritu todo lo sondea, incluso lo más profundo de Dios. ¿Quién, en efecto, conoce lo íntimo del ser humano, sino el mismo espíritu humano que habita en su interior? Lo mismo pasa con las cosas de Dios: solo el Espíritu divino las conoce.”

Existen cientos de disciplinas y ramas del conocimiento que se despliegan ante los ojos del ser humano: medicina, geografía, sicología, derecho, filosofía, zoología, etc. Sin embargo, cada una de estas materias se convierte en nada cuando no hay un deseo de aplicarse con ahínco en la asignatura pendiente de la vida: el conocimiento de Dios. Podemos ser excelentes médicos, abogados, sicólogos y filósofos, y no obstante, permanecer en la inopia de Dios. Es posible ser un grandísimo erudito en todas las parcelas de la ciencia, y sin embargo, ser un completo ignorante en cuanto al entendimiento de la voluntad de Dios para con este mundo.

Si nuestro conocimiento y percepción de Dios en los tiempos de nuestra juventud no es nuestra prioridad en la búsqueda de la sabiduría que se perpetúa en la eternidad, todos nuestros pensamientos carnales seguirán apresados bajo el yugo del pecado, y aunque fuésemos los más doctos y sabios de los hombres en cualquier asunto, de nada nos serviría para alcanzar la salvación. El ser humano necesita ser un alumno aventajado en el conocimiento de la verdadera sabiduría, esto es, del carácter y persona de nuestro Dios.

Esta sabiduría solo es accesible para aquellos que ya han confesado a Cristo, previa convicción de pecado y arrepentimiento impulsada por el poder del Espíritu Santo. Se trata de una sabiduría que el Espíritu divino está dispuesto a impartir a cada uno de los discípulos de Cristo a fin de santificarlos, conformarlos a la imagen de Jesús y conducirlos a la verdadera adoración de Dios Padre.

Las lecciones del Espíritu Santo, nuestro maestro en estas lides, contemplan el conocimiento de Dios en su máxima expresión, en sus atributos y en sus dones para con el ser humano. Es una sabiduría que va a describir una completa imagen de lo que seremos cuando nos hallemos ante la presencia de Dios en Su gloria. Es un conocimiento exclusivo de aquellos que le aman y que es destilado a través de Su Espíritu Santo, de tal manera que podamos ya gustar y deleitarnos en la esperanza del galardón que Dios ya ha preparado de antemano para nosotros en los cielos. El Espíritu Santo es el mismo Dios, y Pablo lo remacha incidiendo en que el Espíritu que opera como maestro de la sabiduría de lo alto conoce de primera mano todo aquello que es Dios y todo aquello que Dios demanda de cada uno de nosotros.

Haríamos bien en prestar atención a las clases diarias que el Espíritu Santo desea inculcarnos. No cabe duda de que cuando nos concentramos en aquello que el Espíritu nos quiere enseñar, nuestras vidas van a estar más llenas del apetito por cumplir la voluntad de Dios. Es un privilegio poder contar con la inagotable ayuda del Espíritu de Dios en nuestro anhelo por alcanzar un mayor entendimiento de Dios y de su propósito sabio y perfecto para cada uno de nosotros.

El Espíritu Santo nos auxilia a la hora de tomar las decisiones correctas (vv. 8, 12-16)

“Ninguno entre los poderosos de este mundo ha llegado a conocer tal sabiduría, pues, de haberla conocido, no habrían crucificado al Señor de la gloria… En cuanto a nosotros, no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios, para poder así reconocer los dones que Dios nos ha otorgado. Esto es precisamente lo que expresamos con palabras que no están inspiradas por el saber humano, sino por el Espíritu. La persona mundana es incapaz de captar lo que procede del Espíritu de Dios; lo considera un absurdo y no alcanza a comprenderlo, porque solo a la luz del Espíritu pueden ser valoradas estas cosas. En cambio, la persona animada por el Espíritu puede emitir juicio sobre todo, sin que ella esté sujeta al juicio de nadie. Porque ¿quién conoce el modo de pensar del Señor hasta el punto de poder darle lecciones? ¡Ahora bien, nosotros estamos en posesión del modo de pensar de Cristo!”

Siempre he creído que el mayor regalo que Dios dio al ser humano cuando fue creado, fue el libre albedrío. Esta capacidad para decidir y elegir era algo bueno en gran manera. Lamentablemente, cuando el pecado comenzó a habitar el corazón del hombre, esa facultad bendita fue trastornada. La humanidad comenzó a tomar decisiones erradas y a elegir el mal como su estilo de vida. Sus elecciones iban siempre encaminadas a cometer atrocidades contra el prójimo y a maldecir el nombre de Dios.

Esta dinámica no ha cambiado desde los tiempos del Edén, y es precisamente esta dinámica de las malas elecciones la que trae dolor, amargura y caos al mundo. Por ello, la humanidad cometió el más abyecto de los crímenes habidos y por haber: el asesinato del inocente, la muerte alevosa y premeditada de Cristo, la crucifixión vergonzosa del Hijo de Dios, aquel que no vino a condenar, sino a salvar al pecador.

El ser humano que solo piensa en sí mismo nunca va a entender el amor de Dios por él. Es incapaz de percibir el precio tan alto de su redención, es incompetente para asimilar la verdad del evangelio, y qué podríamos decir de su incapacidad de reconocer su pecado y necesidad de Dios. Para esta clase de personas, el evangelio es un absurdo, es una locura, es la fe de una serie de fanáticos, de crédulos y de locos. En su empleo de la lógica y de la razón, dones también dados por Dios para que administrase correctamente el hombre, se han olvidado de que la esfera de lo espiritual también es un hecho. La sed y el hambre del ser humano por llenar el vacío existencial de su alma es una realidad comprobable que todos y cada uno de nosotros hemos experimentado hasta que el Espíritu Santo de Dios nos persuadió de nuestra insensatez y ceguera espiritual.

El Espíritu Santo, a través de su intervención milagrosa y efectiva en el alma humana, pretende desterrar esta manera de vivir pecaminosa y mundanal. Intenta que apreciemos en su justo valor el don de la salvación por medio de Cristo, que valoremos con mayor énfasis el regalo del perdón y de la santificación. Quiere que dejemos atrás aquellas malas decisiones que solo nos acarrearon problemas, desgracias y consecuencias funestas.

El Espíritu de Dios alberga la intención de que, como jóvenes, vayamos desprendiéndonos paulatinamente de nuestras elecciones egoístas para fundamentar nuestro libre albedrío en la mente de Cristo. La luz que nos da continuamente el Espíritu de Vida nos ayuda a ver la ingente cantidad de bendiciones con que nuestro Dios nos colma. Una vez llenos del Espíritu Santo, nada ni nadie podrá echarnos nada en cara, puesto que cada una de nuestras elecciones tiene su punto de apoyo en aquel que no cometió pecado y que en obediencia a Dios, entregó su vida en sacrificio por nuestra dureza de cerviz.

CONCLUSIÓN

Ahora, nuestra meta como jóvenes es ser llenos del Espíritu Santo, dejando que su voz siga convenciéndonos de aquellas cosas que hacemos desastrosamente mal, que su enseñanza eficaz nos muestre la grandeza y magnificencia de Dios en todo su esplendor, y que su presencia diaria y su sabiduría superior impregnen cada decisión que vayamos a tomar de ahora en adelante.

Da gracias a Dios por enviar al Espíritu Santo, por medio del cual, sabemos con certeza que Dios está con nosotros y en nosotros.

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO: RECORDANDO AL MESÍAS ESPERADO

TEXTO BÍBLICO: LUCAS 3:15-18

Estas fechas navideñas en las que nos veos inmersos en un trajín de compras, preparativos y adornos parece que Jesús ya no ocupa el lugar que antaño tuvo en las mentes, corazones y costumbres de los hombres y mujeres. Desplazado por otras corrientes folklóricas de allende los mares por la figura cocacolizada de un mito nórdico personificada en la figura de Santa Claus o Papa Noel, el niño que reposa en el pesebre de un humilde refugio de animales resulta poco atractivo. Papa Noel resurge en los anuncios propagandísticos a través de productos típicos de la mercadotecnia más materialista y por medio de una idea simplona y simplista de su papel en el devenir de la existencia humana.

Papa Noel solo aparece una vez al año para traernos muchos regalos, y aunque supuestamente se ampara en un juicio bastante suave de los que han hecho cosas buenas y cosas no tan buenas, al final todos reciben su presente con un lacito de color llamativo. Papa Noel no apela a nuestra conciencia sino más bien a las emociones y sentimientos, elementos que parecen rebrotar en estas fechas en forma de amabilidad y ternura sentimentaloides.

Papa Noel no nos juzga ni demanda de nosotros un cambio radical de vida, sino que se presenta como un venerable ancianito que sonríe jocosamente sobre un trineo tirado por renos sin dejarnos una moraleja o unas directrices de cómo encarar el año nuevo que está por comenzar. No, Papa Noel es bastante más atrayente y más asequible para las almas que buscan redención por medio de sus propias buenas obras y para las conciencias que durante todo el año se vieron cauterizadas por la maldad y el pecado.

Sin embargo, Jesús, en comparación con este barbado santurrón de rojo y blanco, es un personaje muy incómodo. Tal vez en la representación que se hace de su nacimiento pueda contemplarse un soplo de beatitud y paz, pero no es eso lo que encontramos cuando de verdad sabemos, comprendemos y asimilamos la misión de este pequeño recién nacido en Belén. El niño Dios que con su rostro calmado y tierno del que se ha hecho un culto paralelo en determinadas instancias religiosas del cristianismo, no es el mismo Jesús crucificado y resucitado cubierto de sangre y heridas que culmina el plan salvífico de Dios para el ser humano. Pero si sabemos interpretar correctamente la amplitud y profundidad de la vida de Jesús descrita en los evangelios, hallaremos que este niño era más de lo que parecía y que demanda de nosotros más de lo que nos suele pedir Santa Claus.

Con el transcurso de su historia, Jesús ya es un joven que deja su hogar para consumar el propósito para el que nació entre nosotros. Su primo Juan, conocido como el Bautista, ya hace tiempo que tomó la responsabilidad de dejar expedito el camino a Jesús a través de su predicación espinosa que solicitaba un compromiso de arrepentimiento y confesión de pecados. Ante sus palabras, muy distintas de las que los rabinos y maestros de la ley enseñaban en las sinagogas de sus aldeas y ciudades, las multitudes acudían para tratar de reconocer en él a aquel que había sido profetizado como el Mesías que liberaría a Israel del yugo de sus opresores.

Juan, conocedor de los rumores y comentarios de esta muchedumbre que acudía a él para recibir el bautismo de arrepentimiento en el Jordán, no se eleva para arrogarse el mérito de un poder que no le corresponde, y por lo tanto, decide sacar de dudas a aquellos que ya estaban ideando un plan revolucionario que lo alzase como liberador de los judíos de la bota romana: “Como el pueblo estaba en expectativa, preguntándose todos en sus corazones si acaso sería Juan el Cristo, respondió Juan, diciendo a todos.” (vv. 15-16).

En este domingo de Adviento en el que recordamos a Jesucristo como centro de estas fechas y de nuestras prioridades vitales, es preciso exponer el alcance mesiánico que Jesús tiene al encarnarse y habitar entre la raza humana.

RECORDAMOS QUE JESÚS NACIÓ PARA SER RECIBIDO POR AQUELLOS QUE SE ARREPIENTEN Y PARA JUZGAR A AQUELLOS QUE SE RESISTEN A SU SALVACIÓN

Yo a la verdad os bautizo en agua; pero viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego.” (v. 16)

Juan el Bautista, en un despliegue de humildad y honestidad, no desea engañar a nadie, y para ello describe su labor como preparatoria e iniciadora para la obra salvadora de Jesús. Él no es el Mesías esperado, sino que es un profeta enviado y elegido por Dios para allanar el camino a Jesús en la inauguración del Reino de Dios: “Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. Éste vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él. No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz.” (Juan 1:6-8).

Jesús no duda en ensalzar el trabajo abnegado y sacrificado de Juan cuando lo considera una persona excepcional: “Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista.” (Mateo 11:11). La meta de Juan el Bautista, tal y como él mismo señala, es la de bautizar en agua a aquellas personas, las cuales, conscientes de su necesidad de perdón y del pecado que ennegrece sus almas, deciden manifestar públicamente su compromiso con la obediencia a Dios, la enmienda de sus actos malvados y la purificación de sus corazones. Juan no está perdonando o limpiando los pecados a nadie a través de este acto acuático, sino que solo es aquel que ayuda a los arrepentidos a mostrar sus deseos de ser transformados por el poder restaurador que proviene de Dios.

En la magnífica declaración de su lugar secundario en el orden de cosas del plan de salvación de Dios, Juan se hace nada ante el poder, autoridad y juicio de Jesús, el verdadero Mesías, el esperado y ansiado autor de la redención y liberación de la opresión del pecado. Se rebaja al nivel de un siervo, del esclavo más bajo que ha de tocar los pies encallecidos, sucios y sudorosos de su señor después de caminar por las polvorientas calles de la ciudad. Su misión no es nada comparada con lo que es capaz de hacer Jesús. De Juan no puede surgir la dispensación del Espíritu Santo que convierta los corazones, que renueve lo enfermo y muerto en el alma y que guíe al creyente en una vida santificada del agrado de Dios.

Sin embargo, de Jesús, el Mesías, el Espíritu Santo de vida será infundido en aquellos que se arrepienten de sus malas obras, que confiesan su necesidad absoluta del perdón de sus pecados y que están dispuestos a caminar según los estatutos de Dios para gloria de Dios Padre y beneficio de su prójimo. Ezequiel ya profetizó este rol mesiánico: “Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:27).

Del mismo modo, Jesús será como un fuego que juzgará las acciones de aquellos que creen que no necesitan ser salvados de nada, que piensan que son dueños de su voluntad para hacer lo que mejor les parece y que, en su insensatez han determinado convertirse en enemigos de Dios y esclavos del pecado: “Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho el Señor de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama” (Malaquías 4:1); “En llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (2 Tesalonicenses 1:8).

La imagen que Juan el Bautista emplea para ilustrar esta realidad espiritual de los dos destinos eternos del ser humano, es la de un agricultor que decide separar el grano de la paja en una era: “Su aventador está en su mano, y limpiará su era, y recogerá el trigo en su granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará” (v. 17). La doble función del aventador era, por un lado permitir que el peso del grano lo hiciese caer en tierra, y por otro, que el tamo y la paja, fuesen arrastrados por el viento. De este modo, el grano estaba limpio de polvo y paja y podía ser almacenado en el granero. La paja, ya inservible para el consumo humano, sería quemada rápidamente junto con los rastrojos.

Del mismo modo, Jesús nace para juzgar a vivos y a muertos en el día postrero, para separar a los creyentes de aquellos que no lo son. El trigo es la iglesia de Cristo que es reunida en el granero del cielo, mientras que la paja de los que no se arrepienten de sus pecados, los cuales sufrirán bajo el fuego eterno del infierno.

Es preciso hacer un breve inciso para considerar el peligro de un arrepentimiento falso y superficial que no es considerado por Dios para salvación. Existen personas que se arrepienten más por las consecuencias y efectos que provienen del castigo de Dios sobre los impíos que por el deseo de servir a Dios por amor y ser librados de la culpa del pecado. Esta clase de arrepentimiento solo redunda en vidas hipócritas que solo buscan su autojusticia, en existencias basadas en una falsa seguridad de salvación, en un endurecimiento del corazón y en una progresiva cauterización de la conciencia. Jesús nació para erradicar esta clase de “conversión” que solo conduce al apoltronamiento espiritual y a la indiferencia práctica.

Ni el bautismo salva, ni lo hace una trayectoria familiar de generaciones de creyentes, ni una vida repleta de buenas obras, ni una sensación de que al final Dios va a ser misericordioso y va a perdonar a todo el mundo. Solo el Mesías esperado, Jesús, es el indicado, suficiente y absoluto salvador del ser humano, y el único que lee los corazones de tal manera que no puede ser burlado.

Juan, como precursor del Mesías que hoy recordamos, entiende que el arrepentimiento es el primer paso para considerar que el nacimiento y misión de Jesús es una buena noticia: “Con estas y otras muchas exhortaciones anunciaba las buenas nuevas al pueblo” (v. 18). Las buenas noticias que celebramos en el nacimiento de Jesús hace más de dos mil años no lo son tanto si no son acogidas por vidas completamente entregadas a él, por corazones contritos y arrepentidos por sus pecados y por espíritus necesitados del mayor regalo que él nos ofrece: el perdón y la salvación.

Las buenas nuevas aún resuenan en el tiempo a través de las voces de aquellos cristianos que entienden que la Navidad es el advenimiento del Mesías de salvación y liberación, algo que no puede dejarse en el baúl de los recuerdos navideños, sino que debe ser experimentado día tras día, jornada tras jornada.

La Navidad no es solo el tiempo para recibir regalos o para demostrar mayor o menor aprecio por los demás. La Navidad es sobre todo la época que mejor nos trae a la memoria lo que Cristo ha hecho por nosotros, perdonando nuestras deudas y lavando nuestras inmundicias tras habernos arrepentido de nuestras malas artes y obras. Papa Noel no podrá darte esto por mucho que se lo pidas.

Aunque pueda resultar simpaticón y afable, nunca murió en una cruz llevando sobre sí mismo el peso de todas nuestras transgresiones. Papa Noel tendrá la capacidad de regalarte algo que se romperá, gastará, olvidará, cambiará o perderá, pero solo Jesús, el Mesías de Dios, podrá regalarte por gracia la redención y toda una vida eterna a su lado.

FRIENDSHIP: FORJANDO UNA VERDADERA AMISTAD

FORJANDO UNA VERDADERA AMISTAD 

 
TEXTO BÍBLICO: 1 SAMUEL 18:1-4; 19:4-7; 20:10-13 

INTRODUCCIÓN 

       ¡Amistad! ¡Qué bella y hermosa palabra cuando se hace carne en los afectos de una persona hacia otra! ¡Pero qué añorada resulta cuando quien creías que era tu amigo te ha traicionado y decepcionado! La amistad, esa relación interpersonal que sugiere una comunión más que fraternal entre dos seres humanos que no están unidos por la sangre y la genética, es sin duda, uno de los bienes que menos se encuentra en este mundo. De hecho, cuando hablamos de redes sociales como Facebook, el hecho de que alguien te pida amistad se resume en simplemente saber qué se cuece en la vida de cada cual, en compartir insulsos comentarios más protocolarios que otra cosa, en ofrecer una imagen preparada y cosmética de la vida propia, o en seleccionar lo que se quiere ver de cada supuesto amigo.

Alguien que conozco dudaba en llamar amigos a todos aquellos que aceptaban solicitudes de amistad, puesto que cuando las cosas se ponían feas y tirando a negro betún en su vida, nadie podía abrazarlo, sosegarlo con palabras de consuelo susurradas al oído o brindarle un apoyo real y concreto. Si tuviésemos que hacer un barrido selectivo de aquellos que de verdad pueden considerarse amigos leales, de verdad, sinceros y dispuestos al sacrificio, posiblemente nuestra lista sería más escueta de lo que pensamos. Tal y como dijo Henry Adams, escritor norteamericano, “un amigo en la vida es mucho. Dos son demasiados. Tres son imposibles.” 

        Y es que la amistad, tal y como la define, por ejemplo, Aristóteles, filósofo clásico griego, esto es, como “un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas”, hace que podamos contar con los dedos de una mano quiénes son nuestros auténticos amigos. No confundamos la amistad con compañerismo, camaradería o conocidos. Tener amigos supone ser afortunadísimos en la vida, aunque para llegar a tenerlos sea necesario tener que sufrir muchos desengaños y no pocas desilusiones.

Ser tú mismo en compañía de alguien que te escucha sin aburrirse, tener la certeza de la discreción de alguien que te comprende sin elaborar un juicio condenatorio, poder pasar tiempo en silencio, pero disfrutando de la presencia de alguien que a pesar de saberlo todo de ti, te sigue amando, eso es amistad genuina. La amistad hace más llevadera la vida, los tránsitos críticos se hacen más breves, los problemas se dividen por dos y las alegrías se multiplican el doble y el amor fraternal hace que los sinsabores de nuestra existencia sepan más dulces de lo esperado.  

      En la experiencia narrativa bíblica acerca de la amistad verdadera, sobre cómo forjar una relación amistosa exitosa y perdurable, la historia de Jonatán y David se erige como un faro que alumbra nuestras dudas, que disipa la oscuridad de nuestras vivencias negativas en el campo de lo afectivo y que nos descubre el refugio de una relación amistosa auténtica.

Más allá de las interpretaciones que se hayan querido elaborar desde los lobbys homosexuales en torno a la clase de relación existente entre estos dos amigos del alma, lo cierto es que podemos aprender varias lecciones de cómo es posible afirmar y edificar una relación de amistad fructífera, bendita y feliz. 

A.     LA VERDADERA AMISTAD DA SIN ESPERAR NADA A CAMBIO 

“Aconteció que cuando él hubo acabado de hablar con Saúl, el alma de Jonatán quedó ligada con la de David, y lo amó Jonatán como a sí mismo. Y Saúl le tomó aquel día, y no le dejó volver a casa de su padre. E hicieron pacto Jonatán y David, porque él le amaba como a sí mismo. Y Jonatán se quitó el manto que llevaba, y se lo dio a David, y otras ropas suyas, hasta su espada, su arco y su talabarte.” (1 Samuel 18:1-4) 

       Después de una victoria rotunda sobre los filisteos y de la derrota de uno de sus adalides más poderosos llamado Goliat, David comparece ante el rey Saúl. Allí, uno de los hijos del soberano, Jonatán, tan joven como David, escucha atentamente el relato del triunfante y desigual combate con el gigante. Admirado por el arrojo y la valentía de este pastor de ovejas, el cual ha dejado boquiabiertos a todos los estamentos militares israelitas, Jonatán siente que David puede convertirse en un gran amigo.

El desparpajo, la confianza y la seguridad con la que habla David le ha convencido de que es una persona en la que puede encontrar una amistad duradera, leal e inquebrantable. De ahí que la expresión que usa el escritor bíblico sea tan penetrante e ilustrativa: dos almas ligadas, unidas, conectadas e inseparables. El alma, como soporte y base de las emociones, los sentimientos y las sensaciones, como esencia del ser humano, como el don de vida de Dios, está tan apegada a otra que casi es imposible discernir dónde empieza una y dónde acaba otra. Podríamos decir que esta relación de amistad fundía ambas esencias individuales para convertirlas en una sola.  

       Este estrecho y entrañable nexo de amistad lleva a Jonatán a amar a David como a sí mismo. Todo lo suyo es de David, y viceversa. Este joven pastorcillo ahora es parte de su ser, y por ello vela porque no le falte absolutamente nada para la batalla que está a punto de iniciarse. La verdadera amistad se forja desde el darse al otro sin considerar un interés beneficioso en éste. Supone amar sin cortapisas, cuidándose mutuamente sin sopesar los peligros, las necesidades o los prejuicios. La amistad de la que disfrutaban estos dos jóvenes era tan proverbial que llegan a acordar que nunca se separarían, que serían más que hermanos, que no dudarían en dar sus propias vidas para lograr la felicidad del otro.

Cuando se es amigo de verdad, nada de lo que antes era importante sigue siéndolo, ya que ahora dejan de ser nuestros para ofrecerlos con ternura al amigo. No podemos ser amigos de otros si no estamos dispuestos a negarnos a nosotros mismos en favor de los demás. Si restringimos nuestra disponibilidad, si nos guardamos secretos, si ocultamos la verdad, aunque duela, o si decidimos parcelar esa amistad, más temprano que tarde este lazo irá deteriorándose hasta desaparecer con el tiempo. Ser amigos, es decir: “Lo mío es tuyo, y lo tuyo, mío.” 

B.     LA VERDADERA AMISTAD SUPERA CUALQUIER RIESGO 

“Y Jonatán habló bien de David a Saúl su padre, y le dijo: No peque el rey contra su siervo David, porque ninguna cosa ha cometido contra ti, y porque sus obras han sido muy buenas para contigo; pues él tomó su vida en su mano, y mató al filisteo, y Jehová dio gran salvación a todo Israel. Tú lo viste, y te alegraste; ¿por qué, pues, pecarás contra la sangre inocente, matando a David sin causa? Y escuchó Saúl la voz de Jonatán, y juró Saúl: Vive Jehová, que no morirá. Y llamó Jonatán a David, y le declaró todas estas palabras; y él mismo trajo a David a Saúl, y estuvo delante de él como antes.” (1 Samuel 19:4-7) 

       La historia de la amistad entre David y Jonatán no está exenta de pruebas y peligros que sortear. Las amistades no se valoran en los tiempos de vino y rosas, en aquellos momentos en los que la paz y la alegría brillan sobre el cielo de una relación amistosa. El amigo es probado cuando se ensombrecen los horizontes y las amenazas surgen para tambalear los afectos. Mientras todo va bien en palacio, todo es tranquilidad, pero cuando el rey Saúl enferma de envidia al comprobar como el pueblo ensalza los triunfos de David sobre los suyos, la tragedia se masca en el ambiente. Las tensiones comienzan a hacer irrespirable el entorno palaciego hasta que, en una sesión musical de David, la atormentada psique del rey toma represalias contra el joven lanzándole en varias ocasiones una lanza.

David no dejó de atender a sus obligaciones para con su rey a pesar de estos envites ponzoñosos y desquiciados que podían llegar a ser letales, y esto hacía que la envidia tiñosa continuase elevando el nivel de locura y desvarío de Saúl. En este estado de cosas, Jonatán se hallaba en una encrucijada de caminos: le debía lealtad a su padre, pero, por otro lado, el pacto de amistad con David seguía estando más fuerte que nunca. Debía tomar cartas en el asunto y solventar esta relación de amor-odio que existía entre su padre y David. Elegir entre su familia y su amigo no iba a ser cosa fácil. 

       Sin embargo, Jonatán aprecia de tal modo su amistad con David que decide interceder por él ante su padre, un espectro de lo que fue, un enfermo mental capaz de cometer una locura envidiosa. Habla en favor de David a su padre, preparado para un nuevo estallido de ira y violencia. Saúl podría haber espetado a su hijo que de qué lado estaba, del de su padre, el cual lo había engendrado y criado, o del de David, un simple y humilde pastor de ovejas, un advenedizo que había puesto en entredicho su poder, su autoridad y su llamamiento divino. Sin embargo, al exponer Jonatán todas las buenas acciones con que David había prodigado al rey, Saúl entra en razón, al menos por un instante, y jura que no tocará un pelo de la cabeza de David.

David, al conocer de boca de Jonatán que le garantizaba que las aguas habían vuelto a su cauce, confía en sus palabras y retoma sus deberes y tareas en el entorno palaciego hasta un nuevo episodio de tirria incontenible del rey. Como aquí vemos, el amigo es capaz de enfrentarse a todo y todos para ayudar a aquel al que estima como a sí mismo. No deja pasar la oportunidad para resolver cualquier asunto que amenace una relación tan auténtica y verdadera como su amistad. A riesgo de recibir el rechazo incluso de su propia sangre y carne, sabe que su deber para con su amigo es indiscutible. Así es como se prueban las amistades, en los momentos críticos y controvertidos, en las desgracias y necesidades, en la miseria y el sufrimiento: “En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia.” (Proverbios 17:17) 

C.     LA VERDADERA AMISTAD ES LEAL HASTA EL FIN 

“Dijo entonces David a Jonatán: ¿Quién me dará aviso si tu padre te respondiere ásperamente? Y Jonatán dijo a David: Ven, salgamos al campo. Y salieron ambos al campo. Entonces dijo Jonatán a David: ¡Jehová Dios de Israel, sea testigo! Cuando le haya preguntado a mi padre mañana a esta hora, o el día tercero, si resultare bien para con David, entonces enviaré a ti para hacértelo saber. Pero si mi padre intentare hacerte mal, Jehová haga así a Jonatán, y aun le añada, si no te lo hiciere saber y te enviare para que te vayas en paz. Y esté Jehová contigo, como estuvo con mi padre.” (1 Samuel 20:10-13) 

       Como ya dijimos en el punto anterior, aunque las aguas parecían retornar a su mansedumbre y calma tras la intercesión sabia y eficaz de Jonatán ante su padre, lo cierto es que solo iba a ser un compás de espera hasta un nuevo intento del rey por ensartar a David con su lanza a la menor oportunidad. A David no le queda más remedio que huir de las garras de Saúl y marcharse a Naiot en Ramá junto a Samuel para refugiarse en su autoridad y prestigio. Incluso en la distancia que podía separar a los dos buenos amigos, buscan el modo de volverse a encontrar para elaborar una estrategia que les permitiese seguir disfrutando de su relación fraternal.

El diálogo que entre ellos se entabla en esos momentos de incertidumbre es una manifestación formidable y esclarecedora de la amistad que sentían mutuamente. David le comenta a Jonatán que su padre ya sabe de lo profunda que es su amistad, y que ya no confía en él como antes. Jonatán, en un arrebato de comprensión y emoción ante esta revelación, le dice a David: “Lo que deseare tu alma, haré por ti.” (v. 4)

David plantea un plan por medio del cual él sabrá cuáles son las verdaderas intenciones del rey para con él. Jonatán, mostrando una lealtad y fidelidad a prueba de flechas y lanzas, se muestra conforme y promete a David que le avisará del resultado de su consulta al rey. Si la respuesta del rey fuese negativa, Jonatán tiene la fuerza de voluntad suficiente como para dejar que David se marche, aún con pena y tristeza en su corazón. 

      La lealtad es fundamental para entender la amistad humana. Ser fieles a la palabra dada, al pacto de amistad establecido entre dos personas que se estiman y quieren sin dobleces ni intereses ocultos, es uno de los indicadores más claros de que esa amistad es verdadera. Además, si le añadimos la idea de que a veces debemos separarnos de nuestros amigos por su bien, sin dejar de amarlos y reconocerlos como amigos para siempre, entenderemos que la amistad no es algo puntual, pasajero o sujeto a las circunstancias y situaciones de la vida. David tendría que marcharse lejos de Jonatán, pero incluso la muerte de este no dejaría de marcar la importancia de su amistad cuando David asciende al trono de Israel, bendiciendo y ayudando a uno de sus hijos, Mefi-boset.

Las palabras teñidas de llanto y luto de David cuando se entera de la muerte de su gran amigo nos lo dicen todo acerca de su relación de amistad: “¡Cómo han caído los valientes en medio de la batalla! ¡Jonatán, muerto en tus alturas! Angustia tengo por ti, hermano mío Jonatán, que me fuiste muy dulce. Más maravilloso me fue tu amor que el amor de las mujeres.” (2 Samuel 1:25, 26). Saber que un amigo cumplirá con su palabra cuando ésta sea dada, es la mayor de las fortunas en un mundo en el que nadie muere por nadie. 

CONCLUSIÓN 

      El ejemplo de esta amistad tan hermosa y deseable entre David y Jonatán debe impulsarnos a encontrar en nuestros amigos estas tres cosas: afecto sincero, sacrificio total y lealtad absoluta.

Mide tus amistades por este baremo y constatarás, para bien o para mal, que no todo el monte es orégano, pero también llegarás a apreciar a los verdaderos amigos, a aquellos que ponen su vida por ti, que se anticipan a tus necesidades y que nunca te dejan en la estacada cuando las cosas van mal dadas.

Recuerda que “un hermano puede no ser un amigo, pero un amigo siempre será un hermano”, Demetrio de Faleno dixit. 

SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO: RECORDANDO LA CANCIÓN MÁS HERMOSA JAMÁS CANTADA

TEXTO BÍBLICO: LUCAS 2:8-20

INTRODUCCIÓN

El acontecimiento que celebramos en las fechas navideñas es muy especial para mí. Fue precisamente en Navidad cuando entendí el evangelio de mano de mi profesora de Escuela Dominical, y comprendí mi necesidad de recibir la salvación de parte de Dios. Hasta ese momento la Navidad solo era un periodo vacacional en el que nos reuníamos como familia para cenar juntos, ver los típicos programas de Nochebuena, y recibir los regalos tan esperados durante todo el año.

Ningún otro pensamiento mío abarcaba la realidad espiritual que se hallaba tras la conmemoración del nacimiento de Jesucristo. Nunca se me ocurrió preguntar sobre el significado exacto de estas festividades hasta que el Señor puso en mi corazón la inquietud adolescente de saber algo más de la Navidad. Nuestra maestra de Escuela Dominical, con su habitual ternura y sencillez me explicó grosso modo la esencia de la encarnación de Dios en Cristo, un ser de carne y hueso, con el objetivo de rescatar de las garras del pecado y de Satanás el alma del ser humano.

Una luz brillante se apoderó de mi mente curiosa y decidí saber mucho más de esta dimensión espiritual que nunca había entrado en mis cálculos y preocupaciones. De ahí en adelante, con la ayuda de mi pastor y otros hermanos, pude articular, aunque fuese de manera simple y sin pulir, esa necesidad que yo tenía de confesar mis pecados ante Dios, de solicitar de Él su misericordia y de comprometerme con Jesucristo como mi Señor y Salvador.

La encarnación de Dios en Cristo, dentro del misterio que supone, y que con la ayuda del Espíritu Santo en mi vida, he podido ir desentrañando, es el punto más alto e importante del plan de salvación de Dios. Dios nos ha revelado a través de su Palabra el crucial evento en la historia que atañe a toda la humanidad, y esto ha sido posible en tanto en cuanto hemos elegido escuchar y cantar una canción de salvación.

El hecho de que Dios mismo tuviese a bien caminar entre nosotros ya es de por sí una admirable cantata que entonar por los siglos de los siglos cada vez que sentimos en el corazón el peso de una redención que demandó una solución definitiva y repleta de gracia y amor: “Se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres.” (Filipenses 2:7). Nuestros salmos y cánticos a Dios son el producto precisamente de este acontecimiento cósmico: Dios dejando su majestad y gloria eternas para amar y salvar a aquellos que desean ser salvados en un mundo finito y anclado en lo frágil del tiempo.

Es tiempo en estos días de Adviento de recordar la canción de salvación que se inspira en el advenimiento de nuestro Salvador. Desde el cielo no se enviaba a un modelo de nobleza e integridad, ni a un maestro ducho en enseñar moralidad y buenas costumbres, ni a un iluminado revolucionario que quisiera transformar el mundo desde una estrategia social de la no violencia. Desde el trono refulgente de las moradas celestiales es Dios mismo el que desciende para convertirse en el corazón del evangelio que nosotros hoy predicamos: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él crea no se pierda mas tenga vida eterna.” (Juan 3:16).

El Salvador al que hemos de agradecer que haya puesto un nuevo cántico en nuestra boca es aquel que dijo de sí mismo lo siguiente: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.” (Lucas 19:10), y cuyo nombre, Jesús, es el resumen perfecto de su labor en la tierra: “Porque él salvará a su pueblo de sus pecados.” (Mateo 1:21).

A. UNA CANCIÓN PARA LOS HUMILDES

Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor.” (vv. 8-9)

Todavía la canción de unos ángeles resuena en el eco de los tiempos para seguir recordándonos que un Salvador llegó a este planeta para liberar a los cautivos del pecado y para sanar las heridas que éste había infligido en el corazón del ser humano. Todavía podemos escuchar la historia de aquellos pastores, hombres que se hallaban en la parte más baja de la escala social de aquellos días, personas que no eran consideradas precisamente como los baluartes de la educación, la pureza ritual, la fiabilidad y los buenos hábitos. Aún podemos recordar a través del relato bíblico cómo un ángel del Señor se hace presente ante los más humildes del pueblo en vez de ante las más encumbradas autoridades religiosas y políticas del país. Las buenas noticias encuentran su primer oído en individuos de dudosa catadura y fama.

¿Y es que acaso no es esa nuestra situación cuando recibimos la revelación divina de su misericordia y salvación? ¿No es así como Dios se acercó a nosotros, indignos mortales y perpetradores de los pecados más perversos y tenebrosos? Dios, al igual que los pastores, se aproxima a aquellos que más necesitan de su obra de redención, para que de este modo, cualquier testimonio futuro de pecadores en apariencia irredentos, pueda ser un faro brillante para otros barcos que navegan ciegamente por las costas rocosas de un mundo sin Dios.

Nuestra garganta antes reseca por la sed de justicia y enronquecida por la multitud de palabras e ideas contrarias a la voluntad perfecta de Dios, ahora se aclara gracias a la miel que mana del panal de la gracia soberana de Dios en Cristo. Los pastores en su humildad y modestia poseían una receptividad especial para el mensaje del ángel, mientras que, como puede constatarse en el resto de la historia de los evangelios, los adalides de la pureza religiosa dedicaron todos sus esfuerzos en rechazar la verdad que canta la propia vida de Jesús. La alegría y el gozo son características propias e inseparables de unas buenas noticias como las que traía el mensajero celestial.

B. UNA CANCIÓN UNIVERSAL

Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo.” (v. 10)

¿Eran esas noticias únicamente para los pastores? Por supuesto que no. Ellos solo eran la punta de lanza o la avanzadilla de lo que estaba por ocurrir en el futuro. El ángel deja claro que las buenas noticias son para todo el pueblo, que son universales. Dios desea que todos sean salvos, que todos puedan cantar a pleno pulmón la grandeza y maravillosa regeneración del alma humana, pasando de la más miserable condenación a la más excelsa condición redentora.

Éste cántico es un cántico que debe ser interpretado por todos aquellos que reciben con alegría y fe el mensaje del evangelio creyendo en Jesucristo como su Señor y Salvador. Ya no es la voz áspera del pecado la que habla por nosotros, sino que es la melodiosa y armoniosa voz de la salvación en Cristo la que surge potente y clara para adorar al que vive y hace vivir por los siglos de los siglos.

Esta canción universal es una canción que también tuvo a bien cantar Simeón, aquel anciano que esperaba la consolación de Israel a través del nacimiento del Mesías, y que se conoce como el “Nunc Dimitis”: “Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel.” (Lucas 2:28-32).

C. UNA CANCIÓN MESIÁNICA

Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor. Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre.” (vv. 11-12)

El niño que estaba a punto de nacer reunía todas y cada una de las características que se esperaban de aquel que inauguraría la era de la gracia. Era el Salvador, aquel que nos ha rescatado de nuestra vana manera de vivir, de la tiranía del pecado y de los vicios, de la culpa que lastra nuestros pensamientos. Era el Cristo, el ungido de Dios que aunaría en sí mismo las tres facetas fundamentales del enviado de Dios: Señor de señores y Rey de reyes nacido en la ciudad de David que vencerá a la muerte (Apocalipsis 17:144), apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión (Hebreos 3:1), y profeta que nos revela la verdad y extensión de las profecías del Antiguo Testamento (Hebreos 1:1-2).

Era el Señor, poderoso en su autoridad y señorío sobre las vidas de aquellos que hemos fiado nuestro destino y ser a su voluntad santa y sabia. Era ciento por ciento Dios y ciento por ciento hombre, demostrando con el misterio de su encarnación el amor más inmenso del que jamás seremos objeto. La evidencia de todos estos gloriosos y magnificentes títulos sería el contraste inigualable de la humildad de su nacimiento en la cuna que un pesebre donde se alimentaba el ganado le acogió. Jesús no era un escogido de las castas más encumbradas, ni de las instancias más adineradas, ni de las estirpes más laureadas. Así debía ser: de la gloria deslumbrante a la humildad anónima.

D. UNA CANCIÓN CELESTIAL

Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (vv. 13-14)

En un alarde impresionante e inimaginable de adoración y alabanza genial, miríadas de ángeles entonan el coro magnífico y emocionante de las buenas nuevas de salvación para el mundo: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (v. 14). Esta visión sin precedentes en las Escrituras es el mejor modo en el que dar la bienvenida a la tierra a aquel que iba a ofrecernos la paz y la reconciliación con Dios. Los ángeles, exultantes de gozo y júbilo, emplean sus cristalinas voces para expresar la satisfacción que rebosa en sus corazones al ser portadores de las buenas nuevas de salvación de los perdidos.

Del mismo modo en el que se regocijan en este instante culminante de los propósitos de Dios, así harán cada vez que una nueva alma se entregue a Cristo: “Hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.” (Lucas 15:10). La paz se une al coro de la alegría para entregarnos el regalo de la reconciliación con Dios: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida.” (Romanos 5:10); “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados.” (2 Corintios 5:18-19). Esta reconciliación cuyo fundamento es Cristo en su vida, muerte y resurrección tiene lugar, no por nuestros merecimientos o nuestras buenas obras, sino que es ofrecida voluntaria y misericordiosamente por Dios a aquellos sobre los que reposa el favor soberano de Dios.

E. UNA CANCIÓN QUE HAY QUE COMPARTIR

Sucedió que cuando los ángeles se fueron de ellos al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha manifestado. Vinieron, pues, apresuradamente, y hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Y al verlo, dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del niño. Y todos los que oyeron, se maravillaron de lo que los pastores les decían. Pero María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Y volvieron los pastores glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto, como se les había dicho.” (vv. 15-20)

Tras esta revelación inolvidable y asombrosa, los pastores siguen el proceso de todo aquel que ha recibido la Palabra de Dios. Sin muchos aspavientos y con entusiasmo desbordante, dejan sus rebaños al cuidado de unos pocos de sus compañeros para asistir al mejor concierto musical que hayan podido presenciar: el niño envuelto en pañales junto a sus padres. La fe inefable que colma sus corazones les lleva a actuar y a comprobar la autenticidad del anuncio angélico. Aceptan la invitación de Dios y acuden al encuentro de su Salvador y Señor, el cual aliviará sus cargas: “Venid a mí todos los trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.” (Mateo 11:28-30).

Cuando por fin comprueban la verdad de la canción celestial, y miran con ojos impresionados la fidelidad de la profecía, todos, tanto pastores como José y María ven confirmadas sus esperanzas y su fe. Mientras los pastores corren alborozados a proclamar el nacimiento del Mesías a todos cuantos se encontraban por su camino, con los corazones ardiendo de amor y perdón, María guarda en lo más profundo de su ser todas estas cosas, meditando acerca de toda una vida que se abre ante la inocente sonrisa de su retoño. Los pastores prorrumpen en un cántico de gratitud, de gozo y de esperanza mientras vuelven a sus aldeas, sabiendo que nada será igual para ellos tras escuchar la canción de las buenas nuevas de salvación.

CONCLUSIÓN

Queridos jóvenes, ¿seguís recordando y escuchando el himno que Dios ha compuesto para nuestra salvación en estos días de Navidad? Si es así, no dejemos de cantarla y disfrutarla, puesto que gracias a la compasión de Dios en Cristo somos librados del pecado y de una vida condenada a la perdición eterna.

Tal vez lees estas líneas, pero todavía no has tomado una decisión firme de seguir a Cristo como tu Señor y Salvador. ¿No querríais cantar con muchos jóvenes como nosotros en este día una canción que cambiará vuestras vidas de arriba abajo, que os reconciliará con Dios perdonándoos vuestros pecados y que os abrirá las puertas del cielo para ser amados y queridos por toda la eternidad?

Si es así, no pienses si cantas bien o mal. Solo deja que el Espíritu Santo de Dios cambie tus cuerdas vocales maltrechas por el dolor y la desesperación por otras que interpreten con dulzura y poder la letra de una nueva vida en Cristo Jesús, Señor nuestro.

UN GRAN CREADOR DE UNA GRAN CREACIÓN

Parque Nacional del Telde

UN GRAN CREADOR

TEXTO BÍBLICO: SALMO 33:6-9, 13-15

INTRODUCCIÓN

En estos días en los que se está celebrando la Cumbre sobre el Clima en Madrid, es oportuno poder hablar sobre el origen de nuestra creación, y así aproximarnos a la teología tan poderosa que surge del conocimiento de un Dios que hizo todo bueno en gran manera, pero que ha sido malogrado y distorisionado a causa del pecado del ser humano. Atendiendo al mandato cultural y ecológico que Dios ha dejado revelado en su Palabra, haríamos bien en comprender en primer término a la fuente y dador de este regalo magnífico que es el mundo y el universo: Dios.

Todos aquellos que han tenido la oportunidad de divisar al menos parte del espectáculo que las Perseidas han exhibido en los cielos de todo el mundo, también habrán apreciado la vasta e inmensa cantidad de estrellas y constelaciones que se despliegan en el firmamento. Al salir de la influencia de la contaminación lumínica que no nos deja observar el majestuoso tapiz del universo que nos rodea, muchos siguen quedándose asombrados ante la maravillosa y estremecedora creación de Dios.

Cada vez que nos dedicamos por un instante a desconectar del trajín diario para mirar con curioso detenimiento la gran variedad de fenómenos naturales que suceden a nuestro alrededor, suele aparecer en nuestra mente la idea de que es imposible que las cosas existan por sí mismas o que carezcan de un propósito y finalidad definidos. Cuando las galaxias nos sobrecogen con su distancia y belleza, nos sentimos pequeños, y cuando vemos cómo las hormigas trabajan sin desmayo acarreando su alimento para subsistir en el invierno, reconocemos nuestra grandeza y nuestra capacidad para reflexionar sobre todo lo que percibimos con nuestros cinco sentidos. Es poco creíble que alguien nos diga que en un momento dado de su existencia nunca tuvo un pensamiento para este tipo de preguntas y observaciones sobre la creación.

Algunas personas van más allá del pasmo y de la admiración, y desean conocer los entresijos de esta gloriosa creación. De ahí que existan disciplinas académicas como la zoología, la antropología, la astronomía o la botánica, las cuales buscan descubrir los enigmas que motivan la vida y la realidad por medios científicos y tecnológicos. Hay una inquietud en el alma humana por saber cómo fue creado el mundo, si algún ser superior lo creó directamente o evolutivamente, o si su hechura fue rápida o duró millones y millones de años.

A pesar de que la Palabra de Dios es considerada por determinadas personas como una fábula o un relato mítico y simbólico para explicar que Dios ha ideado y creado el universo, lo cierto es que las Escrituras no cesan de darnos señales y evidencias claras de esto. De hecho, la doctrina de la creación, en su enunciado más básico y rudimentario, afirma que el universo fue creado de la nada (ex nihilo) por Dios, que este universo era bueno en gran manera cuando fue creado, y que su finalidad última y primordial es el de dar gloria a Dios que lo creó. Si tenemos clara esta breve afirmación, nuestra visión de todo lo que existe cambiará también nuestros hábitos y actitudes para con el cosmos.

A. UN GRAN CREADOR QUE CREA EL UNIVERSO DE LA NADA

Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca… Porque él dijo, y fue hecho; él mandó, y existió.” (vv. 6, 9)

Desde el libro de Génesis queda absolutamente nítida la idea de que todo lo que existe fue creado por Dios de la nada: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra.” (Génesis 1:1). Dios no tuvo que recurrir a materia preformada ni a materia preexistente. Es su palabra de poder la que ejecuta cada una de las ideas que surgen en la mente de Dios. La palabra se convierte en el método creativo de Dios, y ésta se une al aliento de vida que la boca de Dios respira. Es voluntad y vida, entrelazados en el poder y la magnificencia de un genio relojero que no deja nada al azar, aunque a algunos pudiera parecerles esto.

La realidad es producto del corazón de un Dios que se deleita en su potestad y soberano deseo, y por ello, sus órdenes dieron existencia a lo que no la tenía. Este misterioso trabajo de Dios, trabajo que el ser humano es incapaz de reproducir, surge de las entrañas de la nada para crear los cielos y todo el ejército de ellos con un propósito excelso.

El universo adquiere su verdadero valor cuando entendemos que su existencia tiene su origen en el deseo de un Dios trino: “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.” (Juan 1:3); “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él.” (Colosenses 1:16).

No podemos demostrar científicamente este hecho irrepetible y propio de Dios, pero sí podemos creerlo de todo corazón en virtud de su revelación especial: “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios.” (Hebreos 11:3). Dentro de este esquema creador, el ser humano fue a su vez creado desde la materia directa y especialmente por la mano de Dios, marcando la distinción que habría entre nosotros y cualquier otro ser vivo de la creación: “Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente.” (Génesis 2:7).

Dios da una particular y privilegiada atención al ser humano como corona de su creación: “Desde los cielos miró el Señor; vio a todos los hijos de los hombres; desde el lugar de su morada miró sobre todos los moradores de la tierra. Él formó el corazón de todos ellos; atento está a todas sus obras.” (Salmo 33:13-15).

B. UN GRAN CREADOR QUE ES DISTINTO E INDEPENDIENTE DE SU CREACIÓN

La Biblia continuamente nos habla de Dios como un ser trascendente que es mayor e independiente de su creación. Es mayor por cuanto es capaz de crear algo nuevo de la nada y es independiente porque Él no creó el universo como resultado de alguna clase de necesidad que pudiera tener: “No es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas… Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos.” (Hechos 17: 25, 28).

Sin embargo, el universo sí necesita de Dios, no solo para su existencia, sino también para su supervivencia. A esto podríamos llamarlo inmanencia, es decir, que Dios no solamente crea, sino que no deja en manos del azar esa creación. El cosmos sigue existiendo porque Dios permanece en él e interviene decisivamente para que el orden y el propósito sean una realidad, y para que la vida se dé dentro del marco establecido por Dios desde el principio.

El universo, y nosotros como parte del mismo, necesitamos y dependemos de Dios: “En su mano está el alma de todo viviente, y el hálito de todo el género humano.” (Job 12:10). Si Dios no influyese con su poder, justicia, amor y sabiduría en el mundo, el caos se desataría hasta el colapso destructivo. Menos mal que como decía Pablo a los colosenses: “Él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten.” (Colosenses 1:17).

Es preciso aquí hacer referencia a una serie de pensamientos, filosofías y enfoques ideológicos que son diametralmente opuestos a la perspectiva bíblica de la doctrina de la creación. En primer lugar, el materialismo propugna que no hay Dios y que todo lo que existe es el universo material. La dimensión espiritual queda anulada completamente por la idea de que solo se puede creer en aquellas cosas que son susceptibles de ser percibidas por nuestra capacidad sensorial.

En segundo lugar, aparece el panteísmo y su creencia en que todo el universo es Dios, o al menos parte de Dios. Aboga por destruir la santidad de Dios al asimilar que el mal forma parte de la divinidad y por derrocar la inmutabilidad de Dios al asumir que el universo se halla en permanente y eterno cambio. Además, esta visión panteísta anula de pleno la identidad personal, tanto de Dios como del ser humano, dado que se apuesta por la asimilación y la nadificación del individuo.

En tercer lugar, tenemos el dualismo. Esta corriente de pensamiento enfrenta dos fuerzas superiores que coexisten en el universo, y que mantienen una batalla perpetua por lograr su primacía: Dios y la materia. Un ejemplo muy cinematográfico e ilustrativo son las películas de “La guerra de las galaxias”, en las que existe una Fuerza universal que tiene dos lados confrontados: el lado oscuro y el lado de la luz. Esto supone que Dios no es soberano de toda la creación, sino de una parte de ella, la buena, o que Dios puede ser parte del lado oscuro que crea un mundo inherentemente malvado. Por último, el deísmo, el cual tiene una apariencia más “cristiana”, nos habla de que Dios es creador pero que no interviene en absoluto en la historia de la creación y de la humanidad. Es como si Dios se hubiese desentendido por completo de todo lo que su genial y gloriosa mente ha creado, cuestión que acentúa más si cabe el concepto de sufrimiento y de catastróficas desdichas naturales.

C. UN GRAN CREADOR QUE QUIERE DEMOSTRAR SU GLORIA

¿Cuál es el propósito de la creación según la Biblia? Fundamentalmente, el que ya habíamos suscrito al comienzo del estudio: glorificar a Dios y mostrar su gloria. El universo es un libro abierto para todos los seres humanos sobre quién es Dios y cuál es el alcance de su poder: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría.” (Salmo 19:1-2).

En la consumación de los tiempos la canción que resonará por los siglos de los siglos, es una canción que versa sobre el propósito fiel y constante de la creación del universo: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.” (Apocalipsis 4:11). En la creación de Dios somos capaces, si ponemos concentración y sinceridad de corazón al hacerlo, de dejarnos asombrar por el poder y la sabiduría que existe tras cada cosa o ser vivo creado: “El que hizo la tierra con su poder, el que puso en orden el mundo con su saber, y extendió los cielos con su sabiduría.” (Jeremías 10:12).

Ya dijimos antes que Dios no necesitaba crear el universo como si tuviese alguna carencia afectiva que demandase idear una realidad con la que relacionarse. Más bien se trata de un acto plenamente voluntario en el que el deleite por su creación y su espectacular habilidad creativa fuesen un placer del que disfrutar. De este modo podemos agradecer a Dios el hecho de habernos hecho a su imagen y semejanza, dado que nosotros también podemos deleitarnos en todo lo creado y podemos imitar, salvando las distancias, los actos creativos y artísticos de Dios.

D. UN GRAN CREADOR QUE SABE LO QUE HACE

El universo creado por nuestro gran Dios fue un universo perfecto en todos sus detalles y bueno en esencia hasta que el pecado entró en escena para distorsionar y retorcer la misión ecológica del ser humano. Con cada paso creativo de Dios, la frase que siempre se repite en el Génesis es “y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera.” (Génesis 1:31).

Tras contemplar y disfrutar la hechura de sus manos y su voz, el Señor da el visto bueno a este mundo. La tierra es un buen lugar para vivir, ser feliz y aprender de la grandeza de Dios: “Porque todo lo que Dios creó es bueno, y nada es de desecharse, si se toma con acción de gracias.” (1 Timoteo 4:4). Provee de alimento y agua, de trabajo y de una misión vital, de gozo y de un lienzo blanco en el que poder pintar un futuro con mil colores.

El ser humano es llamado a una misión cultural que se enfoca principalmente a seguir reproduciéndose y a administrar correctamente los dones y bienes que el Señor ha colocado en la tierra. Este llamamiento que Dios hace al ser humano se sujeta al correcto entendimiento de la mayordomía en la que es preciso promover el desarrollo industrial, agrícola y tecnológico sostenible, cuidando del medio ambiente y disfrutando con gozo y gratitud a Dios los maravillosos y abundantes frutos del universo.

Dios sabía lo que hacía al idear y proyectar el cosmos en el que nos hallamos hoy, y por eso, aparte de ser bueno en gran manera, también se habla del diseño fino, en el que todas las leyes de la naturaleza se conjugan y entrelazan de una manera tan específica y minuciosa que propician la vida en todas sus expresiones. Dios sabía lo que hacía y por ello no podemos por más que hablar de Él en términos de genialidad superior y de amor creativo.

Dado que la materia creada por Dios de la nada es buena, dada la calidad bondadosa de su artífice, no podemos caer en el error de considerarla mala o malvada, en una especie de ascetismo falsificado en el que la materia oprime al mundo espiritual. El problema no radica en las cosas o en la materia en sí, sino en el uso fraudulento, en el abuso sistemático y en el valor subjetivo que damos a los objetos, conceptos y situaciones.

De este modo no podemos considerar mala a la planta de coca por el hecho de que el ser humano haya refinado tanto su perversión convirtiendo uno de los alcaloides de la planta en una sustancia estupefaciente que destruye vidas y familias. Lo mismo sucede con el dinero, con el sexo, con los alimentos o con otras sustancias, que tomadas con mesura y sensatez, no provocan en el ser humano modificaciones peligrosas de conducta que afectan al prójimo.

CONCLUSIÓN

Como creyentes hemos de sentirnos orgullosos de estar en las manos de un gran creador como es Dios. Nos sabemos sus criaturas, y entendemos que todo lo que existe, lo que podemos y no podemos percibir con nuestros sentidos, es parte de un diseño magnífico y glorioso.

Esta creación tiene un propósito que es el de glorificar a Dios, y nosotros, insignificantes creaciones suyas, hemos de aportar nuestro granito de arena en esa adoración constante que fluye de las montañas, los animales, las estrellas y los ríos hacia el trono de Dios.

Debe estar presente cada día de nuestras existencias mortales el versículo de Nehemías que exalta la soberanía y el cuidado de Dios de su mundo, que reza: “Tú solo eres el Señor; tú hiciste los cielos, y los cielos de los cielos, con todo su ejército, la tierra y todo lo que está en ella, los mares y todo lo que hay en ellos; y tú vivificas todas estas cosas, y los ejércitos de los cielos te adoran.” (Nehemías 9:6)

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO: RECORDANDO EL ANUNCIO MÁS SORPRENDENTE DE LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD

TEXTO BÍBLICO: LUCAS 1:26-33

INTRODUCCIÓN

En los tiempos de la información en los que nos ha tocado vivir un mensaje lo es todo. Necesitamos estar interconectados a través de redes sociales, aplicaciones de mensajería instantánea y vías electrónicas para comunicarnos. Ya las cartas escritas han sido destronadas por los correos electrónicos, las palomas mensajeras por twits, la llamada telefónica casual por whatsapps, y las largas conferencias que antes se mantenían entre lugares distantes y que duraban meses y años, se han acortado por medio de videoconferencias en las que podemos hablar en tiempo real con alguien mientras lo vemos en pantalla. La ingente cantidad de información de la que disponemos hoy día es tan apabullante que resulta muy difícil estar al tanto de todos los trending topics, modas, noticias y curiosidades que suceden a lo largo y ancho de este mundo.

La facilidad que el mundo globalizado tiene de recurrir a métodos tecnológicos que acerquen a las personas a pesar de las distancias ha perdido el calor, la cercanía y la relevancia que tenían los mensajes de viva voz. Hoy, si no nos interesa la conversación en un chat, nos salimos de él o nos hacemos el sueco hasta que la otra parte se cansa y abandona la charla. Si una persona que forma parte de nuestra intrincada vida social en las redes como Facebook o Instagram, queremos tenerla ahí para observar sus ocurrencias sin involucrarnos personalmente en sus opiniones y tendencias, no estamos obligados a ver todas y cada una de sus publicaciones en el muro. Desconectar es fácil cuando existe un canal a través del cual poder excusarnos con frialdad y displicencia.

Sin embargo, cuando un mensaje o anuncio es entregado en mano, cuando las palabras se unen a las miradas y el sonido de la voz provoca sentimientos y emociones en el interpelado, todo es diferente. No podemos desconectar de la conversación así como así, sin menospreciar al que nos habla o sin desdeñar el asunto que le trae y que a él le parece importante. Toca escuchar con mayor o menor atención. Es el momento de dialogar si algo no nos gusta y no podemos hacer caso omiso a cualquier petición. Cuando alguien desea hablar con nosotros mirándonos al rostro, sabemos que se trata de algo relevante y crucial. ¿O no hemos pasado por angustias y nerviosismo cuando nuestro novio o novia nos ha dicho las temibles palabras: “tenemos que hablar”? El caso que nos ocupa en el texto bíblico se refiere a un anuncio o mensaje tan importante y relevante, que no solo incumbe a María o José como primeros afectados, sino que adquiere un significado nuclear para toda la humanidad entre la que nos incluimos.

A. UN MENSAJERO ASOMBROSO

Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David, y el nombre de la virgen era María. Y entrando el ángel donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres. Más ella, cuando le vio, se turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación sería esta.” (vv. 26-29)

Normalmente no damos mucha importancia a aquel que nos trae un mensaje. El cartero no suele recibir propinas, o ser agasajado con una invitación a almorzar, o llegar con las manos llenas de regalos a su casa tras su jornada laboral, por lo menos que yo sepa. Tratamos al mensajero como a un simple instrumento del que alguien se vale para transmitir un anuncio sin darle mayor trascendencia a su papel en la entrega de una noticia. También depende un poco de la clase de mensaje que traiga, claro. Todos conocemos anécdotas en las que alguien trae una noticia buena y otra mala. ¿Por qué noticia decantarnos? ¿Por saber primero la buena o por dejarla al final para tener mejor sabor de boca? ¿Y si la mala es tan mala que la buena no es tan buena? Si es una buena noticia podríamos incluso abrazar al mensajero, pero si es mala, tal vez lo que recibiríamos son las palmadas o el abrazo del que nos ha hecho entrega de la misiva.

El mensajero que aquí aparece en escena, no es ni más ni menos que un mensajero de Dios llamado Gabriel. La palabra ángel, que proviene del griego angelos, significa esencialmente mensajero o portador de nuevas. Dios suele enviar mensajeros de su parte cuando se trata de comunicar el anuncio de grandes cosas. Por ejemplo, tenemos a dos ángeles advirtiendo a Lot y su familia de la destrucción de Sodoma y Gomorra, a otro ángel socorriendo a Agar e Ismael en el desierto, a un ángel en medio del fuego llamando a Moisés a liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto, o a un ser celestial animando a Elías en medio de su depresión. A veces, el Señor recurre a sus siervos más directos para que sus promesas y palabras penetren tan profundamente en el corazón y así lograr que sus planes se cumplan sin vacilaciones ni miedos.

La misión que Dios encomienda a Gabriel es una de tal calibre que todo el mundo va a sentir el efecto intenso y maravilloso de su mensaje. Dios no envía a otro ser humano como hizo en tiempos pasados en forma de profetas, los cuales ya vislumbraron el cumplimiento de las promesas de Dios en el futuro. No habla directamente a esta temerosa doncella a través de sueños. Dios envía a un ángel, a uno de sus mayores y más fieles servidores para que no quepa duda de que aquello que se le iba a decir iba a ocurrir con total y absoluta seguridad. Por supuesto, la visión de un ser resplandeciente apareciendo de la nada en su aposento, no deja de ser aterradora. No todos los días se ve a un ángel de Dios mientras te saluda con abrumadora sencillez. No todos los días un ser celestial te manifiesta el favor de Dios. No todos los días puedes, con la boca y los ojos muy abiertos, escuchar de labios sobrenaturales que Dios te ama y que te bendice de manera especial.

B. UNA ELECCIÓN SORPRENDENTE

Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios.” (v. 30)

María, como no podría ser de otro modo, estaría completamente apurada y sorprendida. Mucho más que eso. Estaría totalmente desbordada por un millón de sensaciones, emociones y sentimientos cuando la voz suave y profunda del ángel da los buenos días y brota una bendición de su boca. Ella, una humilde joven a punto de casarse con José, no entendía cómo podía ser que ella fuese el recipiente de este anuncio tan extraño. No era una princesa, ni una mujer noble o acaudalada, ni tenía méritos que exhibir ante el mensajero de Dios. ¿Cómo era posible que Dios tuviese interés en querer hablar con ella a través de este ser resplandeciente? Como bien sabemos, el Señor no envía mensajeros tan especiales sino hay un propósito específico de por medio.

La lógica del mundo vuelve a hacerse añicos con la elección de María como recipiente humano del Mesías. Podría pensarse que Dios escogería a alguien más preparado intelectualmente o más experimentado en la vida. Podría pensarse que el Señor elegiría a alguien de alta alcurnia o con un nivel adquisitivo alto que pudiese abrir mil puertas al futuro Salvador. Sin embargo, Dios escoge lo humilde, aquello que se abre sin resistencia ante sus designios, el alma que está dispuesta a creer sin temores ni dudas. María estaba lista y su comportamiento para con todos y especialmente para con Dios la hacían la persona más adecuada y oportuna para cumplir los deseos eternos del Señor. Nadie iba a lograr lo que María logró: hallar gracia ante los ojos del Creador, el cual la contemplaba desde la gloria como la madre perfecta para el futuro mediador entre Él y los hombres. Dios, cuando escoge a alguien para llevar a cabo sus propósitos sabios y soberanos, no mira lo que nosotros miramos, sino que, escudriñando el corazón sabe a ciencia cierta quién puede colmar sus mandamientos y directrices: “Porque el Señor no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Señor mira el corazón.” (1 Samuel 16:7).

C. UN NIÑO SORPRENDENTE

Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.” (vv. 31-33)

Después del susto inicial, de las palabras enigmáticas del ángel y de haber escuchado que había sido elegida por Dios para una tarea muy especial e increíble, María recibe el anuncio más formidable y maravilloso que nunca un ser humano haya oído. Iba a convertirse en la madre de un niño sin haber conocido varón. Esto era algo inaudito. ¿Cómo iba Dios a apañárselas para que pudiese quedar embarazada de un hijo sin haberse casado con José? Desde su mente finita y limitada, no se da cuenta de que Dios tiene poder más que suficiente para hacer que lo imposible sea una realidad: “Porque nada hay imposible para Dios.” (v. 37). Dios ya ha establecido desde la eternidad este momento para poder encarnarse en un ser de carne y hueso y así caminar junto a la corona de su creación: la raza humana. Su nacimiento sería como el de cualquier otro niño, sin prebendas ni privilegios. Su vida estaría rodeada de las mismas necesidades, alegrías y aventuras que la de cualquier otro ser humano. Sin embargo, su nombre es un nombre que Dios ya ha anticipado y que lo significa todo para su futura misión en la tierra. Jesús es el nombre de un Dios que se acerca piel con piel con el resto de los mortales. Es la esperanza para los marginados y menesterosos, y la salvación para los perdidos.

A pesar de que la sangre circula por sus venas, que pasa frío y calor en las estaciones del año y que el estómago le gruñe cuando tiene hambre, Jesús también es Dios mismo, es el Autor de la realidad, es la eternidad en un puñado de polvo y barro. Será grande, no por su poder político, o por sus hazañas bélicas, o por construir los más fastuosos monumentos de la historia, sino por inaugurar el reino de los cielos en este mundo, permitiendo la oportunidad de que cada persona de esta tierra pueda ser redimido de sus pecados y beber el agua de vida de la salvación. Será grande, no por ser un filósofo seguido por miles de discípulos, o por ser un orador impresionante y conmovedor, sino por mostrar en su humildad la gracia de Dios desplegada ante los ojos de todos los hombres. Será grande porque a pesar de las torturas que tuvo que soportar, la muerte vergonzosa que tuvo que arrostrar y la injusticia que se cometió contra él, se convertiría en el centro vital de millones de personas a lo largo de la historia que creerían en él como Señor y Salvador de sus existencias.

Será el rey soberano de un pueblo que es capaz de reconocer su señorío y reinado. Su reino no tiene fronteras ni aduanas, sino que abarca el tiempo y el espacio sin límites. Su reino no es terrenal, perecedero y efímero, como el de emperadores, dirigentes y dictadores que han pasado al olvido tras ver como sus imperios y reinos desaparecían en la memoria de las crónicas humanas. Su reino es dulce y hermoso, pues su autoridad y dominio no son gravosos ni forzados, sino que por el contrario, es un reino de amor y misericordia perpetuos. Este niño que habría de nacer sería el dueño de toda una nación de corazones y espíritus que entregarán todo su ser a su servicio como muestra de gratitud y gozo por el perdón de los pecados.

CONCLUSIÓN

Este sorprendente anuncio debe ser recordado en este día para volver a recuperar de nuestra memoria aquel día en el que también recibimos un mensaje que cambió y transformó completamente nuestras vidas. Ese bienaventurado día, tal vez no fue un ser refulgente y esplendoroso el que descendió de la gloria de Dios para transmitirnos un mensaje, pero sí fue un siervo del Señor el que nos comunicó que habíamos sido elegidos por Dios para ser salvos y ser lavados de toda nuestra maldad. Al igual que María, cuando escuchamos el evangelio de Cristo, tal vez nos sentimos intimidados ante lo que se esperaba de nosotros y ante las dificultades que comporta ser discípulos suyos. No obstante, cuando Dios nos habla con tanta claridad a nuestros corazones, la duda o el temor se esfuman para recibir el mensaje de salvación y perdón con los brazos abiertos y los oídos preparados.

Hagamos que ese niño del cual hacemos memoria hoy, siga siendo grande y rey en nuestras vidas para gozarnos con nuestros hermanos en estas celebraciones navideñas que ya casi comienzan.

Thanksgiving Day: Mucho por lo que estar agradecidos

TEXTO BÍBLICO: MATEO 7: 7-11

INTRODUCCIÓN

Hoy en lugares de otras latitudes celebran un día muy especial: el Día de Acción de Gracias. Más allá de idiosincrasias culturales o folklóricas, siempre es buena idea detenerse por un instante para valorar la provisión que Dios derrama sobre nosotros, en nuestra juventud. Por ello hemos de meditar el alcance de esta provisión divina a la luz de las palabras de Jesús en el Sermón del Monte.

Desde su caída en desgracia a causa de su desobediencia y orgullo insensato, el ser humano siempre ha sufrido necesidades y ha ido descubriendo carencias que evidenciaban el resultado nefasto y dramático de sus malas decisiones. Pasar de un entorno en el que la provisión divina se ajustaba perfectamente al alcance de su mano; en el que la perfección en la satisfacción de cualquier necesidad era absolutamente increíble; y sentir con disfrute la comunión y presencia de Dios, y así alegrar el alma y el espíritu, a otro medio ambiente hostil, donde era una verdadera tortura tener que hacer crecer y florecer el alimento con el sudor y el esfuerzo cotidiano; donde la tierra, si no era cultivada convenientemente solo produciría espinos y malas hierbas; y donde la ruptura espiritual y emocional con Dios iba a desembocar en el crimen, el asesinato y la mentira, fue tal vez el mayor error de la historia de la humanidad.

Mientras el ser humano se humillaba delante de Dios y reconocía su dependencia de la misericordiosa mano provisoria del Señor, nada había de faltar en cuanto a las necesidades más perentorias, e incluso abundaban las bendiciones no solicitadas como un regalo de gracia que alegraba el corazón. Pero cuando el mortal de turno pretendía lograr el éxito y la felicidad con la limitada agudeza de su intelecto y con las menguantes fuerzas de sus brazos, ignorando el amor y la compasión de Dios, y rechazando cualquier don que pudiese provenir de los cielos, la desgracia se declaraba hasta terminar dantescamente en miseria y muerte.

Nuestro ser, en todos los aspectos que lo conforman de manera fundamental, tiene necesidades, más allá de cualquier deseo o capricho que se quiera inventar ese veleidoso enemigo del ser humano que es su tendencia e inclinación a ansiar lo que no le conviene. Tenemos necesidades físicas básicas como la comida, el agua o el abrigo de las inclemencias meteorológicas. Tenemos necesidades intelectuales propias de la imagen de Dios a la que fuimos asemejados, queriendo conocer más y más de nuestro alrededor, de nuestras profundidades metafísicas, de lo desconocido. Tenemos necesidades afectivas o emocionales, en el sentido de sentir que nos falta algo si no nos relacionamos con otros seres humanos en distintos ámbitos como la familia, el matrimonio, las amistades, las uniones ideológicas y religiosas.

Y tenemos, como no, aunque queramos esconderlas u obviarlas, necesidades espirituales que resuenan como un eco ignoto en nuestras conciencias, en nuestra alma y en nuestro espíritu, demandando responder a cuestiones que se relacionan a nuestros orígenes, nuestro propósito de vida, el más allá tras el telón de la muerte, y la sensación de que existe algo o alguien que nos supera y que está más allá de nuestra finita imaginación. Todas estas necesidades deben ser cubiertas, pero la pregunta que nos hacemos al respecto es: ¿Quién o qué podría colmar y satisfacer de manera completa y plena cada una de estas necesidades?

Según el diccionario, una necesidad es “la expresión de lo que un ser vivo requiere indispensablemente para su conservación y desarrollo.” Es decir, que para poder sobrevivir en el inhóspito mundo en el que desarrollamos nuestra plenitud como personas y seres vivos, existen factores que deben ser provistos inmediatamente, ya que de otro modo, su falta de satisfacción produciría resultados negativos evidentes, como puede ser una disfunción o incluso el fallecimiento del individuo, tanto fisiológico como espiritual. Si en un arrebato humanista, queremos pensar erróneamente que el ser humano es capaz por sí mismo de satisfacer cada una de las necesidades que tiene, el desastre está servido a la vista de cómo funcionan nuestras sociedades supuestamente avanzadas y nuestras civilizaciones presuntamente civilizadas.

La historia y la experiencia más real y cruda nos demuestran cada día que el afán del ser humano por cumplir las expectativas de felicidad que alberga en su interior, solo es una quimera y una imposibilidad. Tal vez podamos saciar nuestros vientres con comida y nuestras gargantas con agua, al menos en la parte del mundo en el que nos ha tocado vivir, pero ¿qué hay de las miles y miles de personas que no tienen nada que llevarse a la boca y que fallecen a causa de la inanición y la sed en la otra cara mala del mundo?

Alguien externo a nosotros mismos debe mostrar compasión por nuestros inútiles e improbos esfuerzos por construir un sistema social justo, de bienestar y perfecto, donde las necesidades dejen de existir. Ese Alguien que supervisa el estado de cosas de todo el universo, ante el que se pliegan todas las circunstancias de la historia y todos los elementos creados visibles e invisibles, es Dios. Solamente Él puede cumplir con su Palabra de proveernos de todo lo necesario para nuestra conservación y desarrollo integral.

Por provisión, estamos hablando de “proporcionar lo necesario o conveniente para un fin determinado.” Esta palabra que tanto usamos los cristianos proviene del latín “providere”, que significa “ver con antelación” y que se relaciona con la otra palabra casi idéntica “prever”. Cuando Dios provee, además prevé, esto es, que examina con la suficiente antelación qué podemos necesitar y la solución a la necesidad ya se halla preparada en sus manos a la espera de ser dada en el instante debido y oportuno. Veamos qué dice Jesús sobre esta provisión de Dios.

  1. LA PROVISIÓN ES UNA SECUENCIA QUE EMPIEZA CON NOSOTROS Y TERMINA CON DIOS

Jesús, tras abordar la idoneidad de juzgar equilibrada y sensatamente al prójimo versículos antes, ahora opta por entregarnos una serie de promesas de parte de Dios en cuanto a la satisfacción de cualquier necesidad que nos pudiese acuciar en este plano de la existencia. Comienza enumerando tres acciones que el ser humano debe llevar a cabo para que en consecuencia pueda acceder a las bendiciones provisorias de Dios: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.” (vv. 7-8). Pedir, buscar y llamar son acciones que voluntaria y voluntariosamente debe realizar cada discípulo de Jesús para recabar de Dios el auxilio y socorro oportuno.

Esto nos da pie a comparar el modo en el que nuestros congéneres, menos generosos y cariñosos, nos dan cuando pedimos, nos ayudan a encontrar cuando buscamos algo, o nos abren cuando llamamos a sus puertas. Por lo general, cuando pedimos algo que necesitamos de verdad a alguien, suelen sucederse las típicas normas de devolución, porque la gente pocas veces da, y en la mayoría de las oportunidades, prestan, y con intereses. A menudo ya ni pedimos, a menos que estemos realmente desesperados y superados por las circunstancias adversas, porque tenemos miedo de la respuesta que provenga de labios del que se ha de convertir en acreedor.

Qué podemos decir de hacer un mínimo intento por buscar respuestas en la consulta de sesudos y sabihondos intelectuales y filósofos. En cuanto algunos interrogantes son suscitados en nuestro fuero interno, todo el mundo va a ayudarnos a pensar como ellos desde sus preferencias ideológicas, pero nunca darán pie a permitirnos buscar la verdad y la justicia por nosotros mismos. Lo mismo sucede con llamar a las puertas de otros en un momento de carestía. Es más fácil encontrarnos con puertas cerradas a cal y canto, en el sentido literal y metafórico del corazón, que con puertas abiertas a la compasión y la piedad.

No obstante, con Dios no es así. Cuando pedimos, no necesitamos cumplimentar mil documentos burocrácticos que nos permitan el acceso a la santidad y benevolencia de Dios, ni siquiera es procedimental ser una persona perfecta en todos los aspectos, lo cual es imposible se mire por donde se mire. Tenemos la posibilidad de pedir en oración a Dios, justo desde donde estamos, aquello de lo que tenemos necesidad, y sin falta esa petición será un hecho. A la experiencia personal me remito. Cuando buscamos paz, justicia y verdad en un mundo que se halla inmerso en guerras, terrorismo, desajustes brutales en la distribución de la riqueza, o relativismos morales, el único lugar en el que tras buscar sincera y auténticamente las encontraremos, es la presencia de Dios por medio de su Palabra viva.

Cuando llamamos a su puerta, una entrada franca para aquellos que creen en su poder, providencia y salvación, ésta se habrá de abrir sin problemas para que puedas recibir desbordadamente de su amor y su inagotable provisión, bien sea fisiológica, intelectual, emocional o espiritual. Contamos con la fidelidad inalterable de Dios de que siempre cumple su palabra, a diferencia de la infidelidad y la deslealtad propias del ser humano, la cual es suficiente garantía de que recibiremos a su debido tiempo y en su debida forma aquello que necesita nuestra vida para ser preservada y para crecer. Dios es consecuente con sus promesas, pero la secuencia siempre comenzará con nuestra iniciativa de confesión y reconocimiento dependiente del Soberano del universo.

  1. LA PROVISIÓN ES UNA CUESTIÓN PATERNAL Y CELESTIAL

Sabiendo que Dios espera con gozo y alegría que acudamos a Él para ser receptores de su gracia y provisión ilimitadas, Jesús quiere ilustrar esa realidad realizando una comparativa entre lo que significa ser un padre terrenal y lo que es Dios como Padre: “¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” (vv. 9-11).

Todos aquellos que somos o hemos sido padres reconocemos que nuestra manera de criar a nuestros hijos ha sido imperfecta. Claro, hemos intentado hacer todo lo posible por educarlos desde el respeto por los demás, desde los mandamientos de Dios y desde los principios de conducta que nos parecían correctos e idóneos. En muchos casos nos hemos desvivido por inculcarles el temor de Dios y un estilo de vida ajustado a una moral cristiana definida por nuestra visión de lo que está bien o mal. Sin embargo, ¿en cuántas ocasiones hemos hecho lo contrario de lo que predicábamos a nuestros hijos y éstos han sido testigos de nuestra incoherencia? ¿En cuántas oportunidades creímos que estabamos haciendo algo en su beneficio, y en realidad lo que ansiábamos es que cumpliesen con nuestras expectativas personales? ¿Nos acordamos de instantes en los que salió lo peor de nosotros mismos a causa de circunstancias externas estresantes que pagamos con ellos? Querramos o no, hemos de reconocer nuestra incompetencia como padres terrenales en muchos momentos de la crianza de nuestros retoños.

Un atenuante a nuestra imperfecta manera de instruir a nuestros hijos, es que a pesar de ser malos y de ejercer injusta y desproporcionadamente nuestra disciplina sobre nuestros descendientes, nos hemos deslomado y sacrificado sin fisuras por que ellos recibieran incluso más y mejor que cuando nosotros eramos a nuestra vez hijos. A veces, hasta nos hemos pasados tres pueblos, y hemos contribuido a que ya no nos pidan para sus necesidades básicas, sino que nos imponen la obligación de que resolvamos su visión materialista de lo que para ellos ahora supone una necesidad. Pero eso ya es harina de otro costal.

Lo cierto es que ni hemos dado piedras ni serpientes a nuestros hijos, sino todo lo contrario, hemos removido cielo y tierra para cubrir sus necesidades más imperiosas. Pues imaginémonos lo que Dios como Padre celestial puede hacer por nosotros. Nuestro Padre con mayúsculas, que nos conoce de pies a cabeza, que es testigo de nuestras gamberradas, que vela para que nada nos suceda y que piensa en nosotros las veinticuatro horas del día, 365 días al año, 366 si es bisiesto, ¿cómo no va a mostrarse pronto para satisfacer cualquiera de nuestras necesidades? Él tiene el poder absoluto sobre todas las cosas, y no dudará en demostrarte su amor y cuidado de las maneras más milagrosas y alucinantes.

Solo hay que pedir con sabiduría, guiados por el Espíritu Santo, con humildad y reconocimiento de nuestra dependencia de su gracia abundante, y Él responderá como Padre amoroso y tierno que es desde la eternidad y hasta la eternidad. Ninguno de sus hijos ha sido defraudado o decepcionado por su auxilio y sostén.

CONCLUSIÓN

El seguidor de Cristo puede estar completamente seguro de que la solución a sus problemas de necesidad y carestía estarán perfectamente cubiertos por su Padre que está en los cielos. El propio Jesús pudo ser testigo de ello, precisamente en los momentos más críticos de su vida y ministerio. A diferencia de lo que nos pueda “dar” este mundo, Dios nos ofrece justo lo que necesitamos en el tiempo debido.

A diferencia de lo que podamos “buscar” en nuestro entorno humano, siempre encontraremos en Jesús el camino, la verdad y la vida, y a diferencia de la puerta a la que podamos llamar en este mundo mortal, la puerta al Padre solo es una y siempre estará abierta a causa de la cruz de Cristo. No tengamos temor, Dios suplirá nuestras necesidades cuando en oración y súplica fervientes acudamos confiadamente a su trono de gracia y salvación. Detengámonos por un instante en esta jornada para darle gracias por su ayuda y protección, y para darle la gloria que Él solo merece.

MALAS COMPAÑÍAS EN LA JUVENTUD


TEXTO BÍBLICO: PROVERBIOS 1:8-19


INTRODUCCIÓN


El apóstol Pablo sabía de qué hablaba cuando un día comentó que las malas compañías corrompen las buenas costumbres. Es una verdad como un templo. ¿A cuántas personas, que fueron educadas esmeradamente por sus padres, matriculadas en los mejores colegios, institutos y universidades, y rodeadas de todo lo necesario para vivir holgada y sosegadamente, no les ha pasado que, al juntarse con determinadas amistades, han echado a perder por completo su futuro? ¿Cuántos individuos no han dinamitado sus propias vidas a causa de abominar de los consejos familiares y entregarse en brazos de compañías dañinas, tóxicas y peligrosas? ¿Cuántos hijos e hijas no han caído en lo más profundo de las fosas de la autodestrucción y de la adicción por seguir la corriente de la presión grupal de sus iguales? ¿Cuántas vidas no se han truncado por andar con personajes de mala ralea y peores intenciones para con la sociedad?

Conocemos, seguro, a jóvenes impresionables que, con tal de no desentonar en el contexto de la pandilla, se han olvidado por completo de la seguridad y protección de la consejería paterna o materna, y han comenzado a juguetear con cosas ilegales, ponzoñosas y esclavizantes. Aquel chico o aquella chica que parecía que iba a llegar lejos, da con sus huesos en la cárcel, en un callejón oscuro repleto de drogadictos, en un basurero recogiendo algo con que seguir pagando su dosis, o en un internado para delincuentes psicológicamente antisociales.


Es lamentable tener que contemplar cómo un hijo o una hija se desliza peligrosamente hacia el lado oscuro de la vida, cómo opta por hacer caso de sus pares en lugar de obedecer las directrices de quienes más los aman, cómo hace oídos sordos a las reconvenciones y amonestaciones de personas sabias y experimentadas en quebrantos. Es preocupante observar que las relaciones familiares se quiebran en mil pedazos cuando el criterio de un imberbe e inexperto adolescente o joven se valora por encima del de los progenitores. Es triste comprobar cómo la juventud se deja llevar por energúmenos egoístas y hedonistas que se alegran de poder corromper la vida de otros de sus semejantes.

Los padres siempre tememos el momento en el que nuestros hijos e hijas comienzan a despuntar en la adolescencia, y rogamos al Señor que no se involucren relacionalmente con cuadrillas inmoralmente irresponsables y con juntas que pueden provocar daño a personas inocentes de nuestro entorno.

EL ROL DE LOS PADRES EN LA CRIANZA DE SUS HIJOS


Salomón también conocía los riesgos y amenazas que pueden surgir en los tiempos de la mocedad del ser humano. Sabía a ciencia cierta que muchas veces el potencial esplendoroso que se adivinaba en un muchacho o una muchacha podía desvanecerse a causa de una mala elección de compañías. Por eso, el rey sabio desea que todo ser humano entienda que no existe mejor lugar para aprender sabiduría y llenar el corazón de sensatez y prudencia que la familia. El papel de los padres en la educación y crianza de los hijos es fundamental aquí. Todo empieza en el hogar.

Si los padres se involucran plenamente en la construcción de unos cimientos firmes y asentados en la Palabra de Dios, y si se desviven por modelar para sus hijos vidas felices y consagradas al Señor, será mucho menos probable que los hijos caigan en las redes de compañías perniciosas para ellos. Si, por otra parte, los padres son negligentes a la hora de inculcarles principios rectores de la vida desde las Escrituras, la posibilidad de que éstos entren en barrena cuando el grupo de amistades les propongan realizar machadas de índole delictiva, es enorme.


Es interesante descubrir desde el texto que hoy nos ocupa, que Salomón cree necesario que, tanto el padre como la madre, se muestren unánimes en cuanto a la educación y consejo de sus criaturas. No es una función que solamente lleva a término uno de los dos. Para que la crianza según las estipulaciones bíblicas logre su objetivo de manera eficaz y óptima, ambos deben participar de esta labor nuclear: “Escucha, hijo mío, la instrucción de tu padre y no abandones la enseñanza de tu madre, porque adorno de gracia serán en tu cabeza, y collares en tu cuello.” (vv. 8-9)

El mejor consejo que un hijo o hija pueda recibir en la vida es que escuchen con atención y concentración la enseñanza de sus padres. Llega un momento en la adolescencia en la que nuestros hijos se desayunan con una realidad implacable: sus padres no son un modelo perfecto y no lo saben todo sobre todo. Comienzan a prestar oídos a lo que sus iguales les transmiten, a lo que los medios de comunicación les predican, y a lo que sus profesores les enseñan, y se dan cuenta de que ellos también pueden incluso dar lecciones a sus padres. Ahí es donde entra esa actitud chulesca que casi todos hemos tenido en nuestra adolescencia de creer que lo sabíamos todo, o que al menos teníamos un nivel de cultura superior al de aquellos que nos dieron la vida.


El problema de este talante ufano y presuntuoso de la adolescencia, es que cualquier conocimiento, dato o información recibidos, no se corresponde con una experiencia vital que solamente detentan los padres. Saber cosas no significa que sepamos qué hacer con ese conocimiento. Y ahí es donde muchos meten la pata y donde muchos jóvenes rompen definitivamente con el ejemplo y la asesoría vital de sus padres, para escuchar a otros como ellos, con ideas completamente distintas a las que había recibido en su hogar, y con perspectivas inmaduras que llevan a corto plazo a la miseria.

Justo cuando se dan el batacazo padre, cuando se ven frustrados y recapacitan sobre sus caminos errados, entonces comprenden que apenas han salido del cascarón, y que sus acciones no han ido acompañadas con una auténtica sabiduría que procede de Dios y que es canalizada a través de la piedad y la santidad de los padres.

Cuando un hijo o hija sigue la instrucción de sus padres desde la base de la Palabra de Dios, verá más pronto que tarde que todas esas enseñanzas tiernas y coherentes que ha recibido le permiten caminar por la vida con confianza y rectitud. Del mismo modo que los adornos, las joyas y los collares son hermosos, valiosos y deseados, así es la sabiduría que brota de los corazones de los padres, sin importar la edad que ellos tengan, sin importar la edad que nosotros tengamos.

ALERTA CONTRA LAS MALAS COMPAÑÍAS


El consejo de Salomón a cualquier hijo de vecino en cuanto a las compañías parte de la idea de que es inevitable que nuestros vástagos se relacionen con otras personas de forma social. Los muchachos y muchachas se encuentran para divertirse juntos, para compartir aficiones y gustos, para disfrutar de la compañía mutua y para construir lazos que, con el tiempo, pueden derivar en otros más férreos, comprometidos y duraderos, como la amistad o el noviazgo. En todo esto no hay nada malo, todo lo contrario. Todos hemos pasado por esta etapa y, en mayor o menor medida, hemos celebrado este tiempo de la mejor manera posible, y hemos intentado edificar una red de relaciones que duran incluso hasta el día de hoy.

Si todo esto se hace dentro de los parámetros de lo bíblicamente aceptable, nada hemos de temer al respecto. El auténtico problema aparece cuando esto no es así, y cuando un joven recibe la invitación de un grupo de amigotes para tramar hechos delictivos: “Hijo mío, si los pecadores intentan engañarte, no lo consientas. Si te dicen: “Ven con nosotros, pongamos asechanzas para derramar sangre, acechemos sin motivo al inocente; los tragaremos vivos, como el seol, y enteros, como los que caen en la fosa; hallaremos toda clase de riquezas, llenaremos nuestras casas con el botín. Ven, une tu suerte a la nuestra y hagamos una bolsa común entre todos”, tú, hijo mío, no vayas en el camino con ellos, sino aparta tu pie de sus veredas, porque sus pies corren hacia el mal, se apresuran a derramar sangre.” (vv. 10-16)


Lo primero que advierte el padre y la madre a un hijo o hija que comienza su andadura en términos sociales o de amistades es que tenga cuidado con determinadas personas, consideradas de dudosa catadura moral. Cuando era hijo mis padres lo hacían conmigo, y yo lo hago con mis hijas a riesgo de ser más pesado que un matrimonio a la fuerza. Un padre no se cansa nunca de repetir hasta la saciedad que cuando jóvenes de mala fama y peor suerte te propongan ser sus amigos, te niegues en redondo. “Pero es que son muy guays,” “pero es que tienen la cuadrilla más molona,” “pero es que, si quiero ser famoso o famosa en mi barrio, o en el insti, hay que juntarse con ellos porque la fiesta que montan es genial,” “pero es que…” Ni peros, ni nada.

El consejo, oh joven, es que cuando vengan a ti para reclutarte en su elitista grupo súperultramegachachi, digas no, no para ser un seco, o un soso, o un estrecho mental; es para la supervivencia de tu porvenir y para la paz de tu espíritu. “Venga, que te lo vas a pasar súperbien,” “Vamos, no te hagas de rogar, que no pasa nada, si tus viejos no se enteran,” “Va, no seas así, fluye con la corriente…” No es no. Lo que puede parecer un ofrecimiento incluso de carácter privilegiado se puede convertir en la tumba de tu futuro como persona.


Porque las intenciones de una pandilla tóxica no son las de involucrarse culturalmente en temas de música o arte, las de colaborar con la sociedad con un espíritu crítico y activista, o las de participar en competiciones deportivas. Las metas de estas bandas son las de hacer daño o herir a todo lo que se mueve, las de ir a las discotecas a armarla por cualquier chorrada, las de quedar para pegarse palizas con bates de beisbol o con navajas, y las de marcar el territorio para realizar sus chanchullos y negocios ilegales. Sus objetivos son las personas que solo pasan por ahí, sin saber que son la diana de las frustraciones personales de unos malnacidos.

Limpian los bolsillos y las carteras de los pobres trabajadores, esperan a las personas jubiladas que salen del banco tras cobrar sus pequeñas pensiones, violan a muchachas en cualquier portal para demostrar lo machotes que son, matan si es necesario para después enorgullecerse de sus sangrientas y abyectas hazañas. Solo buscan arrebatar, rapiñar y despojar a cualquiera para gastar ese dinero en drogas, alcohol, ropas y zapatillas caras, y demás utensilios que puedan emplearse para seguir esquilmando y atemorizando a sus conciudadanos. Se unen en una tropa porque saben que solos no son nadie, que pueden ser vencidos fácilmente, pero que si se alían pueden llegar a tener el poder sobre la vida o la muerte de cualquier viandante al que aborden violentamente.


Es incomprensible e inconcebible, al menos para mí, que todavía existan jóvenes y adolescentes que incluso sigan, alaben o glorifiquen a este tipo de grupos. La conciencia cauterizada que ya tienen muchos mozalbetes lleva a convertirse en ejemplares insensibles de la escoria humana. El otro día apalizan hasta la muerte a uno de sus compañeros de estudios, y en lugar de echar una mano, la echan, pero para grabar la agonía y la tortura a la que fue sometido este chico. Se citan después del instituto para golpearse y darse tundas barriobajeras por la mirada que me has tirado, porque no me has dejado el típex, porque me caes mal y punto, o porque soy un maltratador que disfruta de vapulear a otros que son más débiles que yo.

¿Dónde están los jóvenes de Dios que se sienten indignados ante estas circunstancias y prácticas? ¿En qué lugar podemos encontrar a muchachos y muchachas que busquen la armonía, la paz y los valores éticos del Reino de los cielos? Los padres, tras presentar la locura de entrar a formar parte de estos colectivos juveniles de baja estofa, conminan a sus hijos a que pasen de esta clase de personas. La idea es que no se ven inmiscuidos en problemas con la ley, con sustancias estupefacientes adictivas, con complicidades delictivas o con la frialdad de un corazón que considera a cualquier ser humano como alguien al que hay que amenazar y extorsionar.


No serás el más cool, el más guay, el que tenga más likes o el que más lo pete en las fiestas del pueblo o del barrio. Pero podrás transitar por la vida sin unas cargas que sí tendrán que acarrear aquellos que infligieron heridas a sus prójimos, que padecerán los resultados de sus desvaríos y abusos con el alcohol y las drogas, que arrastrarán un historial delictivo que no les permitirá ser considerados para trabajos y oficios, aunque se rediman ante la ley y la sociedad, y que vivirán, el tiempo que les deje vivir su venenosa trayectoria, con la culpa y los remordimientos de haber cometido crímenes de lesa humanidad.

El joven hoy no se da cuenta de lo feliz, tranquila y serenamente que se puede vivir al margen de grupúsculos vandálicos, de tropas agresivas y violentas, y de presuntas amistades que te pueden hundir la existencia. Escurre el bulto, aléjate de las malas compañías, huye de las tentaciones que puedan presentarte, y presenta tu vida delante de Dios para ver colmadas tus esperanzas y cumplidos tus sueños de un futuro equilibrado, controlado por el Señor y guiado por el Espíritu Santo.

EL DESTINO DE LAS MALAS COMPAÑÍAS


A veces, escucho por parte de pedagogos, psicólogos y demás estudiosos de cómo debemos criar a nuestros hijos, que los padres debemos evitar en lo posible traumatizar a nuestras criaturas con imágenes negativas de lo que supone tomar una serie de decisiones equivocadas. No podemos turbar la mente de nuestros pequeños con retratos de la miseria que conlleva seguir caminos tortuosos y malvados, porque si no, se traumatizan de por vida, y eso sí que no. Sin embargo, Salomón recomienda lo contrario. Tus hijos deben saber a qué se enfrentan si escogen abrazar la maldad, la violencia y la depravación: “En vano es tender una red ante los ojos del ave, pero ellos a su propia sangre ponen asechanzas, contra sí mismos tienden la trampa. Así son las sendas de todo el que es dado a la codicia, la cual quita la vida de sus poseedores.” (vv. 17-19)


Lo que ignoran todos aquellos que eligen formar parte del reducto de malhechores y delincuentes habituales que existe en medio de cualquier ciudad o localidad, es que ellos se están tendiendo la trampa contra sí mismos. Mucho jiji y mucho jaja, cuando despluman a alguien de sus pocos ahorros, o cuando van a trescientos por hora por la carretera con sus cochazos con riesgo de provocar un accidente mortal de necesidad, o cuando graban con sus móviles a una muchacha mientras la violentan, cuando matan a golpes a un mendigo que duerme en la calle, o cuando prenden fuego a un sintecho en un cajero bancario. Ahí se enorgullecen y presumen de sus asquerosos hechos, lo publican en las redes sociales y en Youtube, lo difunden entre el resto de sus afines, creyendo, en su estulticia e idiotez supina, que no recibirán el pago por sus acciones deleznables.

Pero justo es Dios, y breve es la vida terrenal, para que un día sea el lloro y crujir de dientes a causa de su sentencia de muerte eterna. Tal vez en esta vida algunos no lleguen a pagarlo, pero en el día del Juicio, a menos que se arrepientan y sienten la cabeza mientras piden perdón a Dios y a aquellos a los que amedrentaron y agraviaron, sufrirán la peor de las suertes y de los destinos habidos y por haber, el infierno que consumirá su ser perpetuamente.


Las cárceles están llenas de personas que en su juventud tomaron malas decisiones y que se juntaron con quienes no debían. La huella de sus perversas acciones quedarán grabadas a fuego en las mentes y memorias de la sociedad. El recuerdo de sus malignos hechos echará para atrás a cuantos se encuentren con ellos en el camino de la vida. Las repercusiones de juntarse con individuos e individuas tóxicos son más graves de lo que podemos llegar a imaginarnos.

Ya lo dice el refrán: “Dime con quién andas, y te diré quién eres.” Y aunque este adagio popular, producto de la experiencia tradicional, no siempre puede emplearse para generalizar, lo cierto es que uno debe cuidar qué clase de relaciones tiene con otras personas, y habilitar la capacidad de mantenerse al margen de cualquier actuación de perfil delictivo que pueda proponerse en un momento dado desde la presión grupal.


CONCLUSIÓN


Alguien podrá decir que Jesús se juntaba con pecadores y ladrones, para justificar su relación con bandas criminales o de tendencia agresiva. Jesús sí tuvo relación con estos grupos de personas marginalizadas, pero no para unirse a sus contubernios delictivos, o para ejercer de coartada para malhechores. Jesús no se unió a ellos, sino que trató por todos los medios sacarlos de esa realidad terrible y desastrosa en la que vivían, logrando en bastantes casos, que personas perversas cambiasen sus vidas y retornasen lo robado a los agraviados.

Una cosa es tener amistades que han equivocado su camino, y otra es colaborar en sus propuestas ilegales. Podemos socializar con personajes de corte violento o agresivo, pero solo desde la madurez espiritual, y para presentarles el evangelio de Cristo, y para ser ese paño de lágrimas cuando, tras consumar sus planes delictivos, está ahí para guiarlos al conocimiento de Jesús. Más allá de esto sería una imprudencia.


En nuestras manos está que nuestros adolescentes, niños y jóvenes escojan vivir de acuerdo a la voluntad de Dios. Con el paso del tiempo se va haciendo más difícil y complicado, pero fiel es el Señor que nos dará la sabiduría necesaria y oportuna para criar y conducir a nuestros hijos en las sendas de Cristo. Roguemos por su seguridad y porque, en el instante conveniente, sepan discriminar entre el bien y el mal en sus propias vidas.

SELFIE

Llegas a un lugar, te parece bonito y mecánicamente, casi por inercia, levantas el móvil para hacerte un “selfie” y postearlo en tus redes sociales.  Este acto que hoy es tan común, en el pasado era la excepción de la regla. Entonces solíamos pedirle a la persona más cercana que nos sacase una foto porque hacérsela uno mismo era la última opción, a la que casi nadie quería recurrir. Sin embargo, hoy los “selfies” están de moda, son tendencia. 

Así, podemos encontrar “selfies” de gente caminando, comiendo, compartiendo con sus amigos, mirando algo “interesante”, acabadas de levantar, a punto de irse a dormir… Y una infinita serie de puntos suspensivos… No obstante, ¿te has preguntado cómo los “selfies” pueden cambiar tu vida y qué dicen sobre ti? Debemos tener en cuenta que la tecnología no se limita a hacer las cosas por nosotros, hace las cosas en nuestro lugar y, como resultado, no solo cambia lo que hacemos sino también lo que somos.

Los “selfies”, al igual que cualquier otra foto, interrumpe la experiencia que estamos viviendo, sobre todo si empleamos un tiempo adicional para subirlos a las redes sociales. El “selfie” implica ponernos “en pausa” y a veces también significa poner en “stand by” a quienes nos rodean, por el afán de documentar nuestras vidas.

Por supuesto, el deseo de inmortalizar determinados momentos de nuestra existencia siempre ha existido. El problema radica en que ahora las cámaras digitales nos acompañan allá donde vamos, por lo que también son mucho más invasivas que antaño. Por eso, hay personas que han comenzado a ver el mundo a través del ojo digital, olvidando cómo se disfruta la experiencia.

Un estudio realizado recientemente por investigadores de la Universidad Estatal de Ohio ha desvelado que los que publican más “selfies” en sus redes sociales también tienen rasgos narcisistas y psicopáticos. Por supuesto, no es sorprendente que los que publican más “selfies” y pasan más tiempo editando sus imágenes tengan una vena narcisista, pero esta es la primera vez que se ha confirmado a través de un estudio científico. Y vale aclarar que, aunque la investigación se realizó en hombres, sus resultados bien podrían aplicarse a las mujeres.

En ese estudio también se pudo apreciar que editar las fotos estaba relacionado con elevados niveles de auto-objetivación, un concepto que hace referencia a aquellas personas que se valoran a sí mismas predominantemente por su apariencia física, más que por rasgos de su personalidad o por sus habilidades y logros. En otras palabras, muchas de las personas que solían publicar en sus redes sociales “selfies” editados, basaban su autoestima en su físico. En este punto se cierra un círculo vicioso que puede llegar a ser muy dañino. Las personas que tienen una tendencia a la auto-objetivación suben más “selfies” a las redes sociales y, al recibir comentarios positivos sobre su aspecto físico, estos refuerzan su conducta. A la larga, se trata de una autoestima artificialmente elevada, que no tiene en cuenta otros factores de su personalidad.

De hecho, otro estudio realizado en la Universidad de Buffalo desveló que las personas que más fotos comparten en sus redes sociales son aquellas cuya autoestima se basa principalmente en las opiniones de los demás. Esto significa que están muy expuestas a la valoración de los otros, que su estado emocional depende en gran medida del nivel de aceptación que tengan sus fotos.

Uno de los estudios más interesantes sobre el fenómeno de los “selfies” fue realizado en la Universidad de Birmingham. Estos psicólogos descubrieron que mientras más “selfies” se hacen, más se afectan las relaciones interpersonales. ¿Por qué? En primer lugar, porque las personas que están a tu alrededor pueden sentirse acomplejadas o relegadas a un segundo plano, mientras pones el énfasis en ti mismo. En segundo lugar, porque están sometidos a la tensión de tener que estar listos en todo momento para sonreír a la cámara pues no saben cuándo puede llegar el próximo flash. Esa tensión desemboca, irremediablemente, en irritabilidad. En tercer lugar, porque se genera una sensación de competencia entre amigos, que no es beneficiosa para ganar en intimidad.

No se trata de que los “selfies” sean malos en sí mismos. De hecho, existen desde hace varias décadas. El problema radica en que hoy son la expresión de una sociedad obsesionada con la imagen que ha abrazado el narcisismo. Por tanto, es importante aprender a disfrutar de cada uno de los momentos y dosificar el uso de la tecnología. Nos lo agradecerán las personas que se encuentran a nuestro alrededor y nuestro equilibrio psicológico se beneficiará. Recuerda que a veces es más importante disfrutar de la experiencia que inmortalizarla en una imagen. La imagen probablemente se perderá entre miles de fotos más, pero las experiencias y las emociones que vivas se quedarán para siempre en tu memoria.

Aunque Jesús no tenía un móvil con cámara o una aplicación social como Instagram, el hecho de identificarse a sí mismo de maneras muy ilustrativas y gráficas era algo recurrente durante su estancia en el planeta tierra como ser de carne y hueso. De algún modo, un “selfie” es un autorretrato en el que cada posado es una manera de comunicar al mundo quién es uno, al menos desde lo puramente aparente, físico y superficial. Sin embargo, los “selfies” que Jesús hacía de sí mismo, sin filtros ni ediciones posteriores, y sin palo “selfie” con que inmortalizar visualmente su aspecto físico, eran “selfies” que señalaban facetas de su vida interior, de su alma y de su propósito al aterrizar en nuestro mundo. La palabra “selfie” proviene del inglés que traducimos por “yo mismo”, y en varias ocasiones puntuales Jesús dejó conocer de sí mismo a los demás, características que hablaban a la perfección de su vida y de sus metas.

Por poner algunos ejemplos de “selfies” cristológicos, señalaremos tres de ellos que aparecen en el evangelio según Juan (Juan 14:6). La vida es un auténtico viaje que muchos de vosotros simplemente estáis iniciando. Es un viaje repleto de certezas e incertidumbres y lleno de paisajes hermosos así como de horizontes tenebrosos. Cuando vamos a planificar unas vacaciones o una escapada, es preciso escoger cuidadosamente la ruta por la que queremos conducir nuestro vehículo, salvando los atascos y carreteras problemáticas, y eligiendo las vías amplias y rápidas que nos lleven a nuestro lugar de destino lo antes posible y con el menor número de imprevistos. Metemos en el maletero aquellas cosas indispensables e imprescindibles para que nuestro tiempo de descanso sea lo más placentero posible, revisamos con detalle nuestro vehículo en previsión de averías y procuramos hacer que nuestro viaje sea lo más llevadero posible.

La vida también tiene un principio y un fin. El trayecto que queda entre nuestro nacimiento y nuestra muerte es un recorrido de tiempos y espacios en los que es preciso escoger la mejor ruta, en los que es necesario viajar ligeros de equipaje y en los que deberíamos prevenir antes que lamentar. Desgraciadamente, no todos los seres humanos de este mundo optan por la mejor ruta, aquella que puede salvarles de sinsabores y que es capaz de brindarles la oportunidad de vivir una vida auténticamente plena y satisfactoria.

El poeta Antonio Machado ya lo dijo con especiales y sencillas estrofas: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar.” Mientras andamos y transitamos por esta vida, las elecciones y las decisiones llenan cada uno de nuestros pasos. No hay metro de nuestro recorrido vital en el que no tengamos que escoger entre varias opciones. La cuestión entonces es saber decidir qué sendas son las que mejor nos convienen y qué caminos nos conducen al abismo de la desesperación. Nuestra ruta que es la vida está plagada de cruces, atajos y bifurcaciones, y si nos dejamos guiar por nuestro instinto, por nuestros deseos y por nuestra visión distorsionada de la realidad y de lo que es importante, lo más probable es que nos despeñemos por el acantilado de la ignorancia y el engaño. No todas las señales que aparezcan en la carretera por la que conducimos serán lo que parecen, sino que a menudo las promesas de atajos solo harán que nos perdamos más y más en los caminos de cabras de Satanás.

Cristo se convierte de este modo en aquel que puede marcarnos la ruta correcta que lleva a la salvación de nuestras almas, a la bendición en nuestras vidas y a la presencia eterna de Dios, la cual es nuestro destino deseado donde descansar de los sufrimientos, el desespero y el dolor que como seres humanos nos causamos mutuamente. ¿Deseas llegar a tu verdadero hogar siguiendo la ruta más segura y confiable? Entonces Cristo es la solución, porque no solo muestra el camino al Padre, sino que él mismo es ese camino de santidad. Tomás se hizo una pregunta que todos nos hemos hecho alguna vez en la vida: ¿Cómo sabemos dónde está el camino de salvación que nos acerca a Dios?

A. CRISTO ES EL CAMINO

Jesús le dijo: Yo soy el camino… Nadie viene al Padre, sino por mí.”

¿Qué es un camino? La definición oficial de camino es la siguiente: “Franja de terreno utilizada o dispuesta para caminar o ir de un lugar a otro; en especial la que no está asfaltada.” De este concepto podemos entender que un camino surge para conectar a dos personas o seres que desean encontrarse en un momento dado. Los antiguos caminos solían aparecer en el terreno cuando el tránsito de personas apisonaba la tierra hasta crear un sendero reconocible. Con el paso del tiempo este camino era pavimentado, ensanchado, señalizado y asfaltado, a fin de que los viajes se hiciesen más cómodos y rápidos. Un camino no existe en tanto en cuanto no exista el deseo de que alguien quiera conectar con otro u otros, y por lo tanto, esta idea apunta, en términos vitales, al deseo de Dios porque el ser humano se relacione con Él. El camino que Dios ha provisto para que hagamos un viaje de descubrimiento y de experiencia es su Hijo Jesucristo. Cristo se convierte así en mediador entre Dios y los seres humanos, el camino necesario, excepcional y único que nos enlaza con Dios y con nuestra redención.

La declaración de Jesús de ser Dios mismo, que podemos ver recogida en el uso del “selfie” o del “Yo soy” propio del nombre de Dios, nos indica claramente que Jesús no era un maestro espiritual o un gurú profético que solo venía a marcar el camino a la plenitud humana en Dios. Jesús no era solamente alguien que con su mensaje y enseñanzas estaba revelando el camino a Dios. Él mismo era y es el Camino con mayúsculas. Es el camino y no un camino. Esto quiere decir que cualquier intento por proponer otros caminos a Dios son solo inútiles movimientos por construir autopistas engañosas que persigan alcanzar la salvación o a Dios a través de los esfuerzos humanos. A lo largo de la historia ha habido caminos que han tratado de ocupar el lugar de Cristo. Hoy mucha gente predica evangelios en los que “todos los caminos llevan a Roma”, y en los que se pregona que no importa a qué Dios adores, si Alá, la Madre Tierra o Maradona, o qué camino a la realización personal sigas, puesto que un día todos seremos salvados por amor.

Solo existe una ruta para la salvación y ésta es Cristo. Nadie puede llegar a relacionarse con el Padre si primeramente no se ha relacionado con el Hijo. No existen atajos ni vericuetos que acorten la ruta o que faciliten el viaje. De hecho, todos aquellos que hemos aceptado que Cristo es el único camino a Dios, sabemos por experiencia que el camino es angosto, estrecho y repleto de baches: “Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.” (Mateo 7:13-14). La vida cristiana no es una autovía espaciosa a la que ir a toda velocidad pagando con obras los peajes que nos encontremos hasta destino. La ruta de la vida para el creyente está erizada de inconvenientes, accidentes, incidentes y percances, y nuestro vehículo a veces se averiará por no cambiar el aceite cuando toca, se verá envuelto en situaciones rocambolescas que demandarán de nuestra pericia al volante y gastaremos mucho dinero en cambiar ruedas pinchadas. No podría ser de otro modo sabiendo que nuestra existencia, por causa del pecado y de nuestra mala cabeza, se va a ver afectada negativamente, aunque por fin lleguemos a puerto sanos y salvos. Conocer a Cristo por medio de este “selfie” es conocer a Dios, y transitar por el camino por excelencia que es Jesús solo puede darnos la seguridad de que seremos salvos por gracia y de que disfrutaremos de Dios por toda la eternidad.

B. CRISTO ES LA VERDAD

Yo soy… la verdad.”

¿Qué es la verdad?, se preguntaba Poncio Pilatos cuando vio a Jesús cara a cara durante su juicio. Esta es una pregunta que todo ser humano que se precie de ser mínimamente inteligente se ha hecho alguna vez en la vida. ¿Dónde puedo encontrar certezas y absoluta seguridad? En los tiempos que nos toca vivir la verdad ha dejado de existir en detrimento de las verdades. Lo que para mí es cierto, no tiene porqué serlo para ti y viceversa. La verdad se ha volatilizado y relativizado de tal manera que determinadas afirmaciones y aseveraciones son verdad únicamente por el hecho del efecto que causan en la persona. Una verdad es valiosa si aporta felicidad, libertad de acción y satisfacción a los sentidos. Hoy más que nunca recibiremos, si queremos hablar de las verdades absolutas reveladas en la Biblia a alguien, el comentario de que todo es del color del cristal con el que miras. He escuchado incluso que la mentira aporta más que la verdad cuando se dice en el contexto de evitar problemas y eludir responsabilidades futuras. Por lo tanto, esa pregunta de Poncio Pilatos ya está dejando de tener peso en la mentalidad del mundo en el que vivimos. Tu verdad, mi verdad, y lo importante es ser feliz con ellas.

Sin embargo, esta percepción de lo que es la verdad es lo que puede llevar a muchísima gente a caminar por rutas en las que prefiere ser dirigida por espejismos, promesas falsas y erróneas transcripciones de lo que es el bien y el mal. El respeto por la opinión y las presuntas experiencias de los demás siempre debe estar presente en nuestra predicación del verdadero camino que puede llevar a Dios al incrédulo. No podemos aporrear con la Biblia a todo aquel que no piensa como nosotros o que no comulga con nuestra fe e ideas. Solo hemos de exponer con extraordinaria sencillez y sinceridad que existe una verdad absoluta, superior y transformadora la cual es Cristo. Esta verdad “selfie” que está encarnada en Cristo y que revela a Dios Padre nos lleva a recibir una libertad auténtica y muy alejada de esa pretendida libertad que nos quieren vender de hacer lo que mejor nos plazca. Esta verdad ha sido manifestada en Jesús. “Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz.” (Juan 18:37).

C. CRISTO ES LA VIDA

Yo soy… la vida.”

¿Qué es la vida? ¿Es simplemente existir, respirar, pasarlo en grande sin pensar en las consecuencias, amar? La vida, tal y como la entiende este mundo, es aquel intervalo de tiempo que existe entre el nacimiento y la muerte y que debe ser exprimido y disfrutado a tope. Si preguntásemos a alguien qué es la vida, seguramente nos hablaría de trabajo, dinero, familia, diversión, descanso y un largo etcétera de actividades en las que emplear el tiempo de esa vida. No obstante, ese sueño que todo ser humano persigue de poder saborear la vida suele estar acompañado de una caprichosa visión de lo que es vivir realmente. De algún modo perverso, se ha estructurado una concepción de vida basada en el materialismo, de tal manera que vives en tanto en cuanto consumes y adquieres cosas para ser feliz. De ahí que las expresiones “vivir la vida”, “tú si que vives bien”, “vivir a todo tren” y “la dolce vita”, tengan más que ver con vivirla sin sobresaltos económicos y disfrutándola entre lujos y comodidades. ¿Pero eso es vivir plenamente? Lo dudo. Si existe una sola vida que merezca la pena vivirla y que sea digna de ser llamada vida, esa es la que Cristo nos regala si elegimos hacer nuestro su “selfie”. Tenerlo todo y perder el alma supone conducir el vehículo por la autopista de la condenación eterna, tal vez encontrando placer y diversión momentáneos durante el trayecto, pero que al final desembocarán en las fauces rugientes del infierno.

Cristo no ha venido solamente a traernos vida, sino que él mismo es la Vida. En él podemos encontrar el sentido y propósito de nuestra existencia, en él podemos saciar nuestra sed espiritual, en él adquirimos nuestra verdadera esencia: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.” (Juan 10:10). Nuestra mera existencia física presente importa poco en comparación con toda una vida eterna que comienza en el preciso momento en el que nos detenemos en un área de descanso al lado de la carretera, y reflexionamos sobre nuestro destino final, y escogemos creer en Cristo como nuestro Señor y Salvador. Él se convierte desde ese instante en nuestro guía y maestro, en nuestro GPS espiritual que siempre tiene cobertura satelital y que nos re-direcciona cuando metemos la pata siguiendo la señalización mentirosa que Satanás coloca en nuestro camino. A veces es conveniente hacer un stop en nuestro camino para verificar si la vida que queremos es la que estamos viviendo o la que Cristo nos ofrece por medio de su sacrificio en la cruz del Calvario.

CONCLUSIÓN

Considerando y analizando estos “selfies” de Jesús, nos damos cuenta de que solo hay un camino que nos acerca a Dios para entablar una relación que nos transformará y salvará. Solo hay una senda, poco transitada por la juventud, que promete verdad, libertad y vida. Solo existe un camino a la felicidad, al perdón de tus pecados y a gozar de toda una fiesta en los cielos que celebra tu llegada. Ese camino de sentido único es Cristo, un “selfie” inolvidable que siempre recordarás. Dale al “Me gusta” de los “selfies” de Jesús que hoy hemos visto, y todo tu mundo cambiará para siempre.